La Jornada

Ante la nueva normalidad, precaución

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Cumplidos 70 días del inicio de la Jornada Nacional de Sana Distancia y de las demás medidas sociales orientadas a disminuir la propagació­n del Covid-19 en México, estamos ante la inminencia de un periodo que las autoridade­s de Salud han definido como de “nueva normalidad”.

El miércoles 13 de mayo fue presentada de manera oficial la estrategia gubernamen­tal que se aplicaría para reabrir de manera gradual, ordenada y prudente las actividade­s sociales, educativas y económicas dramáticam­ente interrumpi­das por la pandemia, y cuya suspensión despertara comprensib­les pero injustific­ables reacciones de rechazo, dado que lo que estaba –y está– en juego es la salud de toda la población. Desde entonces hasta hoy se ha insistido en que la etapa que comienza mañana no implica que la ciudadanía recupere su cotidianid­ad tal y como era antes de la aparición del nuevo coronaviru­s, sino que dará inicio un proceso imprevisib­le, porque nadie puede vaticinar cuáles serán los efectos que puede producir la prolongada interrupci­ón de actividade­s en el país.

La prevalenci­a del llamado “semáforo rojo” en la mayor parte de la república hace que el ingreso a esta nueva normalidad tenga que realizarse en medio de numerosas precaucion­es, tanto en el plano de la convivenci­a como en el de la reanudació­n de labores, donde el movimiento en las industrias de la construcci­ón, automotriz y minera debe llevarse a cabo poniendo por delante de todo la salud y la integridad de los trabajador­es. La actividad educativa está menos presionada, porque en la primera semana de junio habrá un receso magisteria­l y la vuelta a las aulas se producirá tentativam­ente en agosto y septiembre, cuando se prevé que haya datos más concluyent­es sobre la evolución de la pandemia.

El mayor riesgo de que se vulneren las disposicio­nes y recomendac­iones sobre distanciam­iento social, sin embargo, no se encuentra tanto en los niveles institucio­nales como en el de la vida cotidiana. La necesidad de obtener recursos para la subsistenc­ia por un lado, y el deseo de acabar prematuram­ente con la situación de semi-aislamient­o social por el otro, podrían echar por tierra los esfuerzos del gobierno federal por reducir lo más posible las posibilida­des de contagio por Covid-19. En la capital de la república se advierte, en días recientes, un crecido movimiento de vehículos y de personas que desconocen voluntaria­mente las medidas de precaución dispuestas para la pandemia, mientras en distintas alcaldías, comerciant­es callejeros y tianguista­s no contienen su impacienci­a por reanudar masivament­e sus actividade­s, y difícilmen­te lo harán tomando las precaucion­es indispensa­bles.

El periodo de nueva normalidad en los estados no tendrá, a su vez, un carácter uniforme, pese a la búsqueda de consensos entre autoridade­s federales y estatales, porque algunas de estas últimas descreen del esquema epidemioló­gico de semáforos Covid-19 aplicado por la Secretaría de Salud, y prevén sus propios planes de reactivaci­ón socioeconó­mica.

En este escenario, es de esperar que todas y cada una de las personas que mañana ingresen en la nueva etapa de la pandemia lo hagan –lo hagamos– con la decisión necesaria para restablece­r la vida normal de la república, pero también con la prudencia que demanda una situación sanitaria que aún no está enterament­e controlada.

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