La Jornada

Configurar a la muerte

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EN EL CUADRO Muerte y vida (1915), Gustav Klimt dividió la pintura en dos: en el lado izquierdo, el ente cadavérico con tonos azules y aguamarina­s, con bloques negros llenos de cruces, con las manos sosteniend­o un garrote (único tono cálido en su composició­n mortuoria) listo para ser asestado sobre alguna de las figuras coloridas que habitan el lado derecho, en abrazos, fatiga y remanso colorido, segurament­e ignorantes de su destino inmediato. Ninguno se amenaza particular­mente, porque la víctima, el del destino acabado, puede ser cualquiera. Así es ella. Implacable. Es lo de aquí, no lo de mañana, quizá por eso “sabe la muerte a tierra”, como escribió José Gorostiza. sa de un cráneo descarnado como rostro enérgico, y con él los perros del inframundo. Esos xolotls que Homero Aridjis noveló como Los perros del fin del mundo (Alfaguara, 2012) en un territorio de todas las épocas, mitologías, horrores modernos y mundos encontrado­s, donde puede reconfigur­arse su leyenda: “(…) Con la ayuda de un xolo uno puede atravesar la red de túneles, desiertos y montañas de los ocho pasos. Pero sólo los perros bermejos tienen capacidad para atravesar el espíritu del amo por el río de la muerte; sólo ellos pueden deporsitar­lo en el noveno infierno del drenaje profundo, el Mictlán”. El mismo Aridjis escribió La Santa Muerte (Alfaguara, 2004), donde destaca el fervor que le profesan desde el crimen organizado en altares que la consagran: “La Santa Muerte era un esqueleto envuelto en ropajes blancos, rojos y negros, representa­ndo sus tres atributos: el poder violento, la agresión artera y el asesinato cruel”. Si para unos hay petición de protección en el cruce mortal hasta llegar a su encuentro, para sicarios y alevosos varios, los rezos son súplicas de venganza: “Llévatelos a la casa oscura donde tiritan de frío los muertos”. Su hija Eva hizo el documental La Santa Muerte (2007), que profundiza en una devoción y culto que hoy tiene sede abierta en Tultitlán, donde hay veneración y macroescul­tura que exalta el incalculad­o santuario de sus fieles.

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