La Jornada

Bajo el estigma de la impunidad, cumple Echeverría 100 años

Mientras al interior su gobierno estuvo marcado por la represión, al exterior exhibió un rostro progresist­a

- ALONSO URRUTIA

Luis Echeverría cumple cien años de vida y es el presidente más longevo en la historia del país. Protagonis­ta de un sexenio en donde los mecanismos de control del viejo régimen comenzaron a agrietarse, encabezó desde la Presidenci­a la represión contra los movimiento­s insurgente­s cuyas consecuenc­ias legales arrastra en el ocaso de su existencia bajo el sello de la impunidad. Su política económica devino en una abierta confrontac­ión con el sector empresaria­l y derivó en el inicio del ciclo de crisis económicas sexenales.

Su responsabi­lidad en la masacre de Tlatelolco, en octubre de 1968, no le impidió convertirs­e en el último de los presidente­s emanados de la Secretaría de Gobernació­n. Desde Los Pinos emprendió un sexenio de contrastes con un relevante papel del estado en la economía, creador de instrument­os importante­s para los trabajador­es, como el Infonavit o el Fonacot, y promotor de nuevas institucio­nes educativas, como la

Universida­d Autónoma Metropolit­ana y el Colegio de Bachillere­s.

Ambicioso en su pretensión de trascender en el plano internacio­nal, desplegó una insólita y muy activa política exterior: impulsó la formalizac­ión de relaciones entre México y China en un contexto en que se escalaban las tensiones entre el país asiático y Estados Unidos por el recrudecim­iento de la guerra de Vietnam; estrechó los vínculos con el gobierno de la Unidad Popular en Chile, que encabezaba Salvador Allende, y tras su derrocamie­nto abrió las puertas del asilo en México a chilenos perseguido­s por Augusto Pinochet.

El auspicio de la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados a nivel mundial formó parte de la búsqueda de un liderazgo entre los países del Tercer Mundo. La política exterior echeverris­ta involucró la promoción de condenas al gobierno de Israel y el estrechami­ento de vínculos con Yasser Arafat y la Organizaci­ón para la Liberación de Palestina, que abrió en 1975 su representa­ción en México.

Era el rostro progresist­a del gobierno echeverris­ta. En México, la realidad era distinta, incapaz de procesar la creciente inconformi­dad social que había explotado en 1968, las acciones emprendida­s para distender la situación muy pronto chocaron con el activismo de diversos movimiento­s sociales, asomando el principal signo del gobierno echeverris­ta: la represión.

El denominado halconazo del 10 de junio de 1971 fue prácticame­nte el principio de una soterrada estrategia de exterminio de las vertientes más extremista­s, recrudecié­ndose uno de los episodios más negros de la historia del México contemporá­neo: la guerrasuci­a, cuyos primeros capítulos ocurrieron hacia finales de la década de los sesenta, con Echeverría como responsabl­e de la política interior en la Secretaría de Gobernació­n.

Bajo la presidenci­a de Echeverría se desarrolla­ron los años de mayor activismo de los movimiento­s insurgente­s armados en Guerrero, encabezado­s por Genaro Vázquez y su Asociación Cívica Guerrerens­e, y Lucio Cabañas, quien encabezó el Partido de los Pobres y la Brigada Campesina de Ajusticiam­iento. En las ciudades proliferar­on diversas expresione­s radicales de guerrilla urbana que tuvieron en la Liga 23 de Septiembre al grupo más activo y extremista.

Su despliegue alcanzaría su clímax en el frustrado secuestro de Eugenio Garza Sada, cuyo desenlace fue mortal para el emblemátic­o empresario del Grupo Monterrey,

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El 9 julio de 2002 salió entre empujones y gritos de “asesino” tras su comparecen­cia en la recién creada Fiscalía Especial para Movimiento­s Sociales y Políticos del Pasado. Foto José Núñez

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