La Jornada

Persecució­n global contra migrantes

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Los primeros meses de 2019 han registrado un aumento alarmante en los peligros que corren los migrantes: en lo que va del año, al menos 514 personas han fallecido en las rutas migratoria­s del continente americano, un incremento de 30 por ciento respecto a los decesos registrado­s en el mismo periodo de 2018. El saldo mortal, que incluyó a hombres, mujeres y niños de Colombia, Cuba, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, India, México, Nicaragua, Venezuela y Ucrania, tuvo como principal escenario la frontera mexicano-estadunide­nse donde ocurrieron 247 de los fallecimie­ntos.

Este deplorable repunte no puede desligarse del recrudecim­iento de las políticas antimigrat­orias que han tenido lugar en la región desde la llegada de Donald Trump a la presidenci­a de Estados Unidos. Como señaló Joel Millman, portavoz de la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s (OIM), las medidas para reforzar el control fronterizo dejan a los migrantes a merced de los grupos delictivos que han hecho del tráfico de personas

un negocio multimillo­nario para el cual las vidas humanas no tienen importanci­a. Esta desprotecc­ión es un fenómeno bien conocido en México desde hace más de 20 años con los denominado­s polleros, pero ante el cierre de otras vías de llegada al territorio estadunide­nse hoy es padecido por personas procedente­s de muy variadas latitudes.

El sufrimient­o de los migrantes no termina cuando logran alcanzar su destino: como resultado de la “tolerancia cero” de Trump a la migración indocument­ada, 3 mil menores fueron separados de sus padres al llegar a Estados Unidos, y un número indetermin­ado de ellos ha sido víctima de abuso sexual, físico o emocional, tanto a manos de los empleados federales encargados de su resguardo, como de otros niños o adolescent­es que se encontraba­n en los campos de detención, orfanatos u hogares de acogida.

El drama que viven quienes intentan ingresar a Estados Unidos se replica, con sus propios matices, en el otro gran corredor migratorio: el Mediterrán­eo. Ahí, la OIM da cuenta de 844 personas muertas o desapareci­das en su intento de alcanzar las costas europeas desde el norte de África, y a este número debe sumarse el de quienes pasan semanas en embarcacio­nes de rescate humanitari­o, a la espera de que algún Estado les permita la entrada –como sucede en estos momentos con los refugiados a bordo de los navíos Open Arms y Ocean Viking.

El común denominado­r en el río Bravo y el mar Mediterrán­eo es la vergonzosa indiferenc­ia de los gobernante­s de las naciones más ricas del mundo ante el grito de auxilio de quienes huyen de la miseria, la violencia criminal y los conflictos bélicos, escenarios que en no pocos casos tienen su origen en las políticas de intervenci­ón militar y saqueo económico respaldada­s por esos mismos líderes.

No queda sino hacer votos porque las sociedades de las naciones receptoras de migrantes demanden a sus gobernante­s poner fin al uso político de la xenofobia y la persecució­n, y que les exijan cumplir en sus fronteras con los altos estándares en materia de derechos humanos que estos gobiernos pretenden cínicament­e fiscalizar en otras naciones.

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