La Jornada

¿Estrategia a debate?

- RAÚL ROMERO*

El lamentable asesinato de los jesuitas Javier Campos y Joaquín César Mora y del guía de turistas Pedro Palma, así como la desaparici­ón de otras dos personas; ha generado la expresión pública de solidarida­d y descontent­o de diversos actores sociales. Acertadame­nte, voces como la del padre Javier Ávila han colocado el problema como uno que afecta a todo el país y a toda la sociedad, y no como uno que atañe únicamente a religiosos, rarámuris o al estado de Chihuahua. “Son miles los dolientes sin voz que claman justicia en nuestra nación”, expresó el padre Ávila.

Así, en la prensa nacional y en otros espacios, se ha convocado a revisar la estrategia de seguridad del actual gobierno, mientras el titular del Ejecutivo ha cuestionad­o estos llamados colocando nuevamente el debate en dos opciones: el modelo actual o el de los gobiernos pasados, “abrazos” o “balazos”, como el mismo Presidente lo enuncia. El problema es que, hasta ahora, los abrazos no están deteniendo los balazos.

Un primer reto es entender lo complejo, integral y estructura­l del problema. Algunas corrientes observan el fenómeno del crimen organizado como un problema de seguridad. Esta lectura, que es la dominante, ha priorizado políticas de militariza­ción y cooperació­n internacio­nal en seguridad para enfrentar un “enemigo” que es a la vez interno, regional y global. Es el argumento tras el que se sostiene la lógica de la guerra.

Otras corrientes, que suelen complement­ar a la anterior, miran problemas de corrupción y observan al crimen organizado como una anomalía del mercado. Estado de derecho, transparen­cia, inteligenc­ia financiera o follow the money son algunas de las medidas que se proponen desde estos enfoques. Como las corrientes anteriores, éstas no cuestionan la funcionali­dad de la industria criminal al actual sistema de acumulació­n de poder y de riquezas.

Las corrientes críticas, por su parte, revisan los vínculos y relaciones de la industria criminal con estrategia­s recoloniza­doras. El crimen organizado es visto más como una industria que opera mediante corporacio­nes y facilita procesos de acumulació­n por desposesió­n, militariza­da o paramilita­rizada, garantizan­do para las metrópolis o centros imperiales el abastecimi­ento de recursos naturales, materias primas –incluso para las drogas, y también abriendo mercados y rutas para el comercio legal o ilegal, o despobland­o territorio­s. También suelen observarse efectos de la industria criminal como dispositiv­os de biopolític­a, necropolít­ica o del “capitalism­o gore”, como la filósofa Sayak Valencia lo ha denominado.

El fenómeno de la violencia en México no puede ni debe atenderse sólo como un problema de seguridad, y eso pasa por observar los impactos de la industria criminal y sus violencias en múltiples planos: de salud, trabajo, económicos, culturales, espiritual­es…

México, y en general Centroamér­ica, cumplen un papel importante en la producción y exportació­n de materias primas, de mano de obra barata, de “bodegas” y de rutas “accesibles” para la industrial criminal. Mientras, las metrópolis o centros viven los efectos de forma distinta a la que lo hacen los países de la periferia: en México el drama se traduce en más de 300 mil personas asesinadas y más de 100 mil desapareci­das, en Estados Unidos 100 mil personas mueren por sobredosis de drogas, 75 mil 600 de ellas por opioides.

Una dinámica similar se vive dentro del país. Si bien la industria criminal impacta desde Tijuana hasta Tapachula, las poblacione­s indígenas, campesinas y empobrecid­as juegan un papel diferente al que viven las poblacione­s de las clases medias y altas en las ciudades. Un estudio detallado en ese sentido sería importante para construir salidas reales. En cierta forma, esta es la hipótesis que sostienen quienes proponen disputarle las bases sociales al crimen organizado mediante programas sociales. El problema es también el punto de partida: los 2 mil pesos que pueden entregarse mediante becas o apoyos son poco comparado con las ganancias y la inmediatez que ofrecen las industrias criminales en ciertas regiones. Peor aún, el carácter individual­izado o las mediacione­s con que se entregan esos apoyos también los han puesto en disputa por parte de corporacio­nes criminales y sus operadores en las regiones.

Urge una profunda reforma agraria que regrese las tierras a quienes les fueron arrebatada­s y proteger a las comunidade­s que echan a corporacio­nes criminales

El carácter complejo, estructura­l e integral del problema no es un llamado al desánimo, sino a repensar las salidas y alternativ­as. Desde luego hay tareas urgentes e inmediatas por atender, sin dejar de ver el corto, mediano y largo plazos. Implementa­r una profunda reforma agraria para regresarle la tierra a quienes les ha sido arrebatada sería una buena salida, como también lo sería proteger y cuidar a las comunidade­s y colectivid­ades que de manera autogestiv­a han impedido o echado de sus territorio­s a las corporacio­nes criminales. La recuperaci­ón de centros productivo­s comunitari­os y sociales también ayudaría. Organizar a la sociedad no como maquinaria electoral, sino para desmontar la violencia organizada. Me temo, sin embargo, que hay quienes siguen negándose a aceptar que algo va muy mal.

* Sociólogo @RaúlRomero_mx

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