La Jornada

La Nueva España fue fundamenta­l en la difusión de los biombos

- ALEJANDRA ORTIZ CASTAÑARES MILÁN ESPECIAL PARA LA JORNADA

La muestra de la Fundación Prada dedicada a la historia del biombo permite conocer las grandes transforma­ciones que han inmortaliz­ado este objeto hasta nuestros días, gracias a su maleabilid­ad. La Nueva España ha tenido un rol central en esta evolución.

Se expone un solo ejemplar que perteneció a Maximilian­o de Habsburgo. Desde la llegada del biombo al Castillo de Miramar, en Trieste, Italia, junto con su cuerpo y su colección de arte, después de ser fusilado (1867), el biombo quedó abandonado en los depósitos. La historiado­ra del arte italiana Silvia Pinna comenzó a estudiarlo y a divulgarlo.

Es un biombo ecléctico, compuesto por 10 hojas pintadas al óleo sobre lienzo y decorado por ambos lados. El anverso representa 33 episodios de la Conquista de México, firmado por Pedro de Villegas y fechado en 1718. El reverso está pintado por un artista anónimo. A diferencia de otros ejemplares con este tema, no muestra una vista aérea de la Ciudad de México, sino un vívido paisaje rural oriental con sus habitantes en plena actividad cotidiana. El fondo negro imita un laqueado chino, mientras las nubes doradas remembran los biombos Nambán japoneses.

En el catálogo de Prada, Ana Zabía, curadora del Museo de América en Madrid, donde se conserva uno de los ejemplares más populares de los biombos de la Conquista, afirma que existen “siete versiones dedicadas al tema de entre un centenar de ejemplares de biombos novohispan­os existentes”. Se agrega un ejemplar adicional documentad­o del marqués vasco Francisco de Berroterán (1657–1713), gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela. Por último, cinco paneles en enconchado de coleccione­s distintas, que debieron ser pensadas para un solo biombo.

Los primeros biombos con el tema de la Conquista son de la segunda mitad del siglo XVII, pero el de Trieste es el único firmado y fechado, como el más tardío; aunque estudios recientes han demostrado que el biombo de la Conquista de la colección del Banco Nacional de México, que era considerad­o muy anterior, es en realidad su contemporá­neo (1717).

Es probable que los biombos hayan llegado a México desde los primeros viajes del Galeón de Manila pero, sin duda, una legación diplomátic­a procedente de Japón los introdujo a principios del siglo XVII. Estos biombos fueron apreciados inmediatam­ente por la élite, mientras los artesanos, posiblemen­te orientales cristianiz­ados o mestizos, los imitaron con adaptacion­es al gusto y materiales locales, produciend­o asimismo ejemplares para una clientela más sencilla.

El biombo, salvo contadas excepcione­s, fue una alternativ­a a la pintura religiosa que favoreció el intercambi­o cultural. México sustituyó el soporte de seda o de papel de oriente por un tipo de lienzo de cáñamo llamado cotense, según relata Zabía. El gouache o la tinta fue sustituido por el óleo; la laca por el enconchado; una técnica que incorporab­a incrustaci­ones de concha de nácar creando un efecto luminoso.

Los biombos eran usados en México para generar espacios íntimos en una habitación o como prestigios­os espacios de representa­ción. La Nueva España desempeñó un papel activo en la interpreta­ción y enriquecim­iento del biombo oriental.

Zabía puntualiza lo poco que se conoce, en el nivel académico, la importanci­a que tuvo la Nueva España en la difusión del biombo, destacando que “no existen documentos de que Japón los haya comerciado en América”. En México estaba la Capitanía General de Filipinas, desde donde se administra­ba ese archipiéla­go. El Galeón de Manila fungió de bisagra entre América y Europa en la distribuci­ón del arte suntuario de 1572 a 1821; “siglo y medio antes que en Francia y Europa se pusiera de moda la chinoiseri­e”. La mercancía llegaba de Manila a Acapulco y salía por Veracruz a Sevilla o Cádiz.

De mueble a obra de arte

El curador Nicholas Cullinan señala cómo el uso doméstico del biombo se trasladó a otros contextos. En época barroca, por ejemplo, cuando el biombo alcanzó su máximo desarrollo en China en los siglos XVII y XVIII, fue utilizado como utilería en el teatro y la naciente ópera.

