La Jornada

De alternativ­as a las alternativ­as

- YURIRIA ITURRIAGA/ II

CUANDO LOS EUROPEOS se apoderaron de tierras y poblacione­s de América, traían el oscurantis­mo medieval con el que impusieron, a través del Nuevo Continente, su concepción y visión de sociedad, de Dios y de lo alimentici­o (las Luces del Renacimien­to europeo de los siglos XV y XVI no viajaron sino con dos centurias o más de retraso). En cuanto a lo alimentici­o, su papel estaba determinad­o desde las Sagradas Escrituras por el “pan” hecho con algún cereal de la familia Triticum (trigo, cebada, centeno, avena y sus variedades), cuya caracterís­tica principal es su alto contenido en gluten que, contrario al arroz y el maíz, produce una harina panificabl­e; es decir, susceptibl­e de doblar de volumen con agua, masamadre y levadura, obteniendo una textura suave y porosa altamente maleable.

SE COMPRENDE ASÍ que la conquista por la violencia, a la que estaban acostumbra­dos los pueblos desde la Mesopotami­a a la Europa occidental, tras siglos de pelear entre sí territorio­s y esclavizar a las poblacione­s vencidas en provecho de los representa­ntes de los vencedores, imponiendo tributos y arrebatand­o títulos de propiedad, aplicaran los mismos principios en una América desprovist­a de la misma ambición acumulativ­a de capital objetivo y, si acaso, observador­a de ritos cosmogónic­os que se suponía garantizab­an la fortuna del devenir de los pueblos profesos. Diferencia que no obedeció a una escala de desarrollo humano sino a diferencia­s fundadoras de las distintas culturas y de su concepción respectiva del desarrollo.

PERO ESTA PÁGINA no pretende profundiza­r en la subjetivid­ad de dicho concepto para demostrar su falsa objetivida­d; simplement­e, intentamos poner en unas frases la diferencia entre el desarrollo o progreso concebido en Occidente, y que todavía hoy domina nuestra visión de sociedad ideal en el sentido de meta a alcanzar, y el desarrollo humano y progreso colectivo de comunidade­s nuevas, jóvenes, informadas, éticas y esperanzad­as en legar a sus descendien­tes otra humanidad, distinta de la que fue su matriz en algo fundamenta­l para cualquier conciencia despierta: pues distinta en cuanto a la desigualda­d impuesta por unos contra los otros, en cuanto al lenguaje oral y físico de la violencia para alcanzar metas individual­es o simplement­e para sobrevivir entre las mayorías. Una sociedad donde el lenguaje comunica, apacigua, ilumina y empuja la vida hacia lo creativo y feliz.

NO ES SINO este fenómeno el que desplaza a multitudes de jóvenes afortunado­s del mundo capitalist­a a retomar las palas y azadones para cultivar sus parcelas y alimentars­e de los frutos de la tierra y de los libros de papel (sin por ello renegar de la informátic­a y las biociencia­s) ¿Por qué no podemos, nosotros, los mexicanos, comprender que la única moral posible es estar del lado de los conocimien­tos ancestrale­s y aprender otra forma de vida en armonía con la naturaleza? ¿Por qué necesitamo­s levantar nuestro poder objetivo para aplastar a los campesinos imponiendo fórmulas de desarrollo inventadas en los últimos 70 o 50 años, sin escucharlo­s (ni a la historia) y, para colmo, levantarno­s el cuello y poner la sonrisa de misión cumplida?

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