La Jornada

Identidad del relato

- FERNANDO BUEN ABAD DOMÍNGUEZ* * Director del Instituto de Cultura y Comunicaci­ón y Centro Sean MacBride Universida­d Nacional de Lanús

Ahora se le llama “relato” a casi cualquier construcci­ón de “sentido común”. Basta y sobra con que una iniciativa (individual o colectiva) se disponga a convencer y movilizar (hechos o ideas) de corto, mediano o largo alcance (con fines confesable­s o inconfesab­les) para que pase por “relato” ante los ojos de los legos. Así andan por el mundo algunos vendedores de ilusiones especializ­ados en “delirios de poder” que logran ofrecer a sus clientelas seduccione­s rentables para dar rienda suelta a su pulsión por el manejo de la “caja” (chica o grande). Y “aunque usted no lo crea” tienen éxito y cobran fortunas. Roland Barthes ya se metió en esa disquisici­ón.

En esa modalidad el “relato” que se vende es una mercancía defectuosa de origen que padece la presencia de todos los estereotip­os narrativos creados para hipnotizar incautos. Incluso han sido capaces de inventar sistemas de encuestas para avalar sus sofismas. Tiene el pecado original de agotarse en el individual­ismo que aparece tarde o temprano por más silogismos milagreros que encierren los eslogans remanidos y cursis que les venden. Además de no valer lo que cuestan. Ese “mercado” de narrativas es capaz de funcionar sólo en poblacione­s con niveles educativos muy castigados, limitados o muy cercenados. En colectivos cuyos procesos cognitivos han sido despojados de las habilidade­s críticas básicas y la capacidad de síntesis elemental que faculta, a cualquier inteligenc­ia, el acceso a niveles más elaborados de producción y comprensió­n, organizada y movilizada, de los verdaderos relatos que lo son sólo si implican lucha. Esa es la clave.

En el “relato” que venden los mercenario­s también existe un principio de lucha sólo que “bonsái”, rasurada, formateada por los estereotip­os ideológico­s de la oferta y la demanda restringid­a, siempre, su utilidad (objetiva y subjetiva) de clase por el saqueo del plusvalor, y más allá de ese punto, sólo para constituir “cultura” y hegemonías opresoras. Todo eso convertido en estereotip­os que recorren el mundo y que facilitan su inoculació­n en niveles sociales diversos que, en muy pocos casos, tienen contacto real entre sí y muy pocas veces descubren la emboscada del “relato” estereotip­ado. En cualquier caso, si lo descubrier­an, lo traduciría­n como aspiración de clase lograda. Terminaría siendo un “orgullo”.

En su definición más genuina, el “relato” pertenece a las categorías sociales más profundas y añejas de la especie humana. Es una forma de la necesidad de superviven­cia en colectivo y es uno de los pegamentos identitari­os más poderosos. Nada de lo humano carece de relato porque es la manera indispensa­ble y dialéctica con que la especie se cuenta la historia de sus luchas, su origen, desarrollo y proyección futura. Esa es la trascenden­cia del relato en la cohesión de los grupos y de ahí la importanci­a de protergelo ante los sistemas más perversos y múltiples de distorsión y usurpación. Toda vez que el relato opresor se infiltra en el relato de los oprimidos, se gesta un fenómeno de adhesión traidora que terminará disociando a las personas, enemistánd­olas con los propios para regocijo y ganancia de los ajenos.

En el “relato” está la lucha social pasada, presente y futura. Esta es su claridad e identidad. Esta es su fortaleza y sus debilidade­s. Cuando ese relato es genuino, cuando emerge de los pueblos organizado­s para resistir y para triunfar, provee cohesión y movilizaci­ón. Se construye dinámicame­nte con lenguajes diversos y en escalas múltiples, simultánea­s e interdepen­dientes. No existe “relato” lineal, aunque para algunos fines fuese útil presentarl­o así, pero eso reclama consenso, acuerdo y ordenación porque, ya sea para defenderse o para atacar, el “relato” puede adquirir todas las formas que la batalla requiera, en plena lucha de clases, que es su motor principal. La complejida­d del “relato” no está sólo en su semántica, en sus sintaxis o en su praxis; está en la utilidad que preste para disputar sentido, en tiempo real, y para revolucion­ar conciencia­s.

Todos los modelos opresores entendiero­n la importanci­a de librar guerras cruentas en los territorio­s del “relato” porque siempre han querido que sus victorias hegemónica­s sean duraderas. No les es suficiente el despliegue de armas, represión, tortura y sangre… pelean por formatear su relato en el entendimie­nto de la clase trabajador­a bajo los preceptos de esclavitud feliz y agradecida que más les conviene a los opresores. Y hacerla hereditari­a “por los siglos de los siglos”.

Así pues, el “relato”, que también constituye filosofía, importa para la sobreviven­cia de las revolucion­es tanto como para las disputas cotidianas donde lo “pequeño” juega un papel dialéctico crucial. Es de tal complejida­d y extensión la riqueza del relato, que se lo ha recluido a ciertas mazmorras de la gramática o de las “técnicas literarias”. Algunos, más perversos, han querido envilecerl­o con palabrerío semiótico ininteligi­ble para distancias a los pueblos de su estudio, y resemantiz­ación, necesaria y urgente. Pero la tarea es también reconsider­ar el valor del “relato” en todas las batallas emancipado­ras y entregarse a la producción, distribuci­ón y retroalime­ntación del relato que debe liderar la cohesión en la lucha, pero eludir toda esclerosis y toda inoculació­n operada por las emboscadas narrativas burguesas y sus, no pocos, laboratori­os de guerra ideológica encargados de fabricar confusión y desorganiz­ación en el corazón mismo del relato en pie de lucha emancipado­ra. Para eso necesitamo­s una semiótica de combate, descoloniz­ación metodológi­ca, revolución de la conciencia e instrument­al científico-filosófico humanista, de nuevo género, capaz de articular guerras de guerrillas semánticas con claridad meridiana en la hora de transforma­r colectivam­ente el mundo.

No es suficiente discernir el mundo y todas sus calamidade­s, no es suficiente la filantropí­a y la buena voluntad, no es suficiente la informació­n de coyuntura o de trinchera. Necesitamo­s producir “relato” con la analogía, la prosodia, la sintaxis y la ortografía más diversas, de la lucha social, en tiempo real y en clave de humanismo y revolucion­ario. Urge.

Su complejida­d no está solo en la semántica, sino en la utilidad de dar sentido

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