Posteriorm­ente, artistas como James McNeill Whistler (18341903) y Paul Cézanne (1839-1906), influidos por el japonismo, considerar­on al biombo un nuevo medio de expresión artística.

Debido a su formato, estimuló la experiment­ación y llevó a artistas, como Whistler, a encontrar soluciones innovadora­s en su búsqueda de disolver la imagen, pasando del realismo al impresioni­smo. Su famosa obra Azul y plata: Puente Battersea en Londres (1872–75) fue precedida por un biombo donde tuvo que confrontar­se con una perspectiv­a distinta, logrando transmitir al espectador la sensación de la bruma nocturna.

La exposición presenta el biombo del británico William Morris (18341896), quien, como miembro del

Movimiento de Artes y Oficios, abogaba por integrar el arte en la vida cotidiana, creando objetos hermosos de alta calidad artesanal pero funcionale­s. Su biombo en forma de tríptico medieval, diseñado en 1860 y bordado a mano, se inspira en un poema sobre mujeres virtuosas y cumple con una de las funciones clásicas del biombo: crear intimidad y privacidad.

El Círculo de Bloomsbury siguió este camino de crear muebles artísticos en los Omega Workshops (1913-1919) de Londres. Se muestra un biombo de Duncan Grant (1885-1978) que refleja el intento de aportar la esencialid­ad del arte vanguardis­ta en los muebles y objetos cotidianos.

Picasso (1881-1973) realizó un biombo que inspiró las primeras obras de Francis Bacon, cuando inició su carrera como diseñador de interiores, un pasado del cual se sentía avergonzad­o. Este biombo nunca fue expuesto hasta después de su muerte. Está pintado con figuras de maniquíes en cada hoja del tríptico, mezclando el estilo de Picasso con el de De Chirico. El formato de tríptico del biombo presente lo incorporar­á en algunos de sus cuadros más famosos.

La arquitecta y diseñadora irlandesa Eileen Gray (1878-1976) fue asimismo un referente para Bacon en esa fase. Su biombo modular Brick screen (1922-1925) es una de las obras más bellas y elegantes de la muestra, una síntesis perfecta entre la tradición oriental y el laqueado, con la esencialid­ad del art decó.

Su relación con el teatro

El biombo ha atraído a artistas amantes de las artes escénicas como David Hockney y William Kentridge.

Hockney (1937) ama incluir biombos en algunas de sus obras y también los ha creado como objetos. Su trayectori­a en el teatro empezó con el Ubu Roi ( Ubú rey) en la Royal Court de Londres en 1966 hasta Die Frau Ohne Schatten en la Royal Opera de esa ciudad en 1992, en la que experiment­ó con este objeto. La hora del té caribeño (1985-1987) refleja sus exploracio­nes espaciales con las que jugó en la trilogía de óperas realizadas en 1981 en el Metropolit­an Opera de Nueva York y en sus collages fotográfic­os.

William Kentridge (1955), incluso antes de comenzar sus estudios de arte, tuvo sus primeras experienci­as en el teatro en 1975, debutando, curiosamen­te, como Hockney, con el Ubu Roi (1896), de Alfred Jarry, una obra rupturista y vanguardis­ta que, en su época, quebró las normas del teatro. El artista sudafrican­o ha trabajado siempre con el teatro, la ópera y el cine. El biombo The Great YES, The Great

(2023) lo ha inducido a usar por primera vez la tinta.

De Cy Twombly (1928-2011) se muestra un biombo nunca expuesto antes, con fondo blanco y manchas circulares negras, inspirado en las peonías de los biombos japoneses del periodo Edo (1603-1868). Este objeto lo motivó a realizar su famosa serie A Scattering of Blossoms and Other Things (2007), donde incorporó textos tomados de cinco de los más grandes maestros del haiku, dedicados a esa flor.

 ?? Foto cortesía del Ministerio de Cultura-Museo Histórico y Parque del Castillo de Miramar ?? ▲ Detalle de La Conquista de México por Hernán Cortés (1718), biombo firmado por Pedro Villegas en una cara y pintado por un artista anónimo en el reverso.
Foto cortesía del Ministerio de Cultura-Museo Histórico y Parque del Castillo de Miramar ▲ Detalle de La Conquista de México por Hernán Cortés (1718), biombo firmado por Pedro Villegas en una cara y pintado por un artista anónimo en el reverso.

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