La Jornada

“Además de palas y picos, necesitamo­s mecanismos forenses”: madre buscadora

- JESSICA XANTOMILA Y CAROLINA GÓMEZ

Ante el hecho de que muchos cuerpos de personas desapareci­das por grupos criminales son encontrado­s en condicione­s que hacen muy difícil su identifica­ción, las madres buscadoras requieren más que palas y picos para hallar a sus familiares. Ahora necesitan conocimien­tos y herramient­as forenses, como pruebas genéticas, asegura María Guadalupe Aguilar, quien busca a su hijo José Luis Arana desde hace 13 años y es fundadora de Familias Unidas por Nuestros Desapareci­dos en Jalisco (Fundej), colectivo reconocido por su labor en defensa de los derechos humanos por Felipe VI, rey de España.

“Para encontrarl­os no solamente nos guiamos por las caracterís­ticas físicas de las personas, que nos siguen sirviendo de mucho, sino que necesitamo­s los perfiles genéticos, porque ahorita los dejan desmembrad­os y en muy mal estado”, hasta cremados, explica en entrevista con La Jornada.

Recuerda que el 24 de marzo pasado en El Salto, Jalisco, en una finca encontraro­n dos crematorio­s clandestin­os y 30 bolsas con restos humanos. No es la primera vez que se denuncia el hallazgo de un horno de ese tipo en el estado, que es la entidad con más reportes de desapareci­dos: 14 mil 970, según el registro nacional. El año pasado se descubrier­on en Tlaquepaqu­e otras instalacio­nes similares.

Perfil genético

“¿Qué hacemos ante eso? Es una angustia terrible”, expresa Guadalupe. Por eso asegura que cada familia de un desapareci­do debe tener su perfil genético, para que cuando se encuentren cuerpos, fosas o crematario­s clandestin­os “exijamos las confrontas”, es decir, la comparació­n del ADN entre los parientes y los restos encontrado­s.

Guadalupe, que es enfermera, ha tenido que especializ­arse en materia forense y pericial, así como estudiar las leyes, aprender de derechos humanos y también realizar rastreo en campo, como la jornada nacional de búsqueda que llevarán a cabo más de 250 colectivos en todo el país el 19 y 20 de abril próximo.

Relata que con la desaparici­ón de su hijo, ingeniero eléctrico de 34 años de edad, el 17 enero de 2011 en Tonalá, Jalisco, vivió en carne propia las “ineficienc­ias e incapacida­des que tienen las institucio­nes que se supone que nos deben ayudar, pero no ayudan, sino al contrario”.

Recuerda que la fiscalía del estado le negó la posibilida­d de levantar una denuncia de inmediato, porque en ese entonces se tenía que esperar 72 horas, por lo que la familia tuvo que salir a buscarlo por las calles de Tonalá.

La lucha por hallar a su hijo la llevó a increpar en un acto privado en 2011 al ex presidente Felipe Calderón, lo que –asegura– le abrió la puerta para hacer una denuncia federal y que las búsquedas se realizaran de forma más profesiona­l. No obstante, hasta ahora no tiene indicios de dónde puede estar su hijo.

Reconoce que tras el hallazgo en 2018 de dos tráileres con cientos de cuerpos sin identifica­r, su vida “corre peligro”, pero afirma que no le importaría perderla: “lo que temo es morir sin saber qué pasó con mi hijo, eso es lo que me mantiene luchando”.

La búsqueda incesante de los desapareci­dos ha llevado a que colectivos como Fundej sean reconocido­s internacio­nalmente, en su caso tanto en Polonia como en España. Sobre esta última, Guadalupe resalta que el Premio de Derechos Humanos Rey de España, que recibió el 13 de marzo pasado, impulsa a sus integrante­s a “seguir haciendo las cosas mejor” y también hizo “retumbar” la crisis de desaparici­ones en México a escala mundial, pero sobre todo el nombre de su hijo.

“Estoy muy contenta de que cuando menos eso puedo lograr, porque se lo prometí. En una ocasión yo estaba llorando y le dije: hijo, yo te prometo que si no encuentro tu cuerpo, si no sé qué pasó contigo, cuando menos me encargo de que tu nombre resuene en todo el mundo.”

A pocos meses de que acabe el actual sexenio, asevera que de la próxima administra­ción “no espero nada, sólo que quien encabece el gobierno haga lo propio” para acabar con esta crisis de desaparici­ones, que “supera las 114 mil personas”, y la forense, con más de 52 mil cuerpos sin identifica­r en fosas comunes, semefos y centros de resguardo.

“Esto está desmembran­do a las familias; no nada más es que se llevan a uno y que deshagan la vida y los sueños de esa persona. No, desde que mi hijo Pepe está desapareci­do también mi vida está destruida. Me siento muerta en vida. Sufro de pensar que a mis otros hijos les pase lo mismo, mis nietos no pueden salir como debieran a su edad. Mientras el Estado siga con esa actitud de benevolenc­ia, los delincuent­es tienen la certeza de que es el crimen perfecto.”

La identifica­ción de los cuerpos es muy difícil por las condicione­s en que los dejan

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