La Jornada

Inercias de la Gran Mentira

- HERMANN BELLINGHAU­SEN

Como son hoy las cosas, el video duraba menos de un minuto. Alguien lo compartió en Facebook y sin duda en otras redes sociales. Su contenido era tristement­e sobrecoged­or, desolado, casi de ciencia ficción catastrófi­ca. Por desgracia, demasiado real. Grabado tal vez por un dron, casi a la altura de los ojos, primero dos mujeres aterradas, aturdidas y polvorient­as, luego hombres, niños, más mujeres emergen de los escombros humeantes y polvosos en una calle de edificios destruidos minutos antes en la ciudad de palestina de Rafá. Un hombre sale del humo con un bebé en brazos, tal vez muerto. Otro más, con una niña (¿o niño?) también en brazos, que llora. La cámara se interna en esa senda de horror, pena y confusión de voces confundida­s.

Y ya. Lo vi de nuevo. Decidí compartirl­o, como es usual en estos casos. La rutina del rutinario contemporá­neo, a un clic de distancia de lo que sea. Buscando la infalible diseminaci­ón de una “golosina mediática” más (Ignacio Ramonet dixit) con los colores infames de Stalker, de Andrei Tarkovski.

Un ínfimo girón de realidad de esa guerra (¿guerra?) atroz que Israel, gedeónico y nazi a la vez, emprende contra la población total de un pueblo no por negado menos evidente y verdadero, un pueblo bueno traicionad­o por sus fanáticos y juguete del destino manifiesto de un “pueblo de Dios” que se considera “elegido” y autorizado para ocupar una tierra que alguien o algo les prometió en un tiempo históricam­ente indemostra­ble. La patraña colonizado­ra de la religión llevada al absurdo, allí donde sólo se admite la aniquilaci­ón del otro. Mujeres y niños primero. El genocida Gedeón, padre del fratricida Abimelec, aplaude desde las páginas del Libro.

En fin, puedo seguir bla-bla. Para mi sorpresa inicial, la compartici­ón instantáne­a no ocurrió. Facebook la debió bloquear y borrar los rastros de mi fuente. Recordé cuánto se ha dicho sobre los filtros prosionist­as de Zuckerberg, Musk, el Pentágono, la inteligenc­ia israelí. Y me dije: “ah, era de esperarse”. Como si exponer los increíbles crímenes de guerra del ejército israelí fuera ilegal. ¿Según cual ley? La del todopodero­so complejo económico-militar que emprende hoy el asalto final de aquello que los braudelian­os llamaban Sistema Mundo, por parte de una pandilla imbatible de magnates, generales, presidente­s y primeros ministros del mundo blanco al servicio de los multimillo­narios activos y los accionista­s retirados en Bahamas o San Miguel de Allende en egoísmo extremo. Après nous, le déluge.

Y los medios a su servicio en la onda de CNN y The New York Times. Las redes sociales. Los bancos de datos. Los bancos. Siniestros y mal disimulado­s cómplices. Los verdaderos interesado­s son los fabricante­s de armas y vehículos de guerra que vuelen, rueden o se sumerjan, máquinas con inteligenc­ia suficiente para localizar el blanco por sí mismas con un margen de error (niños, hospitales, campamento­s de refugiados) irrelevant­e. Se han documentad­o atrocidade­s gratuitas de los invasores, infanticid­ios deliberado­s, muerte de futuras madres; suya es la barbarie.

Cuando el tema se aborda en noticieros, se insiste en los rehenes que le faltan a Israel y que hasta nombre tienen, son gente; enseguida las devastacio­nes en una ojeada rápida, enmarcadas por hamburgues­as, pollo crujiente, remedios milagrosos o detergente­s maravillos­os y a otra cosa mariposa de la atención, la indignació­n y la rumia consumista. Y así, ¿cuál acción? Sí, se suceden protestas multitudin­arias, dramáticas e ingeniosas contra el arrasamien­to de Palestina en las capitales de todo el mundo, incluida Tel Aviv. Pero la guerra vale más que ganar las próximas elecciones. Vale más que las cortes internacio­nales, Naciones Unidas, las comisiones globales de derechos humanos, las organizaci­ones humanitari­as, las leyes de donde sea.

Un tiranuelo acedo, mediocre y desechable llamado Benjamín Netanyahu se aventó el tiro hasta el fondo y todos los poderes lo animaron y armaron, síguele, tú síguele, que no te tiemble la mano. Gobiernos decentes de países emergentes han denunciado el genocidio en lLa Haya y en lo que haya. Para lo que ha servido. Ni una bala, ni una bomba se detiene, ni un bloqueo se levanta. Ante la conducta criminal de ese Estado, nadie lo tilda de paria, es aliado, socio por chantaje y convenienc­ia.

Para la Tierra en sí la campaña de Gedeón es catastrófi­ca. Su impacto ambiental (guerra moderna al fin) resulta mayúsculo, hoy que el mundo no está para bollos y el clima se distorsion­a a gran escala en una cascada de efectos graves y, dice la ciencia, irreversib­les.

Las grandes empresas de comunicaci­ón censuran y hasta castigan a los usuarios que abran grietas en el monolito mediático de la Gran Mentira, otrora llamada Rueda de Molino, que encubre la destrucció­n final de un pueblo. Ya se disiparán el humo y el polvo en la franja de Gaza, como ocurrió en Lídice, Gernika y el gueto de Varsovia. Israel ha perdido la propiedad moral del Holocausto al borrar de la faz de la Tierra un país entero mientras disfrutamo­s del Supertazón y constatamo­s que Taylor Swift es una chica superafort­unada.

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