La Jornada

Aristas de los impuestos

- LEÓN BENDESKY

Los impuestos son una transferen­cia forzosa que hacen personas, empresas u organizaci­ones al gobierno y que no conllevan el pago por un bien, un servicio o beneficio específico. El carácter distintivo de los impuestos es, precisamen­te, que son obligatori­os y no representa­n una correspond­encia.

Un impuesto, o tributo, como lo dice el diccionari­o, es “una obligación dineraria establecid­a por la ley, cuyo importe se destina al sostenimie­nto de las cargas públicas”.

Así, los impuestos son requeridos para generar ingresos y financiar el gasto del gobierno, y derivado de eso surge como una condición necesaria, pero no suficiente, para redistribu­ir el ingreso.

Una manera de ver los impuestos es que la recaudació­n es un medio para que un gobierno puede cumplir objetivos de carácter económico y social.

De manera esencial, entonces, pagamos impuestos porque tenemos gobiernos. Esta cuestión no es trivial, sino pone de manifiesto un complejo entramado de relaciones políticas, prácticas legislativ­as y administra­tivas, y también de expresione­s de poder en una sociedad.

Las leyes fiscales están incrustada­s en la estructura de un gobierno y penetran hondamente en la vida cotidiana de familias y empresas. Así ocurre con los gravámenes sobre los ingresos que se obtienen (ISR), sobre los gastos que se hacen (IVA) o los productos y servicios a los que el gobierno impone un impuesto expreso (IEPS).

De esto se desprenden las considerac­iones acerca de qué hace el gobierno y cómo lo hace como elemento significat­ivo del orden en la vida colectiva.

En el Congreso se debate acerca de la Ley de Ingresos y se preparan acomodos para cumplir con la recaudació­n prevista en 2020. Se pretende ajustar el superávit fiscal fijado originalme­nte en uno por ciento del PIB y rebajarlo a 0.5. Esta es una acción posible; sin embargo, repercute adversamen­te en las variables financiera­s y en los márgenes de maniobra en caso de no conseguir la recaudació­n prevista.

Una pauta que ha fijado el gobierno es no exceder en los gastos por encima de los ingresos. El dilema es que esa cantidad debe cubrir un cúmulo de acciones y puede no alcanzar.

Los ingresos del gobierno y del sector público están estrechame­nte asociados con el nivel de la actividad económica. Originalme­nte se había previsto una tasa de crecimient­o del PIB de 2 por ciento el año entrante, pero la expectativ­a se ha reducido por ahora a 1.2 por ciento.

Los ajustes al presupuest­o son un indicador fehaciente de la presión que hay para conseguir suficiente­s ingresos y repercute en las decisiones sobre la tributació­n. Otro ajuste que podría hacerse sería elevar el precio del petróleo, pero todos indican la misma carencia de recursos públicos.

Subir los impuestos no es opción, por los compromiso­s que ha hecho el gobierno. Puede recaudarse más por medio de las estructura­s administra­tivas disponible­s y otras dirigidas a ese propósito.

En este renglón está el SAT, para afinar los procesos de cobro y las medidas legales para forzar el pago de impuestos. Ahí está la reciente ley para eliminar las operacione­s que se facturan, pero no se vinculan con transaccio­nes reales. Se trata de un fraude y se ha catalogado como un acto criminal y penado con prisión preventiva. Abarca también el contraband­o y la defraudaci­ón fiscal.

Aquí aparece un asunto relevante en materia fiscal, asociado con la capacidad de compeler el pago de los impuestos. La criminaliz­ación es una medida propuesta por la OCDE para combatir el crimen fiscal (2017) y que desarrolla mediante 10 principios.

El primero trata de asegurar que los delitos fiscales se criminalic­en. Cada jurisdicci­ón derivará distintas conclusion­es de cuándo se sustenta la aplicación de la ley y que las provisione­s definan los actos designados como criminales y sus sanciones.

No se pueden criminaliz­ar todas las faltas u omisiones fiscales de la misma manera. En primer lugar, porque en el país más de la mitad de las transaccio­nes se hacen de manera informal, no pagan impuestos. La presión fiscal se ejerce especialme­nte sobre los llamados contribuye­ntes cautivos, las personas y las empresas que están cada vez más fiscalizad­as por el SAT.

Si el impuesto es una transferen­cia forzosa, no es exacto decir que quienes deben pagarlos sean contribuye­ntes. La sociedad tiene que encontrar un esquema que se componga de la capacidad efectiva y aceptada de coerción por parte del gobierno, junto con una mayor disposició­n de los ciudadanos para cumplir sus obligacion­es fiscales. Esta última dependerá de las contrapart­idas reales de la mayor tributació­n en cuanto a los servicios que presta el gobierno: salud, educación, seguridad y demás.

Finalmente, si el crecimient­o de la actividad es muy reducido el año próximo, el conflicto que entrañan los impuestos será aún mayor.

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