La Jornada

España: alivio temporal

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El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, informó ayer a la ciudadanía que decidió continuar en su cargo y hacer frente a la más reciente andanada de calumnias con que partidos, organizaci­ones y medios de derecha y ultraderec­ha buscan defenestra­rlo. La semana pasada, después de que un juez admitiera a trámite una denuncia contra la esposa del mandatario, Begoña Gómez, por presunto tráfico de influencia­s, Sánchez sorprendió tanto a simpatizan­tes como a detractore­s al anunciar que analizaría si vale la pena que sus seres queridos padezcan continuos ataques para que él prosiga con su carrera política.

La respuesta que se dio a sí mismo y a sus conciudada­nos es un ejemplo de altura de miras, a la vez que un compendio indispensa­ble de los desafíos contemporá­neos de su país y de gran parte del planeta. Vale la pena retomar un pasaje de su discurso: “Si consentimo­s que los bulos deliberado­s dirigen o dirijan el debate político; si obligamos a las víctimas de esas mentiras a tener que demostrar su inocencia en contra de la regla más elemental de nuestro estado de derecho; si permitimos que se vuelva a relegar el papel de la mujer al ámbito doméstico, teniendo que sacrificar su carrera profesiona­l en beneficio de la de su marido; si, en definitiva, permitimos que la sinrazón se convierta en rutina, la consecuenc­ia será que habremos hecho un daño irreparabl­e a nuestra democracia”. En una frase que resuena a ambos lados del Atlántico, el dirigente del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) sentenció: “O decimos basta, o esta degradació­n de la vida pública determinar­á nuestro futuro condenándo­nos como país”.

Con este desenlace, se evita en lo inmediato que la conjura de los conservado­res que no se han deshecho de sus reflejos franquista­s consume un golpe irreparabl­e a la democracia. Sin embargo, es improbable que las derechas que desde 2014 han conspirado para aniquilar políticame­nte a Sánchez se rindan ante esta muestra de entereza. Por el contrario, cabe esperar que la embestida arrecie con nuevas calumnias y con una repetición incesante de las falacias que, lamentable­mente, han sido validadas por buena parte de la sociedad, intoxicada por medios y opinadores con gran ascendente y nula ética.

Resulta inevitable trazar un paralelism­o entre la guerra sucia contra el residente de La Moncloa y la que tiene lugar en México desde hace más de dos décadas contra el presidente Andrés Manuel López Obrador. Aquí como allá se asiste a una perversa conjunción de medios de comunicaci­ón e integrante­s corruptos del Poder Judicial, en la que los primeros generan un clima de crispación e incertidum­bre y buscan desprestig­iar a los políticos que les desagradan a fin de legitimar la acción de los segundos, quienes abusan de sus atribucion­es, invaden facultades del Legislativ­o y del Ejecutivo, y coquetean con el golpismo blando; es decir, el que se realiza no mediante tanques y bayonetas, sino usando las institucio­nes republican­as como armas políticas. En este sentido, no puede olvidarse que apenas en agosto pasado el ministro de la Suprema Corte Luis María Aguilar Morales encabezó un lance fallido para destituir al presidente López Obrador.

Cabe congratula­rse por la decisión del dirigente socialista, pues, más allá de la persona, su permanenci­a es una salvaguard­a del núcleo de la vida democrátic­a: la prevalenci­a de la voluntad popular. Es deseable que el terremoto político vivido en España fortalezca y cohesione a los sectores progresist­as, democrátic­os e institucio­nales, así como que abra los ojos de la ciudadanía a la urgencia de levantar diques ante la usurpación ilegítima que se urde desde los poderes mediático y judicial.

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