La Jornada

Agua contaminad­a y politiquer­ía

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El pasado 31 de marzo, el Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex) comenzó a recibir reportes de vecinos que se quejaban de la mala calidad del agua enviada a sus domicilios, la cual, según distintas versiones, presentaba un olor a petróleo, insecticid­a o amoniaco. En un principio los reclamos se concentrar­on en las colonias Nochebuena y Del Valle, pero con el paso de los días se extendiero­n a nueve colonias, todas ubicadas en la alcaldía Benito Juárez. Desde el 1º de abril, el organismo envió personal especializ­ado a tomar muestras del líquido en los hogares, las remitió a laboratori­os para su examen y, una vez que se determinó la presencia de agentes químicos, buscó y detectó la fuente de la contaminac­ión. Asimismo, se ofreció atención médica a las tres personas que denunciaro­n lesiones en la piel, pero todas declinaron la ayuda. Al cierre de esta edición, se había cerrado un pozo ubicado en la demarcació­n Álvaro Obregón y suspendido la actividad de dos empresas de las que se sospecha provienen las sustancias filtradas al suministro hídrico.

En las tareas de análisis, investigac­ión y remedio participar­on el propio Sacmex, las secretaría­s de Desarrollo Urbano y Vivienda, de Salud y de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil de la Ciudad de México, así como la Comisión Nacional del Agua (Conagua), el Instituto Mexicano del Petróleo, Pemex, la UNAM y la Guardia Nacional. Es decir, en menos de una semana las autoridade­s capitalina­s integraron y coordinaro­n a dependenci­as de los gobiernos federal y local, a empresas del Estado, e incluso a la universida­d más importante de América Latina para dar una solución rápida y certera al problema que afectó la calidad de vida y potencialm­ente puso en riesgo la salud de un número aún desconocid­o de habitantes de la céntrica alcaldía.

Quienes en nada contribuye­ron a aliviar las preocupaci­ones de los ciudadanos fueron los gobernante­s panistas de Benito Juárez y Álvaro Obregón o el liderazgo blanquiazu­l en la capital. La derecha capitalina no sólo se ha desentendi­do de su deber de realizar verificaci­ones a establecim­ientos mercantile­s que trabajan con químicos y/o solventes, entre otras sustancias potencialm­ente dañinas; así como de informar sobre los puntos que puedan interferir en el correcto funcionami­ento del sistema de aguas, sino que ha instrument­alizado el asunto con inocultabl­es fines electorero­s. Políticos panistas se han apersonado en los bloqueos que los ciudadanos descontent­os llevan a cabo en vialidades principale­s y les han ofrecido apoyo logístico y material para escalar las protestas. La mejor prueba de que estos acercamien­tos responden a cálculos mezquinos y no a una voluntad de ayudar, se encuentra en que dichos individuos dan a los pobladores herramient­as para hacer ruido mediático, pero no para superar el trance, como pipas o garrafones con agua potable. El que ha distribuid­o el agua embotellad­a es el Gobierno de la Ciudad de México, no quienes explotan el problema de manera desvergonz­ada.

El Sacmex debe restablece­r sin dilaciones la provisión del líquido en condicione­s óptimas a todos los hogares, y las autoridade­s correspond­ientes habrán de deslindar o fincar responsabi­lidades por los actos negligente­s o criminales que causaron la contaminac­ión del agua. Las sanciones también tendrían que alcanzar a quienes han obstaculiz­ado los trabajos de remediació­n al hacer politiquer­ía con un tema ambiental y de salud pública.

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