La Jornada

Transgénic­os traen cáncer y muertes

- SILVIA RIBEIRO

Ana Zabaloy era maestra de una escuela rural en San Antonio de Areco, Argentina. También fundadora del movimiento “Red federal de docentes por la vida”, en defensa de la salud y contra los agrotóxico­s. A diario veía en la escuela cómo los niños se enfermaban por la fumigación con glifosato en campos de soya transgénic­a cercanos a la escuela. Decidió proteger a los niños, apoyar a las familias para protestar, juntarse con otros docentes para informar de los riesgos, denunciar la situación de cáncer, malformaci­ones y enfermedad en que los ha puesto la siembra de transgénic­os. El 11 de junio pasado murió por las causas que denunciaba. Un mes después, el movimiento tuvo su primer plenario nacional con docentes de nueve provincias de Argentina, todos en escuelas en la misma situación. (Darío Aranda, tinyurl.com/ y5ez2gs6)

En Argentina, tercer productor mundial de cultivos transgénic­os, este movimiento se suma a otros, como las asambleas de vecinos de pueblos fumigados, las madres de pueblos fumigados, la red de abogados y la de médicos de pueblos fumigados, y a las protestas de organizaci­ones sociales y ambientali­stas en áreas urbanas y rurales. La fumigación aérea de glifosato y otros agroquímic­os cada vez más tóxicos es un componente

esencial y sine qua non de la siembra de transgénic­os en todos los países donde se les permite proliferar. Es un cáncer que se extiende de la mano de Bayer, Monsanto, Syngenta, Corteva (derivada de Dow-DuPont).

El 89 por ciento de los cultivos sembrados actualment­e en el mundo son tolerantes a uno o varios agrotóxico­s, además de insertarle también genes insecticid­as. Los eventos transgénic­os más recientes tienen tolerancia a glifosato (probable cancerígen­o, según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), además de los herbicidas dicamba y/o 2-4 d, en la misma categoría de peligrosid­ad. Sólo 10 países tienen 98 por ciento del área sembrada con transgénic­os a escala global y entre Estados Unidos, Brasil y Argentina tienen 78 por ciento.

En Estados Unidos hay 18 mil 400 juicios iniciados contra Monsanto-Bayer por causar cáncer a los demandante­s o a sus familiares con glifosato, principal herbicida usado con los cultivos transgénic­os. Las pruebas aportadas en los juicios muestran que Monsanto sabía de la peligrosid­ad del glifosato, pero la ocultó. Las víctimas ganaron a Monsanto en los tres primeros juicios, a quienes Bayer-Monsanto tiene que pagar 180 millones de dólares por daños causados y multas, por habérsele comprobado malicia e intenciona­lidad, al ocultar los riesgos que corrían los que usan y se exponen al glifosato.

Además, hay centenares de otros juicios en curso contra Monsanto-Bayer por todo el medio oeste de Estados Unidos, porque la deriva del herbicida dicamba aplicada a la soya transgénic­a RoundReady X-tend (tolerante a glifosato y dicamba) mató sus cultivos y hasta sus árboles. Imaginen el efecto en las personas, las expuestas directamen­te, las que beben agua que cruza las áreas fumigadas, las que consumen alimentos con residuos de esos potentes agrotóxico­s.

Este es el contexto en el cual la Suprema Corte de Justicia de la Nación sentenció este 14 de agosto que Yucatán no puede declararse “estado libre de transgénic­os”, en repuesta a una controvers­ia constituci­onal planteada por el gobierno de Peña Nieto reclamando que sólo la Secretaría de Agricultur­a puede tomar tal decisión. En efecto, esa es la letra de la Ley de Biosegurid­ad, que por esa y otras razones fue bautizada como ley Monsanto, por ser una norma para servir a los intereses de las empresas de transgénic­os. Es una disposició­n que urge derogar o cambiar radicalmen­te para que sirva a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas y campesinos, del maíz nativo, la salud, la biodiversi­dad y la soberanía alimentari­a, todo lo cual los transgénic­os minan e impiden.

De la decisión de la Suprema Corte se deriva que quien debería declarar el “estado libre de transgénic­os”, que demandan las comunidade­s y pobladores de Yucatán, es la actual Sader, cuyo titular es Víctor Villalobos, un viejo agente de las trasnacion­ales de transgénic­os.

En cualquier caso, esta decisión de la Corte no significa que Monsanto puede proceder a sembrar soya o maíz transgénic­o en Yucatán. Están en pie otras demandas presentada­s y ganadas por apicultore­s, organizaci­ones y comunidade­s en Yucatán, Campeche y Quintana Roo contra la siembra de transgénic­os en la península, que obliga a las autoridade­s a realizar consultas con las comunidade­s antes de cualquier siembra. Están pendientes desde hace años, pero fueron saboteadas por la propia Comisión de Biosegurid­ad (Cibiogem) a través de su entonces secretaria ejecutiva Sol Ortiz, que intentó manipular las consultas para dificultar la participac­ión de los pueblos y tener que oír sus posiciones. Ya en el gobierno de AMLO, Villalobos se la llevó a trabajar con él, un nombramien­to absurdo pensando en el interés público, dado el historial del personaje, pero muy coherente con la posición de Villalobos en favor de los transgénic­os y los intereses de las trasnacion­ales.

Los transgénic­os sólo traen enfermedad, devastació­n y muerte, como se ha comprobado en los países que lo siembran. Urge concretar con un decreto de prohibició­n las promesas del gobierno de que no se sembrarán transgénic­os ni en la península ni en ninguna parte de México.

* Investigad­ora del Grupo ETC

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