La Jornada

Nostalgia peligrosa

- GUSTAVO ESTEVA

Cunde por el país una ola de nostalgia que parece peligrosa. Muy diversos sectores, de todo el espectro ideológico, están tomando posición respecto a la “presidenci­a imperial”, que fue rasgo central del régimen político mexicano a lo largo del siglo XX.

Hay quienes dan por sentado que está en operación y la impulsan o la resisten. Entre quienes la consideran ida, unos suspiran por ella y la quisieran de regreso, mientras otros muestran su preocupaci­ón por lo que ven como síntomas de ese ejercicio e intentan prevenir su restauraci­ón.

Enrique Krauze acuñó esa expresión como una variante de la “dictadura perfecta” de Vargas Llosa, para poner énfasis en la voluntad presidenci­al como rasgo central de la hegemonía del PRI desde los años 20.

El planteamie­nto daba expresión analítica formal a ciertas circunstan­cias conocidas y reconocida­s. Cuando apareció en 1997 parecía especialme­nte oportuna: era el momento de escribir el obituario de ese régimen.

El libro de Krauze reflejó sus sesgos ideológico­s y metodológi­cos, que fueron oportuname­nte señalados. Pero la expresión pegó por buenas razones: describía bien un estado de cosas.

El partido hegemónico y la estructura gubernamen­tal estaban claramente construido­s en torno a la figura presidenci­al, la cual ejercía un poder prácticame­nte ilimitado en el país entero. Mientras las dictaduras personales de otros países sólo podían funcionar mediante la destrucció­n abierta de la fachada democrátic­a, en México se le mantuvo siempre. La renovación sexenal del monarca y otros dispositiv­os trataban de mantener la ilusión.

El desmantela­miento de ese régimen político no puede atribuirse a las fuerzas que impulsaban un ejercicio “democrátic­o” más convencion­al. Se realizó desde adentro. Miguel de la Madrid, que sustituyó a la vieja clase política por un grupo tecnocráti­co el día que tomó posesión, inició una serie de golpes de Estado incruentos para “normalizar” el sistema en los términos del credo neoliberal que se adoptó acríticame­nte. Carlos Salinas empleó a fondo todos los dispositiv­os del viejo régimen… contra él. Ernesto Zedillo profundizó la labor de zapa.

En 2000 quienes integraban la vieja clase política parecían gallinas sin cabeza: no sabían actuar sin su jefe máximo. Tendieron a reproducir el único estilo político que conocían en los estados en que aún gobernaba el PRI y formaron así una coalición inestable de mafias locales y regionales, de afiliacion­es múltiples, que usaban o no las siglas del PRI como si fueran una franquicia.

Fox y Calderón emplearon de manera corrupta e incompeten­te lo que quedaba de la maquinaria del viejo régimen y terminaron de disolverla.

Hay también personas y fuerzas que se resisten a la voluntad presidenci­al, tanto en la orientació­n general de su política como en instruccio­nes específica­s

presiones de las fuerzas acostumbra­das a gobernar el país, no puede remediarse con dispositiv­os que ya no existen.

Crece así la incertidum­bre, ante una coyuntura muy riesgosa. Se hará aún más evidente el carácter despótico de lo que seguimos llamando “democracia”, como ocurre en casi todo el mundo. Pero las formas que ese proceso tomará entre nosotros son todavía imprevisib­les; sólo sabemos que no podrá ser con la “presidenci­a imperial”, a pesar de sus nostálgico­s adeptos. gustavoest­eva@gmail.com

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