El último tramo
Aunque a diario conversa con su hija y con su yerno –sus huéspedes desde principio de año–, a Lucina le gusta hablar sola. Adquirió la costumbre cuando era niña y, como entonces, ve interlocutores en cuantos objetos la rodean, pero más en Demetrio, el viejo loro que dormita la mayor parte del día y se pasa la noche repitiendo las palabrotas que le enseñan Sergio y Rubén, los hijos del portero.
Con frecuencia, pero sobre todo durante las vacaciones, los niños le hacen las compras a Lucina a cambio de diez o veinte pesos –según el peso del encargo y la distancia a recorrer. Cada vez que les entrega el dinero les aconseja que ahorren para que cuando lleguen a viejos se mantengan independientes. Sergio y Rubén
fingen interés, pero en cuanto salen al corredor estallan en carcajadas.
Lucina no se ofende. Recuerda que de niña, también veía la vejez como algo muy remoto, casi imposible; sin embargo, esa etapa llegó, con todas sus manifestaciones, más pronto de lo que imaginaba. Ahora sufre las reumas que padecía su madrina, la artritis que deformó las manos de su tía Leonor y la falta de equilibrio de que tanto se lamentaba don Joaquín, el medio hermano de su padre.
II
Como parte de su programa de ejercicios, Lucina recorre el departamento a buen paso, bajando y subiendo los brazos. Cuando empieza a sentirse aburrida y cansada, va a la cocina