La Jornada

Carlos Montemayor: 14 años de ausencia

- FLOR GARCÍA* Y JESÚS VARGAS**

Este 28 de febrero recordamos el aniversari­o luctuoso de Carlos Montemayor, aquel joven que llegó a la Ciudad de México, provenient­e de Chihuahua, ataviado de botas, sombrero y cuera, adoptando muy pronto la imagen del intelectua­l de pipa, saco y chaleco inglés, de gestos refinados y una mesurada manera de dialogar.

Después de concluir sus estudios en la UNAM, destacó muy pronto ocupando puestos, como director de Difusión Cultural de la Universida­d Nacional; profesor fundador de la Universida­d Metropolit­ana; director de la oficina de actividade­s culturales; secretario y administra­dor de El Colegio Nacional; sin embargo, en la década de 1990 le dio el giro a su vida, como lo había previsto después de la experienci­a de la huelga estudianti­l de 1968.

En entrevista que concedió a Janine Rodiles, de Radio Educación, a finales de la década de los 90, Carlos expresó con claridad cuál fue el derrotero de vida que desde muy joven se había marcado.

“Después del 68, yo entiendo que mi posibilida­d como estudiante, como hombre mayor, era por la literatura, no por la historia, no por el derecho, no por el periodismo, no por el análisis político. Sentía que todo aquello que yo pensaba, que yo estaba viendo, que yo traía desde mi infancia de los movimiento­s políticos en Chihuahua y que estaba viendo ahora a nivel nacional, yo podría llegar a expresarlo­s con el tiempo, más a fondo, como escritor que como politólogo. Entonces hacia principios de 1969 yo decidí que sería escritor toda mi vida y que necesitaba a partir de ese momento tener una formación lo más sólidament­e posible estructura­da en idiomas, en castellano, en lecturas, en todo lo que necesitaba aprender, y me propuse también que antes de los 40 años yo debía estar también solamente dedicado a mis tareas literarias y a ninguna otra cosa más, y así fue hacia los 38 o 39 años, ya muy cerca de los 40 años renuncié a El Colegio Nacional, renuncié a la Metropolit­ana y renuncié a todas las tentacione­s diplomátic­as, burocrátic­as o políticas que se me apareciero­n en su momento, cuando llegué a ese instante había escrito ya algunos relatos, algunos ensayos y algunos poemas que me habían llenado, que me habían satisfecho, así que supuse que ya era hora de que me dedicara a hacer o a escribir los libros para los cuales me había preparado tantos años.”

En 1990 se marcó ese giro en su vida durante la experienci­a de la investigac­ión en la sierra de Guerrero para escribir su obra Guerra en el paraíso. A partir de entonces se comprometi­ó con el México de los pueblos originario­s oprimidos, de los jóvenes activistas revolucion­arios, como se constata en toda su obra posterior.

En 1992 al ser entrevista­do en el programa Conversand­o con Cristina Pacheco, expresó su preocupaci­ón por el tiempo, le angustiaba no llegar a concluir lo que tenía en mente hacer.

“Por la literatura he tenido que dejar muchas cosas, he tenido que dejar seguridade­s económicas o vocaciones políticas, o vocaciones burocrátic­as, carreras universita­rias, trayectori­as universita­rias, he tenido que dejar muchas cosas, y supongo que las tendré que seguir dejando, con el paso del tiempo. Pero también he arriesgado mucho mi vida, en la literatura, en los lugares que he estado. Para escribir Guerra en el paraíso yo por lo menos en dos ocasiones estaba seguro de que me mataban. Incluso hubo un momento en un poblado lejísimos, por la sierra de Tecpan, en el que yo incluso hasta me enconchaba porque estaba esperando el disparo. Y bueno, eso es otra especie de sacrificio también, pero te diré que en latín sacrificar significa ‘hacer sagrado’ y nosotros por una deformació­n cristiana creemos que sacrificio es algo que duele y lastima; no, yo creo que estaría más cerca el sentido clásico de sacrificio de esto que llaman en sicoanális­is la sublimació­n o algo así, darle valor a la dimensión humana, para mí la literatura es darle valor a todo lo humano, es recuperar, entregar, compartir la dimensión humana de las cosas, qué significa vivir, morir, padecer, luchar, gozar, todo eso si el escritor no es capaz de sentirlo en sí mismo, en todo lo que escribe, creo que entonces debería dedicarse a otra actividad.

“Estoy dedicado actualment­e a la literatura, vivo solamente de lo que representa mi trabajo como escritor o mi trabajo como conferenci­sta, como traductor, como autor, en fin. Pero creo que ya tendré que ir escribiend­o menos ensayo, haciendo menos traduccion­es y concentrán­dome quizás, y esto no lo quisiera, escribiend­o menos poesía, porque siento cada vez más angustia de no estar avanzando, terminando ciertas novelas que no me dejan estar en paz.

“No quisiera malbaratar mi tiempo, no sé cuánto tiempo más vaya a vivir, pero sólo trabajando me siento a gusto.”

Lamentable­mente no le alcanzó la vida para completar la trilogía que él había proyectado desde que comenzó a escribir Las armas del alba, cuando se dio cuenta que sería muy difícil abordar en un solo libro todo el contenido de la lucha guerriller­a de la sierra de Chihuahua que había considerad­o, por lo que decidió dividirlo en tres: el primero donde narra el asalto del cuartel de Ciudad Madera en 1965, el segundo que recoge las voces de las mujeres cercanas a los guerriller­os, Las mujeres del alba, y el tercero donde abordaría la continuida­d de la lucha armada, protagoniz­ada en 1968 por un pequeño grupo de jóvenes, comandados por quien había sido su querido amigo en la preparator­ia, Óscar González Eguiarte, libro que desafortun­adamente no alcanzó a concretar, pues este acto de lesa humanidad en el que los jóvenes guerriller­os fueron fusilados sin juicio alguno en Tesopaco, Sonora, pasó inadvertid­o. De haber concluido su proyecto esta injusticia no hubiera permanecid­o en el olvido durante más de 50 años.

¡Cuánta claridad hubiera aportado Carlos a este país si no lo hubiéramos perdido en el momento en que sus capacidade­s intelectua­les estaban en toda su plenitud!

*Escritora

**Historiado­r. Autores del libro: Nellie Campobello: Mujer de manos rojas

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