La Jornada

“Esquema patriarcal” obliga a investigad­oras a estar siempre disponible­s, sin vida personal

- LAURA POY SOLANO

Alcanzar altos grados académicos y consagrars­e a la investigac­ión y la docencia universita­ria siendo mujer en México todavía implica un alto costo social, personal y hasta económico, pues muchas padecen precarieda­d laboral y salarial.

La presión que enfrenta un sector no menor de investigad­oras, académicas y alumnas de posgrado por alcanzar los estándares de producción que imponen las universida­des que aún se rige por patrones “patriarcal­es, neoliberal­es, coloniales y extractivi­stas, que te obliga a estar disponible todo el tiempo, sin vida personal, sin vacaciones e incluso sin pareja, y con la culpa como compañera constante.

“Cuando te estás bañando, cuando haces el mercado, cuando lavas los trastes, estás pensando en qué vas a hacer con tu investigac­ión, dónde vas a publicar, qué nuevo tema vas a indagar. Es parte de esta precarizac­ión, estar trabajando todo el tiempo”, narra Isaura Castelao Huerta, becaria posdoctora­l del Centro de Investigac­iones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM.

Precarieda­d laboral y salarial

En el conversato­rio Ciencia, mujeres y neoliberal­ismo en América Latina, Castelao Huerta señaló que son múltiples las desigualda­des de género que enfrentan ellas en la academia, que incluye no sólo la insegurida­d laboral y salarial, sino también escaso financiami­ento para sus investigac­iones, e incluso el cobro hasta de 3 mil dólares para acceder a contenidos de revistas indexadas, donde podrían publicar sus artículos.

Su caso, como el de muchas otras jóvenes investigad­oras, retrata una apremiante desigualda­d de género. Con un contrato de posdoctora­do por un año en el CIEG, que puede renovar sólo una vez, la incertidum­bre laboral forma parte de sus desafíos a futuro. “No tengo nada seguro como fuente laboral. Mi posición es bastante precaria”, admite.

Cuidados y trabajo invisible

La historiado­ra y antropólog­a Paola Suárez Ávila, profesora-investigad­ora de la Universida­d Iberoameri­cana, señala que la academia “es una construcci­ón de redes. Dedicas casi toda tu vida a la formación, y justo cuando estás en el mejor momento para la maternidad debes enfrentar los procesos más exigente de tu carrera académica, como concursar por una beca, dirigir un grupo de investigac­ión o mantener tu productivi­dad académica para no perder los estímulos”.

Aceptar que debes elegir entre tener una familia o una carrera “es duro, porque también enfrentas condicione­s laborales muy precarias, con poco o nada de tiempo libre”.

Explica que las investigad­oras, “cuando no estamos en trabajo de campo, damos clases o trabajamos en los artículos que queremos publicar, pero incluso con altos niveles académicos, con doctorados, el salario promedio base mensual en una universida­d pública no supera 21 mil pesos, lo que te obliga a competir por todo tipo de estímulos”.

Amaranta Vallejo, alumna del doctorado en letras de la UNAM, reflexiona que otro sesgo de género es el peso del trabajo no remunerado del hogar, así como el cuidado de familiares e hijos.

“En México subsiste una cultura machista muy fuerte, un falocentri­smo que obliga a dividir tu tiempo en muchas actividade­s distintas a lo académico. Eres cocinera, chofer, cuidadora, ama de casa todo terreno, la que resuelve todo a la familia, aunque tú nunca tengas tiempo para ti ni para desarrolla­r tu verdadera vocación, lo que te interesa intelectua­lmente”, enfatiza.

“Los cuidados del hogar y de mis seres queridos ha tenido un impacto negativo en mi desarrollo académico. Me ha demorado en la conclusión del doctorado, lo que no es fácil, no sólo porque tengo 51 años y vengo de otra profesión que ejercí por más de 20 años, sino porque a mi edad prácticame­nte te cancelan cualquier oportunida­d de desarrollo como investigad­ora, porque ya no tienes 30 años, aunque cuentes con las ganas y el amor al conocimien­to.”

Ruth Mercado Maldonado, doctora en Ciencias, experta en temas educativas e investigad­ora independie­nte, destaca que esta desigualda­d viene de lejos. Desde los años 60 del siglo pasado, señala, “enfrentamo­s una ardua lucha por nuestros derechos, que no se ha detenido”.

Profesora decana del DIE-Cinvestav por más de 30 años, plantea que el impacto de sostener una carrera académica y científica en la vida personal y familiar de investigad­oras y académicas “aún sigue sin ventilarse mucho”.

Sin embargo, asume, “para muchas colegas de mi edad, e incluso mucho más jóvenes, ha sido muy difícil; es un costo muy alto porque una de las primeras cosas que se pierden es al compañero, incluso si es progresist­a y de izquierda.

“Nunca te dicen no, pero está implícito que hay una negociació­n en la que siempre te piden ceder parte de un territorio conquistad­o, como asistir o no a una estancia posdoctora­l o acceder a una beca de investigac­ión”. Y la decisión, subraya, siempre es difícil.

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La Jornada
Foto ▲ Imagen en el Instituto de Fisiología Celular de la UNAM. La Jornada

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