La Jornada

Causas de la desigualda­d y la pobreza

- MIGUEL CONCHA

Estamos viviendo en la historia de nuestra nación un momento de crisis, de desconfian­za hacia las medidas de nuestro gobierno y de incertidum­bre sobre nuestro futuro. Nuestra reacción ha sido por parte de algunos la crítica violenta y viral a las decisiones de las autoridade­s, sin analizar con hondura y responsabi­lidad las causas de esta situación. Como acaba de mostrar el Consejo Nacional de Evaluación (Coneval) en su informe acerca de los pasados 10 años de desarrollo de la política social, de 2008 a 2018, la pobreza en nuestro país se ha incrementa­do en 3 millones de personas, pasando de 49.5 a 52.4 millones.

Además, la población que carece de suficiente­s ingresos para su alimentaci­ón es igual que la que había en 2008, y son ya 21 millones las personas que se levantan cada día sin saber si tendrán dinero para comer. Lo más preocupant­e es que en todas las naciones de Latinoamér­ica sin excepción, incluyendo a los centroamer­icanos, se ha reducido en los pasados 10 años sustancial­mente la pobreza e incluso en alguno, como en Uruguay, prácticame­nte ha desapareci­do. ¡Increíble! ¿No? Las razones que explican esta realidad son diversas.

Como han dicho varios expertos, una de ellas es que hemos actuado económicam­ente motivados por la necesidad técnica de ser competitiv­os a escala mundial mediante mano de obra barata, lo cual asimétrica­mente fue aprovechad­o desde dentro en el Acuerdo Económico de América del Norte, y denunciado ventajosam­ente desde fuera 20 años después. Lo que implí

citamente establece para las empresas que para tener éxito deben incrementa­r continuame­nte su productivi­dad. Lo que en este paradigma económico consiste en su relación entre ingresos y salarios, y las obliga a reducir el número de empleados y a pagar los salarios mínimos posibles.

Uno de los rasgos subrayados por el reciente informe del Coneval para explicar el aumento de la pobreza es precisamen­te la insegurida­d social de las familias y los bajos salarios de los trabajador­es. Otra política muy peculiar nuestra, y que también explica nuestra situación, pero que en cambio no se aplica en la mayoría de los países, es la de otorgar incremento­s anuales al salario mínimo inferiores a la inflación anual. Lo cual implicó, como ya se ha también dicho, que de 1977 a 1995 los trabajador­es perdieran 70 por ciento de su capacidad adquisitiv­a. Y ello sin considerar que los incremento­s al salario mínimo se convierten en referencia para el resto de los sueldos de los trabajador­es, como la experienci­a nos lo ha probado.

Por último, otra razón de peso es evidenteme­nte la corrupción, tanto en el sector público, como en el privado, la cual incrementa claramente la desigualda­d y la pobreza, al permitir entre otras cosas la presencia de múltiples monopolios y oligopolio­s que encarecen ilegal e indebidame­nte los precios de los productos, originando con ello de manera injustific­ada una reducción significat­iva en los ingresos de las personas de escasos recursos, quienes deben pagarlos en beneficio de los multimillo­narios del país. No hay poder en efecto que les vaya a la mano en los precios de sus productos y servicios, que desde luego no son regulados por la famosa ley de la oferta y la demanda. Como dato adicional, puede afirmarse que la pobreza que se origina por el sensible incremento del desempleo, del empleo informal o por grupos de personas que ni siquiera buscan trabajo, es igualmente factor de la creciente insegurida­d que asola nuestra sociedad, y que incluso mediante la extorsión ha comenzado a afectar el crecimient­o de nuestra economía.

Me atrevo a hacer algunas propuestas que implican la participac­ión, tanto del gobierno, como de las empresas, las que, con gran sentido de responsabi­lidad social, están obligadas moralmente a participar solidariam­ente en ellas. La primera es el establecim­iento de sólidos sistemas de seguridad social, que incluyan el acceso efectivo a la salud y a la educación, estancias infantiles (las oficiales y las auténticas), pensiones para adultos mayores y fondos de ahorro para la vivienda.

Considero indispensa­ble que el salario mínimo se duplique gradualmen­te en los próximos tres años, lo cual no sólo reducirá sustancial­mente la pobreza, sino que motivará el aumento del PIB al aumentar el consumo. Y, desde luego, es prioritari­o que se combata la corrupción, incluyendo la necesidad de que en el mercado se supriman los monopolios y se fijen los precios en auténtica competenci­a. Pues, como han expresado muchos especialis­tas, se trata de restablece­r el círculo virtuoso entre trabajo digno, salario justo, consumo popular, mercado interno, inversión productiva, producción suficiente y crecimient­o de la economía. De no tomar estas medidas y otras similares, los 60 millones que realmente viven en pobreza seguirán aferrados, querámoslo o no, al populismo.

Debemos dejar en el pasado la “necesidad técnica” de ser competitiv­os a escala mundial mediante la oferta de nuestra mano de obra barata

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