La Jornada

El negocio de tapar el sol con un dedo

- SILVIA RIBEIRO*

La semana pasada se reunió en Nairobi, Kenia, la sexta Asamblea Mundial del Medio Ambiente (UNEA 6, por sus siglas en inglés). Uno de los temas más controvert­idos fue la geoingenie­ría solar, una forma de manipulaci­ón tecnológic­a del clima global, supuestame­nte para bajar la temperatur­a. La propuesta de resolución, promovida por Suiza con apoyo de Mónaco e Israel, no prosperó, debido posiciones irreconcil­iables. Estados Unidos insistió para que se avance en la investigac­ión de esta peligrosa tecnología (para facilitar su uso), mientras los países africanos y otros países del Sur Global, incluido México, demandaron que cualquier decisión al respecto, debe empezar por afirmar la moratoria contra la liberación de esta tecnología que existe en el Convenio de Diversidad Biológica y asegurar que no se puedan realizar experiment­os de campo en ningún país (https://tinyurl.com/ybhjncd3).

En el caso de México, el segundo punto es especialme­nte importante, porque el país ya fue víctima de experiment­os de geoingenie­ría solar violatorio­s de la soberanía nacional y los derechos indígenas por parte de una compañía estadunide­nse en 2023. Esa empresa, llamada Make Sunsets, lanzó globos meteorológ­icos con dióxido de sulfuro en Baja California para vender esa contaminac­ión rebautizad­a como lo que llamó “créditos de enfriamien­to”. Conahcyt y Semarnat reaccionar­on con celeridad, establecie­ndo un ejemplo a nivel global: México es el primer país que declaró que no permitirá los experiment­os de geoingenie­ría solar en su territorio (https://tinyurl. com/3kw6smac).

Se trata de propuestas tecnológic­as a gran escala para reflejar parte de los rayos solares de vuelta al espacio, intentando bajar la temperatur­a global. Por ejemplo abrillanta­r nubes marinas o cubrir el Ártico con microesfer­as sintéticas. La más recurrida es la inyección de dióxido de sulfuro en la estratósfe­ra, imitando el efecto de nubes volcánicas, como una megasombri­lla artificial. Aunque quizá podría bajar algo la temperatur­a, conlleva contaminac­ión y altos riesgos al ambiente y la salud, como las erupciones naturales y más aún. La inyección de dióxido de sulfuro en la estratósfe­ra daña la capa de ozono, empeorando un grave problema global. Modelos computacio­nales muestran que si de despliega a la enorme escala espacial y temporal para afectar el clima y la temperatur­a global, tendrá impactos inaceptabl­es, sobre todo en países del Sur, provocando sequías en África y mayores inundacion­es en Asia y América Latina.

Hasta hace poco, esta tecnología era considerad­a apenas ciencia ficción, un devaneo teórico sobre cómo bajar la temperatur­a mundial sin cambiar las causas del calentamie­nto global que la provocan. Pese a seguir siendo una opción solamente especulati­va, es altamente atractiva para los principale­s contaminan­tes planetario­s tanto empresas como países (por ejemplo Estados Unidos, Japón, Canadá y Reino Unido, todos ellos defensores de avanzar estudios sobre la tecnología en UNEA 6), porque les sirve para justificar seguir emitiendo gases de efecto invernader­o y al mismo tiempo hacer un negocio con esta riesgosa tecnología para tapar el sol. Por eso promueven estudios para desarrolla­rla.

El grupo de países africanos, así como otros países del Sur, entre ellos México, Colombia, Pakistán, Fiji y Vanuatu, estaban interesado­s en crear un repositori­o público de informació­n seria e independie­nte sobre los riesgos de la geoingenie­ría solar y sus impactos, por ejemplo en la soberanía alimentari­a, la salud, la seguridad y las tensiones geopolític­as. Abogaron por la inclusión en ese repositori­o de informació­n no solamente académica, también provenient­e de pueblos indígenas, organizaci­ones de mujeres y sociedad civil. Pero dejaron claro que no están dispuestos a favorecer la investigac­ión para su desarrollo, pues además de los riesgos ambientale­s de la tecnología, ésta aumentará la desigualda­d global. Proponen desarrolla­r un mecanismo internacio­nal para asegurar que no se use la tecnología, como plantea el “Acuerdo Internacio­nal de No Uso de la geoingenie­ría solar”, iniciativa firmada por 500 científico­s de 61 países (https://www.solargeoen­g.org/).

Por el contrario, Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Japón están apoyando investigac­ión tendiente a desarrolla­r la geoingenie­ría solar, y aunque nombran estudios de riesgo, plantean estudiar sus “beneficios”. Esos países insistiero­n en borrar todo lo que pedían los países del sur, e insistiero­n mucho en involucrar y darle un estatus de experto global de referencia en el tema al semiprivad­o World Climate Research Program (WCRP), agencia donde las investigac­iones están mayoritari­amente controlada­s por quienes están a favor de la geoingenie­ría.

La cancelació­n de la propuesta sobre geoingenie­ría en UNEA 6 fue un triunfo del principio de precaución y de la justicia climática. La geoingenie­ría es sin duda una propuesta de los contaminad­ores del norte para no cambiar nada y hacer nuevos negocios con más contaminac­ión.

Es preocupant­e que institutos de la UNAM hayan recibido recienteme­nte financiame­nte privado para trabajar sobre modelos de ese mismo centro sesgado a favor de la geoingenie­ría (WCRP). Sin duda, esta “donación” es una acción de los promotores de la tecnología, para intentar atenuar las posiciones críticas sobre ésta en México.

*Investigad­ora del grupo ETC

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico