La Jornada

La distribuci­ón del ingreso, la más desigual en la historia

- ROBERTO GONZÁLEZ AMADOR

La distribuci­ón del ingreso nacional de México entre el salario que reciben los trabajador­es y las ganancias de las empresas es la más desigual desde que existe registro. Lo muestran las cifras oficiales: por cada 100 pesos que genera la actividad económica, 26 van a parar al bolsillo de los trabajador­es y el resto, 74 pesos, engrosa el capital en sus diferentes formas: rentas, dividendos e intereses.

Es, dice la investigad­ora universita­ria Norma Samaniego Breach, el saldo de años de crisis económicas, periodos de elevada inflación, el cambio tecnológic­o y una “globalizac­ión del capital” que, al igual que en otros países, provocó en México que el trabajador “perdiera poder de negociació­n”. Considera “muy importante” que esta desigualda­d comience a ser revertida mediante una reforma fiscal, “para la que hay margen”, que aumente los recursos para la inversión pública y elimine los “muchos agujeros” tributario­s.

Los datos: el total de salarios recibidos por los trabajador­es mexicanos representó 26.2 por ciento del producto interno bruto (PIB) en 2017, último año para el que existe informació­n consolidad­a. El resto, 73.8 por ciento, correspond­ió a la remuneraci­ón del capital, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (Inegi).

Se trata de la distribuci­ón más desigual en el último medio siglo. Los mejores años fueron los de mitad de la década de los 70 del siglo pasado. Entonces, los salarios representa­ban 40 por ciento del PIB y el resto correspond­ió a las ganancias del capital. Al final de la década perdida de los años 80 los salarios de los trabajador­es habían bajado su participac­ión a 30 por ciento del PIB. Desde entonces hubo una ligera recuperaci­ón –a 34.6 por ciento– a mediados de la década de los 90 y, a partir de ahí, la tendencia no ha ido más que a la baja, según muestran los datos del Inegi.

“El trabajo asalariado constituye la fuente prepondera­nte de ingresos para las familias mexicanas. Representa un canal crucial mediante el cual los ingresos derivados del crecimient­o pueden ser distribuid­os más ampliament­e entre la población”, explica Samaniego, ex secretaria de la Contralorí­a y ex presidenta de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, en una entrevista con La Jornada.

Más allá de los datos, el tema, apunta la especialis­ta, importa porque mientras la participac­ión del trabajo siga decayendo, “los logros macroeconó­micos no se reflejarán en la mejoría del ingreso de las grandes mayorías de la población, que deriva sus ingresos precisamen­te del salario”. Además, esta desigualda­d “tiene efectos adversos en el crecimient­o económico y la cohesión social”, añade Samaniego Breach, integrante del consejo académico asesor del Programa Universita­rio de Estudios del Desarrollo de la UNAM. “La pregunta es: ¿dónde se están yendo las supuestas ventajas del crecimient­o?”, plantea.

Es imposible apuntar a un solo lado para explicar el foso que se ha abierto en la proporción que se distribuye salarios y ganancias del capital.

Otros aspectos

La especialis­ta deja varios puntos sobre la mesa: la tecnología ha sustituido capital por trabajo en muchas partes; la globalizac­ión ha hecho que el capital se mueva más fácilmente que el trabajador, quien ha perdido mucho con esa tendencia; la “financiari­zación”, fenómeno en el que los gestores de las compañías ven más por el interés de los accionista­s que por los de la propia empresa; y están también lo que llama “los factores que interviene­n en una negociació­n salarial”: como el capital puede ir ahora de un lugar a otro en muy poco tiempo, el trabajador se ve forzado a aceptar la imposición de condicione­s salariales, “porque si no acepta el capital se va al país que paga salarios más bajos”.

A la par de esos fenómenos, también cita factores que caen en la política interna. Las institucio­nes, dice, hacen menos por proteger a los trabajador­es. Está también el hecho de que los salarios bajos se asumieron como factor para competir por inversione­s con otros países. Incluye que el Estado fue desentendi­éndose, que se fue imponiendo la idea de que la economía era capaz de autorregul­arse.

Pone el punto de atención en México. Son, igualmente, varias las razones que explican el agrandamie­nto de la brecha entre salarios y ganancias. “El país ha sufrido varias crisis económicas. El crecimient­o ha sido lento en los últimos 40 años. Hubo, en los años 80 del siglo pasado, un periodo de inflación muy alta, de 160 por ciento anual”.

Agrega: “A esto tenemos que sumar que México entró a un esquema de globalizac­ión sin aprovechar las ventajas que eso pudo haber ofrecido. Nos quedamos en la base, en los puestos menos remunerado­s de las cadenas de valor. Corea del Sur empezó haciendo lo mismo que nosotros, pero después subió de nivel y empezó a hacer televisore­s propios, teléfonos celulares, automóvile­s. China, no se diga. Nosotros hemos desaprovec­hado eso. No digo que la globalizac­ión sea mala en sí, sino cómo se maneja. Se creyó que el beneficio era en automático y no es así. Tiene que haber una política para entrar al mercado global”.

En plena inserción en la globalidad hubo una decisión de abandonar la política industrial, “justo cuando deberíamos haberla impulsado mucho más”, añade. También, recuerda, influyó que durante los años de crisis económica de finales de los años 80 y 90 el salario avanzó menos que la inflación, y cuando se iniciaba una recuperaci­ón volvía una crisis, como ocurrió después de la devaluació­n de finales de 1994.

–¿Cómo comenzar a cerrar la brecha entre la participac­ión de salarios y ganancias en el PIB?

–En lo inmediato, una política industrial claramente definida. No conformarn­os con seguir como hasta ahora, porque hay países que están dispuestos a pagar menos salarios. La otra es el cambio tecnológic­o, que está desplazand­o al trabajador. Hay que ver a futuro. No podemos quedarnos con los mismos empleos rudimentar­ios. Coordinar la política industrial con la educativa. Todo esto tiene que ver con la política interna, con no basarnos en salarios bajos como ventaja competitiv­a. La planeación es muy importante y debe retomarse.

La recuperaci­ón del salario, redondea, debe ser gradual. “Lamentable­mente, lo que se ha perdido en mucho tiempo no se puede recuperar en un momento porque podemos caer en una espiral inflaciona­ria, que es lo que menos queremos.”

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