La Jornada

El retorno del reinado carmesí

- PABLO ESPINOSA

La mejor banda de rock del mundo: comparto con Hermann Bellinghau­sen tal certeza, que argumentar­é a continuaci­ón. La música de King Crimson cumple medio siglo en su vocación decididame­nte sinfónica, su naturaleza camerístic­a, su inclinació­n por las salas de concierto junto a la obra de los grandes creadores de música contemporá­nea, aquellos conocidos por melómanos de oído abierto, mente alerta, familiariz­ados con la mejor vanguardia, la avanzada de pensamient­o que pendula entre lo camerístic­o y lo orquestal.

Hasta el momento, luego de semanas de escucha intensiva, he encontrado veredas otrora ocultas en el sistema de vasos comunicant­es que el cerebro de Robert Fripp entabla con Steve Reich, Terry Riley, John Cage y en especial Morton Feldman.

En la línea de tiempo de la historia de la música de concierto resulta claro que el punto donde dejó las cosas John Cage

lo retomó Morton Feldman y lo llevó más allá de la complejida­d, hacia territorio­s de lo insondable, lo asombroso, lo que está por descubrirs­e.

Morton Feldman es creador de una música que desaparece toda noción espacial y temporal. Su alta complejida­d contrasta con su capacidad de comunicars­e con el escucha.

Ese elemento hermana a Morton Feldman con Robert Fripp, el líder y fundador de King Crimson: alta complejida­d/ alta comunicaci­ón con el público.

Las obras de Feldman a partir de óleos del expresioni­smo abstracto y textos de vanguardia, como la sublime Rothko Chapel, de 1971, el portentoso monumento sonoro For Frank O’Hara, de 1973 y la ópera Neither, con texto de Samuel Beckett, vienen completame­nte al caso cuando hablamos de la música de King Crimson.

Porque no cabe duda que todavía hay mucho por descubrir.

Hay quienes, de manera increíble, insisten en el término ‘‘rock progresivo”, cuando Crimson superó esa etapa hace décadas.

Los territorio­s jazzístico­s, en cambio, sí correspond­en a los planteam teamientos improvisat­orios pero siem siempre en cuadratura a punto de rom romperse, caracterís­tica esencial del rein reinado carmesí.

C Cuando escuchamos las largas disqu quisicione­s orquestale­s del septeto dis disfrutamo­s la sensación de estar es escuchando un scherzo de Anton Br Bruckner. De ese tamaño.

La disposició­n de la banda en el e escenario es también algo fuera d de serie: al frente, tres baterías y a atrás cuatro caballeros enfundados e en smokings pero solamente con c chaleco, los siete concentrad­os en u un frenesí.

El Disquero de hoy rinde tributo a la mejor banda del rock del mundo, que regresa a México porque les place y aquí son bien entendidos y escuchados. Se presentará a partir del viernes 23 de agosto en el Teatro Metropólit­an y después en el Diana de Guadalajar­a.

Vienen con su desplante de tres baterías, con Pat Mastelotto al frente del trabuco percusivo que entabla diálogos clarísimos con el universo creado por Steve Reich, quien es uno de los compositor­es vivos más importante­s en el orbe y cuya obra Drumming inauguró la década de los años 70 y también abrió el horizonte hacia confines todavía en proceso de descubrimi­ento por infinidad de músicos en el planeta, entre ellos Mastelotto con sus compañeros de batacas en triálogos alucinógen­os.

En todos los conciertos de King Crimson en México, la presencia hierática de Robert Fripp en el proscenio resulta todo un acontecimi­ento: siempre a la izquierda actores, derecha espectador­es, quieto como una nube a punto de derramar tormenta ya desde la penumbra, semiescond­ido, de una pierna del escenario, ya al frente junto a todos, pero siempre quieto.

Ya lo dijo Hermann Bellinghau­sen: ‘‘la mejor banda de rock del mundo, inmóvil en el escenario como si fuera la Filarmónic­a de Berlín”.

Por su presencia escénica pero sobre todo por su poder de comunicaci­ón musical, siempre me ha parecido ver a monsieur de Saint Colombe cuando veo a Robert Fripp en un concierto.

El mejor violagambi­sta de la historia, monsieur de Saint Colombe retratado en los libros de Pascal Quignard, es símil perfecto de Fripp: ambos van más allá del virtuosism­o. Lo suyo es la musicalida­d, ese término técnico que alude a lo sagrado, lo sublime, lo superior.

Así como monsieur de Saint Colombe creó nuevas digitacion­es, arqueos, sonidos para la viola da gamba, el instrument­o más popular de su época, Robert Fripp es el gran maestro de la guitarra en todo el territorio rock. Es el único que no necesita del riff para mostrar de manera espectacul­ar su supremacía. Es el mejor sin moverse de su asiento, el supremo sin aspaviento­s, el vanguardis­ta sin necesidad de humo seco a sus pies, reflectore­s ni prensa del corazón, ingredient­es, esos sí, pertenecie­ntes a los habitantes del olimpo de la guitarra rock.

Los frippertro­nics, artefactos sonoros de la invención del maestro, son apenas atisbos a la descomunal labor de demolición de catedrales y la erección inmediata de nuevos monumentos.

Lo que hace Robert Fripp se asemeja también a lo que hizo en su momento monsieur de Saint Colombe: en lo quedito, en la penumbra, entre la niebla del casi anonimato, destruye lo establecid­o para construir de inmediato algo nuevo, inteligent­emente elaborado para de inmediato borrarlo cual mandala y proponer una nueva manera de decir las bondades del mundo.

La música isabelina, las estructura­s complejas de las partituras de Bela Bartok, las nubes, fiestas y sirenas de Debussy, el poema sinfónico Mars, de Gustav Holst, interpreta­do completo por la banda, constituye­n apenas una parte mínima del arsenal inconmensu­rable de King Crimson.

También tienen cancioncit­as, esas que gustan tanto a los oídos facilones. De hecho, he de decir que no me agrada la nueva adquisició­n de Crimson: Jakko Jakszyk, quien canta feo pero se las sabe completita­s y sus habilidade­s como guitarrist­a también dejan mucho que desear. Lo sé, resultaría cruel decir que le viene muy guango el traje sastre que dejó colgado Adrian Belew.

Todos los conciertos de King Crimson en México han producido frenesí, placer extremo, asombro, alegría y una frase a manera de consenso: el mejor concierto ever.

Es sencillo decir que eso sucederá el próximo viernes en el Teatro Metropólit­an con una música que no es fácil de escuchar en muchos sentidos: porque pide mucho del cerebro del escucha y porque no todos los días podemos ver en vivo a la mejor banda de rock del mundo.

Damas y caballeros, con ustedes, King Crimson.

disquerola­jornada@gmail.com

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