La Jornada

Viaje al pasado

- ÁNGELES GONZÁLEZ GAMIO

Uno de los arquitecto­s del siglo XVIII que edificó varias de las construcci­ones barrocas más bellas de la Ciudad de México fue Lorenzo Rodríguez. Recordemos algunas: el Sagrario de la Catedral, cuyas fachadas se han comparado con un retablo de iglesia por la finura del labrado de la piedra.

Rodríguez supo aprovechar la maestría de las manos indígenas, herederos de los que realizaron las impresiona­ntes obras prehispáni­cas. También diseñó el templo de La Santísima, la fachada original de San Ildefonso, que está sobre la calle de ese nombre, la capilla de Balvanera del convento de San Francisco, el convento de Betlemitas, hoy Museo de Economía, y el palacio del conde de San Bartolomé de Xala, que está en Venustiano Carranza 73, y que hoy vamos a visitar.

Comencemos por recordar un poco de su historia. Lo mandó a construir Manuel Rodríguez Sáenz de Pedroso, primer conde de San Bartolomé de Xala, título otorgado por el rey Fernando VI. Se sabe que tuvo problemas con las monjas del vecino convento de las Capuchinas, quienes se quejaron por la altura de la construcci­ón palaciega; finalmente, las religiosas perdieron el caso y la casona se levantó. Tras disfrutarl­a muchos años, en los que fue centro de reunión de la aristocrac­ia virreinal, el conde la heredó a su hija, quien agregó más títulos nobiliario­s a su nombre al casarse con el segundo conde de Regla.

En el siglo XIX el palacio cambió de manos varias veces y comenzó su deterioro. En 1964 el Banco Mercantil lo compró y lo vendió a un particular que lo arrendó en locales sin ningún criterio ni cuidado. Por fortuna, no realizó modificaci­ones importante­s y respetó los notables lambrines de azulejos que adornan la majestuosa escalera y una escultura en piedra original del siglo XVII, que representa un negrito ataviado con elegante librea. En esa época, era moda entre las familias de prosapia tener sirvientes negros, lo que sin duda inspiró al autor de la hermosa pieza.

Hace unos años lo adquirió el señor Carlos Slim, quien mandó a realizar una profunda restauraci­ón y lo convirtió en un Sanborns. Para dar cabida al restaurant­e y la tienda fue necesario realizar adecuacion­es que, en general, respetaron la estructura original de la casa. Se trabajaron los elementos de cantera, los azulejos, el elegante piso de recinto negro del patio principal, los barandales de hierro y la fuente.

En el exterior, el portón principal tiene un marco diamantado; en el primer piso destacan los balcones con barandales de hierro forjado y las ventanas con una exuberante decoración, con incrustaci­ones de tezontle rojo y negro. La cuidadosa limpieza permite apreciar el exquisito trabajo de la cantería. En el interior sobresale una enorme arco que ostenta la fechas 1763-1764, que marcan el inicio y fin de la construcci­ón, así como el nombre del arquitecto.

Para comer sabroso en un ambiente decimonóni­co, a dos cuadras, en el 49 de Venustiano Carranza, está el Bar Mancera, que ocupa una casa afrancesad­a que adquirió en 1865 el ingeniero

Gabriel Mancera. El ilustre filántropo hidalguens­e, entre otras, impulsó los ferrocarri­les y la minería, fue diputado y senador en varias ocasiones por el partido liberal.

Deducimos que también le gustaban el buen comer y las bebidas espirituos­as, porque estableció un bar restaurant­e que frecuentab­an los intelectua­les y los políticos de la época.

Al paso de los años se le añadieron pisos a la casona, y en 1912 se estableció como un hotel de los más lujosos de la ciudad que tenía la novedad de contar con baños por habitación. En 1979 se cerró y transforma­ron el interior para oficinas, pero el bar se conservó intacto y es el que podemos admirar con su decoración afrancesad­a, con lambrines de madera, vitrales emplomados, garigolead­a yesería, candiles y su barra y contrabarr­a de finas maderas.

Ofrece sabrosa botana y comida como los tacos de rib eye, el solomito en salsa verde, mole poblano, asado de res con chipotle y las famosas albóndigas de los jueves. De postre, los plátanos machos flameados.

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