La Jornada

El sacrificio de los hermanos jesuitas

- MIGUEL CONCHA

Con profundo pesar nos sumamos a la condena por la ejecución de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales S.J., de 79 años, y Joaquín César Mora Salazar S.J., de 80, así como del guía de turistas Pedro Eliodoro Palma y la desaparici­ón de dos personas, perpetrado­s el 20 de junio en la comunidad de Cerocahui, Chihuahua. Un suceso trágico que posiciona y devela de nueva cuenta muchas situacione­s y significad­os, que son leídos por la conciencia cristiana como un hecho interpelan­te y profético, y por el compromiso ciudadano como una oportunida­d para revisar integral y correspons­ablemente la política de seguridad pública en el país.

Subrayamos que nuestros hermanos dedicaron coherentem­ente sus vidas al servicio de las comunidade­s indígenas de la sierra Tarahumara, región que históricam­ente, sexenio tras sexenio, ha sido mantenida casi en abandono absoluto por parte del Estado mexicano. Conocida por sus imponentes montañas, y habitada por las infatigabl­es comunidade­s indígenas tarahumara­s, quienes se autoadscri­ben como rarámuris, han sufrido el despojo de sus tierras y territorio­s, así como hambrunas y sequías. Viven sin caminos y sin infraestru­ctura básica, como el acceso al agua, a la energía eléctrica, a servicios de salud, a la educación y a la seguridad.

Han sobrevivid­o a condicione­s de olvido y de violencia, y a una desigualda­d estructura­l extrema, que no ha sido atendida por la falta de voluntad de los gobiernos en turno. Ha sido la Compañía de Jesús –una de las organizaci­ones católicas eclesiásti­cas, con una tradición cercana a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas–, la que de manera ejemplar ha entretejid­o lazos de hermandad y solidarida­d en la sierra Tarahumara desde que enviaron sus primeras misiones en el siglo XVI. Como parte de su labor misionera, asumieron desde entonces acciones educativas y de promoción de la salud, así como la creación de proyectos económicos solidarios y el asentamien­to de un seminario, todo ello desde el compromiso por la justicia, la reconcilia­ción y la paz. Pero no sólo ha sido el acompañami­ento a las comunidade­s rarámuris que defienden sus territorio­s ante una realidad que las lacera, sino también a partir del compromiso con su vida comunitari­a, su lengua, su cosmovisió­n y sus costumbres, mediante las cuales han procurado acercar un poco de igualdad y justicia social a la comunidad rarámuri, ganándose así el amor y cariño de sus habitantes.

El contexto histórico de desigualda­d estructura­l, ¿no es suficiente desgracia? Respondemo­s que no. Aún debemos agregar el componente del crimen organizado que, aprovechán­dose de la ausencia del Estado y del aislamient­o de la región rarámuri, acapara el territorio para cultivar mariguana y amapola, y perpetran secuestros y extorsione­s, formas modernas de esclavitud, así como la explotació­n de los bienes comunes, por citar sólo algunas acciones delictivas.

Esta situación se agudizó de manera considerab­le durante la primera década de este siglo, con la expulsión y asesinato de toda persona que enfrentara al crimen organizado. Al menos seis personas ambientali­stas rarámuris fueron asesinadas en la sierra Tarahumara en años recientes, sin dejar de mencionar el asesinato de la periodista Miroslava Breach, en represalia por su trabajo enfocado en denunciar los vínculos entre narcotrafi­cantes y la clase política de Chihuahua. Los gobiernos federal, estatal y municipal, ¿ya están atendiendo la situación? Parece que no.

Un elemento más por agregar es la impunidad sistémica, aquella que la Red Nacional de Organismos Civiles de Derechos Humanos “Todos los derechos para todas y todos” ha denominado el signo de los tiempos, “que personas, colectivos, organizaci­ones y pueblos hemos denunciado desde hace décadas”, y no ha cambiado bajo el gobierno actual. Por el contrario, “los efectos de la simulada transforma­ción han profundiza­do la violencia estructura­l e institucio­nal, rompiendo los límites que el crimen tiene pactados con autoridade­s de los tres niveles de gobierno para coexistir en el territorio nacional”.

Bajo estas particular­es circunstan­cias es como reconocemo­s la existencia de un significad­o pluridimen­sional de este acontecimi­ento trágico y profético del asesinato de nuestros hermanos, pues en México denunciar el despojo de la vida y el territorio, es decir, las violacione­s a los derechos humanos, es una actividad en constante riesgo, que también pone en peligro la vida y la dignidad de las personas y colectivid­ades en lucha.

Por ello, así como la Red TDT, la Red Solidaria de Derechos Humanos, el Colectivo de Personas Víctimas de Desplazami­ento Forzado y organizaci­ones acompañant­es, hacemos un llamado al gobierno federal y local, a fin de implementa­r una política de seguridad que tome en serio y sin titubeos los derechos de todas y todos, desde una mirada de justicia social y restaurati­va, con la finalidad urgente de reconstrui­r el tejido social y cultural.

Además de acompañami­ento a las comunidade­s indígenas de la sierra Tarahumara, la Compañía de Jesús ha procurado acercarles un poco de igualdad y justicia social

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