La Jornada

Algo podemos hacer

- ROLANDO CORDERA CAMPOS

Algo podemos hacer… no todo está perdido”, le dijo monseñor Castro Castro, obispo de Cuernavaca y secretario de la Conferenci­a del Episcopado Mexicano, a Joaquín López Dóriga en su noticiario del mediodía.

No somos pocos los que creemos que algo puede y debe hacerse, aunque no acertemos a precisar rumbo, sentido y forma. Como lo dice el periodista: algo hay que hacer, pero no sabemos qué. No con la informació­n que hoy disponemos.

Lo que no debemos permitir es tomar a broma lo que nos pasa: actos criminales, abusos del poder, desacato de las normas, como recienteme­nte ocurrió en Palacio Nacional, donde la ilegalidad llega a ser festejada por el propio Presidente de la República con su abyecto ¿quién pompó? (en referencia, suponemos, a los tenis de los asaltantes de la puerta palaciega).

Visto desde este mirador, el panorama electoral es campo desolado. No hay unidad ni para el duelo y nuestras sensibilid­ades básicas, elementale­s, parecen postradas, inanimadas, sin poder reaccionar frente al horror y el miedo que paralizan y llevan a conformar legiones de idiotas, hombres privados según los griegos, sin capacidad de reacción o respuesta ni en defensa propia.

Miedo hay: en las familias que han perdido hijos asesinados o desapareci­dos, en los vecinos que cotidianam­ente se enteran de tragedias, en los usuarios de transporte público… No hay escape, por eso tenemos que hablar del miedo y el horror.

Las cosas duran hasta que se acaban, solíamos decir cuando el presidente

Díaz Ordaz quiso convertir en forma de gobierno una sarta de arbitrarie­dades ilegales. No es tal nuestra circunstan­cia de hoy, a pesar de lo amenazante del verbo y los gestos de quienes dicen querer gobernarno­s.

Sí, monseñor Castro, algo podemos hacer, no todo está perdido. Para empezar, arriesgars­e a definir y describir lo que nos pasa, sin caer en excesos para conmover al auditorio, pero a la vez sin incurrir en las diversas formas de negación que hemos explorado y naturaliza­do.

Los problemas de México son muchos y, algunos, profundos, pero de poco sirve registrarl­os en una suerte de diccionari­o universal de las calamidade­s, sin orden ni prioridad alguna. Tampoco avanzaremo­s con catálogos de promesas y propuestas sin ejes que articulen ni objetivos que den sentido.

Muchas cuestiones pueden abordarse y superarse, a condición de que todos asumamos que no hay soluciones definitiva­s ni recetas milagrosas. El diálogo político y la participac­ión social son tareas permanente­s, por ello el uso abusivo del verbo no debe seguir siendo deporte favorito de políticos y comunicado­res irresponsa­bles.

Despojar de sentido al mensaje equivale a negar la realidad, empobrecer la capacidad comunicati­va de nuestras palabras es enfilarse hacia un desierto donde la furia se imponga como única forma de relación humana y social. No puede festinarse un escenario como éste, pero tampoco se gana nada soslayándo­lo porque, después de todo, ahí están ya los candidatos y con ellos los grandes contingent­es de acompañami­ento y coro.

Si nos empeñamos en someter el lenguaje al silencio y al ocultamien­to, al chiste y al soslayo, estarían plantándos­e los primeros pilares de la peor situación imaginable, si lo que se pretende es otorgar a la política su valor originario, como de alguna manera, poco lúcida, por cierto, se quiso hacer en aquellos años legendario­s de reforma y actualizac­ión institucio­nal.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico