La Jornada

Qué verdes eran nuestros valles

- ARTURO BALDERAS RODRÍGUEZ

JOHN FORD ES uno de los más celebrados y prolíficos directores de cine de Estados Unidos, a cuya dirección se deben clásicos como Las viñas de la ira, El hombre tranquilo y La diligencia. En 1941 se estrenó una de sus cintas más célebres, Qué verde era mi valle, en la que narra el drama de una familia en un pueblo minero de Gales. A partir de los recuerdos de infancia de Huw Morgan, uno de los protagonis­tas del filme, Ford teje un relato que revela su profunda visión de un mundo y una historia que se repite hasta la fecha. En la comunidad de no más de 5 mil habitantes la vida diaria transcurre con tranquilid­ad y complacenc­ia. Los hombres salen por la mañana a trabajar a la mina y regresan alegres y cantando a sus moradas, donde los reciben esposas, madres y vástagos ansiosos de brindarles el reposo y el pan tras la ardua jornada.

EN CIERTO MOMENTO el idilio se trastoca por una serie de eventos que rompen la relativa tranquilid­ad en la que se desenvuelv­e la vida comunitari­a y familiar. Las condicione­s laborales obligan a los mineros a organizars­e para exigir mejores salarios, lo que marca el nacimiento del sindicato y la subsecuent­e huelga como respuesta de la negativa patronal a ceder a las demandas de los agremiados. El nacimiento de la discordia entre quienes están en favor y en contra de la huelga no se hace esperar. La llegada de esquiroles tensa aún más la situación. Se desgarra el tejido social cuando algunos de sus miembros, al ser despedidos de la mina, abandonan el pueblo en busca de trabajo. La partida hacia América de los hermanos mayores de Huw acaba por romper con la plácida ingenuidad en la que había pasado su infancia.

ERA EL PRINCIPIO de los años 40, el mundo intentaba salir de la depresión y se debatía en una guerra que cobraría la vida de millones de seres humanos, cuando Ford, con singular maestría y plasticida­d describe en una pincelada el profundo cambio que marcaría a la sociedad, mediante la mirada de uno de sus protagonis­tas. Con algunas diferencia­s, la historia de la familia irlandesa se repite en buena parte del mundo. La creación de sindicatos en defensa de los derechos laborales, la disgregaci­ón de las familias por necesidade­s económicas y la desintegra­ción de poblados enteros no fueron muy diferentes en Gales a los que, en Italia, España o México, le siguieron.

NO SIN CIERTA nostalgia, cabe preguntars­e: ¿qué tan verdes eran nuestros valles y qué ha quedado de ellos?

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