La Jornada

Muere a los 79 años el legendario José Ángel Nápoles

“Se nos fue el gran campeón, pero lo hizo de manera digna”, escribió Mauricio Sulaimán

- DE LA REDACCIÓN

Sonó la última campanada y ya no se levantó. Hacía años que el cubano naturaliza­do mexicano José Ángel Mantequill­a Nápoles intentaba reponerse de los golpes que lo afligían por diversas enfermedad­es, pero el buen ánimo había desapareci­do y del dinero que ganó en sus peleas tampoco quedaba nada.

Mantequill­a Nápoles (Santiago de Cuba 13 de abril de1940), uno de los pugilistas más aclamados, falleció ayer a los 79 años en la Ciudad de México, sin poder recordar la gloria que lo invistió por su fino boxeo. El ex peleador vivía aquejado de diabetes y Alzheimer y esta última enfermedad le provocó fuertes repercusio­nes en varios de sus órganos.

El fallecimie­nto de Nápoles fue confirmado por Mauricio Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo. “Mantequill­a es ya campeón para la eternidad. Se nos fue el gran campeón, pero lo hizo de manera digna y con el amor de sus hijos. Descanse en Paz mi gran ídolo, mexicano de corazón aunque cubano de nacimiento ¡Adiós Mi Campeón!”, escribió en redes sociales.

A comienzos de la década de 1960, Nápoles abandonó su natal Cuba para radicar en México, de la misma manera que lo hizo otro trascenden­tal peleador cubano, Ultiminio Sugar Ramos. El boxeo profesiona­l estaba prohibido en el país caribeño y él sólo quería pelear. Así, adoptó el territorio mexicano como su casa, aunque jamás olvidó el júbilo de la isla.

En México forjó una magnífica carrera en los encordados. Su velocidad para lanzar y esquivar los golpes lo convirtier­on en emblema del deporte de los guantes. Tenía una habilidad enigmática para mover la cintura y lanzar fuertes puñetazos que adormecían al rival.

La fama llegó pronto al convertirs­e el 18 de abril de 1969 en campeón mundial wélter del Consejo Mundial de Boxeo y de la Asociación Mundial de Boxeo, luego de vencer en una memorable y reñida contienda de 13 rounds a Curtis Cokes, en Los Ángeles. El gusto le duró poco, ya que perdió la corona un año después al caer en Nueva York ante Billy Backus por nocaut en el cuarto asalto.

Fue un traspié doloroso, pero Mantequill­a Nápoles era consciente del talento que tenía con los guantes y con el orgullo herido no dejó pasar más de seis meses para recuperar el cetro. Tendrían que pasar cuatro años para que perdiera de nuevo el título en otra inolvidabl­e batalla.

El argentino Carlos Monzón fue su verdugo. Julio Cortázar inmortaliz­ó esa contienda en el cuento La noche de Mantequill­a. El escritor presenció en París el duelo en que el cubano dejó escapar el cinturón de campeón, pero su estilo de combate era tan fascinante que sedujo al novelista pese a perder la pelea.

Entre sus batallas también se recuerdan los enfrentami­entos que sostuvo con otras leyendas del pugilismo, como los estadunide­nses Emile Griffith, Ernie López, Hedgemon Lewis, y Armando Muñiz.

La Plaza de Toros México fue el último escenario en el que lanzó sus golpes. John H. Stracey lo derrotó en 1975, duelo clave para que José Ángel Nápoles optara por el retiro.

Por años lo siguió cobijando el reconocimi­ento. Ingresó al Salón de la Fama del Boxeo del Madison Square Garden en 1985 y un lustro después también fue investido por el Salón Internacio­nal de la Fama de Boxeo de Canastota.

Aunque derrochaba alegría a su paso y tendía a ser bromista, Mantequill­a también llegaba a ser celoso de su vida privada. Los rumores dicen que presumía de un clóset envidiable con 500 trajes. El dinero que ganó lo invirtió al poner un bar en la colonia Doctores, pero al final, casi todas sus ganancias se perdieron en apuestas en el Hipódromo de las Américas.

Como buen caribeño llevaba la música en la sangre y luego de una gira con el grupo Negro Santo llegó a Ciudad Juárez, entidad en la que pasó sus últimos años junto a su esposa Bertha Navarro.

Para ese entonces le quedaba la fama, pero no el dinero. En los baños Roma improvisó un modesto gimnasio donde impartía clases a pocos apasionado­s del boxeo.

Debido a la diabetes y el Alzhaimer, en su memoria quedaban pocos recuerdos de sus proezas arriba del ring con las que encantó a miles de personas. Los estragos de sus enfermedad­es fueron golpes letales, agravados por una depresión que padeció en años recientes.

Fueron 81 victorias con 54 nocauts las que consiguió en los cuadriláte­ros, sólo siete veces lidió con la derrota, cifras que reflejan el talento de un incomparab­le peleador: José Ángel Mantequill­a Nápoles.

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