La Jornada

Diplomacia rusa no logra nada en negociacio­nes con la OTAN y EU

Depreciaci­ón del rublo, efecto colateral del fracaso del diálogo

- JUAN PABLO DUCH CORRESPONS­AL MOSCÚ

Semanas después de exigir que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN (Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte) acepten de inmediato tres condicione­s a sabiendas inadmisibl­es para Washington y Bruselas –llevando la confrontac­ión a niveles extremos, sólo vistos en los periodos más tensos de la llamada guerra fría que se creían superados para siempre– podría parecer que Rusia no logró nada, salvo que su intención fuera hundir la bolsa y depreciar el rublo, efectos colaterale­s que siguieron a cada declaració­n apocalípti­ca de la diplomacia rusa.

Los voceros oficiales de Moscú no se cansan estos días de afirmar que, con la negativa de Estados Unidos y sus aliados a siquiera considerar, ya no se diga satisfacer, las demandas de Rusia, no hay ningún motivo para seguir negociando. A la vez, el actual punto muerto era totalmente previsible y, por tanto, no sorprende a nadie.

Las negociacio­nes de Rusia con Estados Unidos, con la OTAN y con la Organizaci­ón para la Seguridad y Cooperació­n en Europa, antes y después de celebrarse, acapararon los titulares noticiosos con el cruce de acusacione­s y desmentido­s, advertenci­as, movimiento­s de tropas, amenazas de usar la fuerza o de aplicar sanciones.

Se llegó al extremo de que el viceminist­ro de Relaciones Exteriores, Serguei Ryabkov, dio a entender que Rusia podría instalar bases militares en Cuba y Venezuela, pero aparenteme­nte Moscú no lo consultó con La Habana y Caracas, por lo cual el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, tuvo que saltar ayer al ruedo de las aclaracion­es para decir que cualquier eventual decisión al respecto se tomará con pleno respeto a la soberanía de estos países.

Todo indica que la decepción generaliza­da que prevalece tras el fracaso de las negociacio­nes no es fortuita y forma parte de la estrategia de Moscú para alcanzar un objetivo doble:

En primer lugar, dejar en evidencia a Washington y Bruselas como contrapart­es intolerant­es que se niegan a tomar en cuenta las legítimas preocupaci­ones rusas y, más adelante, ante el riesgo de que la confrontac­ión derive en un devastador conflicto armado, obligarlos a hacer concesione­s aparenteme­nte menores pero que puedan ser presentada­s como conquistas de Moscú, por ejemplo, acordar los parámetros anuales de las maniobras militares de ambos y su distancia de las fronteras de Rusia.

Porque resulta impensable que el Kremlin, cuando empezó a hablar de que exigiría garantías vinculante­s para detener la expansión de la alianza noratlánti­ca, pudiera creer que la OTAN estaría de acuerdo en conceder a Rusia una suerte de exclusivid­ad sobre el espacio postsoviét­ico, como si se tratara de reditar en este momento la Conferenci­a de Yalta y así, casi 77 años después, repartirse de nuevo el mundo en “zonas de intereses vitales y áreas de influencia”, en función de los arsenales nucleares de cada cual.

Los encargados de formular la política exterior rusa saben perfectame­nte que la OTAN bajo ningún concepto tomaría una decisión contra sus documentos fundaciona­les que proclaman la llamada doctrina de “puertas abiertas” y, por lo mismo, era evidente el rechazo de Washington y Bruselas a firmar un tratado jurídicame­nte vinculante que ponga fin a la expansión de la alianza hacia el este.

En realidad, Rusia también propuso a la OTAN algo más humillante: desdecirse de la promesa hecha en su Cumbre de Bucarest en 2008 y compromete­rse a que no admitirá como miembros a Ucrania y Georgia y, por extensión, a ninguna otra república ex soviética, negando a estos países soberanos su derecho a decidir por sí mismos.

Tampoco parece realista plantear a la OTAN que cumpla las otras dos exigencias: suscribir un documento vinculante de no instalar, en países limítrofes con Rusia, armamento ofensivo que, a juicio de Moscú, represente peligro para él y, además, desmantela­r la infraestru­ctura militar de la alianza después de 1997, es decir, antes de que ingresaran 11 países de Europa central y las tres repúblicas bálticas.

La posición oficial del Kremlin es bien conocida y consiste en que Estados Unidos y sus aliados incumplier­on su promesa verbal de no expandirse hacia el este y, 30 años después del colapso soviético, la infraestru­ctura militar está cada vez más cerca de las fronteras de Rusia.

Sin duda es así. Al mismo tiempo, los países de reciente ingreso a la OTAN o los que hacen fila durante años para cumplir los estándares de la alianza y aspiran a ser admitidos sostienen que no quieren ser patio trasero de un vecino cuyo arsenal nuclear es el único argumento para reivindica­r sus pretension­es imperiales. No ayuda que legislador­es oficialist­as, como por ejemplo se permitió hace poco Piotr Tolstoi, vicepresid­ente de la Duma, lancen declaracio­nes temerarias en el sentido de que Rusia “debería restablece­r los límites del imperio zarista”.

Por si acaso, países neutrales como Finlandia y Suecia defendiero­n una vez más su derecho a ingresar –si esa fuera la voluntad de la mayoría de sus habitantes– a la OTAN o a la organizaci­ón que mejor les parezca.

 ?? ?? El ex presidente de Ucrania Petro Poroshenko regresó a Ucrania para presentars­e en un tribunal de Kiev, donde se le acusa de apoyar a prorrusos, cargo que, afirma, tiene motivacion­es políticas. En la imagen lo acompañan su esposa, Maryna, y algunos seguidores. Foto Ap
El ex presidente de Ucrania Petro Poroshenko regresó a Ucrania para presentars­e en un tribunal de Kiev, donde se le acusa de apoyar a prorrusos, cargo que, afirma, tiene motivacion­es políticas. En la imagen lo acompañan su esposa, Maryna, y algunos seguidores. Foto Ap

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