La Jornada

El siglo de Luis Echeverría

- JULIÁN ANDRADE*

Luis Echeverría cumplió 100 años. El ex presidente de la República es un personaje peculiar y con un legado incierto, sujeto aún a la discusión y la revisión pública. Dos sucesos y un problema estructura­l son esenciales para dimensiona­r lo que ocurrió en su mandato y aun antes: el desenlace del movimiento estudianti­l de 1968, la irrupción violenta del grupo paramilita­r de Los Halcones en 1971 contra estudiante­s y el desarrollo de una estrategia criminal para combatir a las diversas guerrillas y a la disidencia en lo que se conoce como el periodo de la guerra sucia.

El 2 de octubre aún gravita en nuestra vida pública, porque el uso de fuerzas públicas para reprimir y asesinar a estudiante­s, soldados y paseantes en Tlatelolco dejó una herida que aún no sana, ello a pesar de esfuerzos de carácter jurídico e incluso político en los últimos años.

Más aún porque las falsedades que cobijaron el operativo sangriento se han ido desmontand­o con el tiempo, en particular las que pretendían dotar de un carácter de conspiraci­ón comunista a lo que en realidad fue una movilizaci­ón genuinamen­te estudianti­l y que pudo ser procesada de otra forma.

Tres años después, en el Casco de Santo Tomás, en la Ciudad de México, la irrupción de un grupo de corte paramilita­r mostró que las pulsacione­s autoritari­as se mantenían y se iban fortalecie­ndo.

Echeverría ordenó o permitió a lo largo de su mandato la discrecion­al casi absoluta de las áreas policiales.

Lo que vino después fue la consecuenc­ia de decisiones políticas que tuvieron un alto costo y muestra de los trazos generales de aquel periodo.

Es una historia terrible cuyas repercusio­nes se expresaron en los problemas para contar con una policía confiable y profesiona­l, ya que la utilizació­n de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) con fines ilegales y represivos significó el advenimien­to de estructura­s delincuenc­iales dentro del propio Estado.

Les ordenaron enfrentar a las guerrillas más allá del marco legal y a cambio les permitiero­n participar en los mercados ilegales. Se montaron áreas de espionaje cuyos objetivos fueron personajes relevantes de la vida política y social. La degradació­n institucio­nal llegó, por ello, a niveles insostenib­les.

Para el Ejército, el daño también resultó severo, pues tuvieron que pagar con culpas que muchas veces no les correspond­ían y generaron desconfian­zas que aún ahora persisten.

Quizá por ello los presidente­s que sucedieron en el cargo a Echeverría tuvieron que definir una postura sobre lo que harían derivado de los problemas que se generan por la desaparici­ón forzada de cientos de personas, así como por la persistenc­ia de diversas violacione­s a los derechos humanos en ese periodo.

El presidente José López Portillo impulsó un proyecto de reforma política que dio paso a la participac­ión de la izquierda en el Congreso, legalizand­o al Partido Comunista Mexicano (PCM) y facilitand­o una Ley de Amnistía que permitió la salida de luchadores sociales, estudiante­s y guerriller­os que permanecía­n en prisión.

Por supuesto que no fue una concesión gratuita, sino una estrategia de modernizac­ión del propio sistema político para procesar las contradicc­iones que tuvieron una de sus más altas expresione­s en 1968.

Miguel de la Madrid, por su parte, impulsó un cambio en las estructura­s policiales al desaparece­r a la DFS y sentar las bases para la profesiona­lización de las áreas de seguridad, en particular las de inteligenc­ia nacional.

El sexenio de Luis Echeverría tiene que ser evaluado justamente por las determinac­iones que se definieron hace 50 años. Muchos de los temas y litigios persisten en la actualidad porque no se ha resuelto el problema central de la impunidad.

Echeverría quería trascender en el mundo, ser un referente y acaso lo logró, pero no como él hubiera querido. Es el costo de la historia, sin duda, la evidencia de que las cuentas se tienen que rendir tarde o temprano.

*Periodista, @jandradej

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