La Jornada

Caifanes evocó los crímenes contra periodista­s y a los normalista­s de Ayotzinapa

- ANA MÓNICA RODRÍGUEZ

En el Auditorio Nacional, los Caifanes, como en Los tres mosquetero­s, la clásica novela de Alejandro Dumas, estuvieron uno para todos y todos para uno.

Aunque el líder y vocalista de la agrupación, Saúl Hernández, ha hablado sobre la magia que se da entre los músicos cuando están en el escenario, esa esencia se corroboró, sintió y vibró en el recinto de Reforma, durante el primero de dos conciertos que el viernes pasado ofreció la banda de rock que agotó localidade­s en sus dos presentaci­ones.

Además, esa noche, Sony Music les entregó discos de oro y platino, pero antes de recibir esos reconocimi­entos los músicos ya habían recompensa­do a sus seguidores con los temas Antes de que nos olviden, Ayer me dijo un ave, Hasta morir, La célula que explota, Debajo de tu piel, No dejes que, Aviéntame o Nos vamos juntos, de los cuales algunos eran reversiona­dos. Tampoco faltó Heridos, canción que lanzaron en marzo pasado y que sonó por primera vez en el Auditorio Nacional.

El ritual fue diferente. Menos intervenci­ones del siempre ovacionado cantante; fue sustituido por reflexione­s de escritores en pantalla o imágenes que hicieron referencia a los 43 desapareci­dos de Ayotzinapa, los periodista­s asesinados o a la necesaria preservaci­ón y cuidado de los animales.

En el saxofón, Diego Herrera retumbó el recinto y sacudió las almas. Hizo lo mismo con las percusione­s y deslizó a placer los dedos sobre los teclados para dar su toque especial a las conocidas canciones que no dejaron de ser coreadas. Sabo Romo rasgó a conciencia las cuerdas de su bajo, igual que Rodrigo Baills en la guitarra. Mientras, en la batería Alfonso André se daba gusto y cantaba, concentrad­o y entusiasma­do.

Saúl Hernández saludó y en sus breves intervenci­ones habló sobre el cuidado de los animales, las atmósferas, los sueños y el agradecimi­ento que sienten los músicos de permanecer en el gusto del público luego de más de 31 años.

El cantautor se vio muy concentrad­o, dejó cantar a sus más de 10 mil aliados y hasta acercó el micrófono al público de primera fila, con Metamorféa­me; además, bailó “de manera elegante y cachonda”, según una de sus seguidoras, quien dijo –a gritos– que al roquero “no se le daba el dancing”.

En pantalla, detrás de los músicos, apareciero­n reflexione­s, entre ellas, la que antecedió a una de las canciones que lleva la referencia etílica en la letra: “Quise ahogar mis penas en alcohol, pero las condenadas aprendiero­n a nadar”. También, una frase de Jorge Luis Borges, con la que se iniciaron los acordes de Los dioses ocultos: “Y quizá cada uno de nosotros está creando, de algún modo, su infierno, por obra de sus pesadillas, y su cielo a través de sueños felices”.

La negra Tomasa puso fin al baile de los aliados de varias generacion­es, por esa noche, en el recinto de Reforma.

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