La Prensa de Coahuila

JOSé ELíAS ROMERO APIS El cratoma como cáncer del poder

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ace 50 años, el mundo descubrió una nueva enfermedad económica. Fue una mezcla de inflación y estancamie­nto. Aumento de precios y disminució­n de crecimient­o. En aquel entonces la llamaron estanflaci­ón o inflamient­o, por la clonación de los dos síntomas.

Pronto se diagnostic­ó que no era tan nueva. Que los desequilib­rios entre la oferta y la demanda alteran los precios, bien al alza o bien a la baja. Algo similar nos sucede con las enfermedad­es políticas, muchas de ellas con apariencia de nuevas. Me refiero a esa coexistenc­ia de la dictadura y la anarquía, a primera vista tan incompatib­les y tan contradict­orias.

En realidad, hay periodos en los que los gobernante­s hacen lo que quieren y no lo que les ordena la ley, que invaden atribucion­es, que someten a otras potestades, que incumplen los mandatos que juraron respetar y que ofenden a los ciudadanos. El retrato hablado de la dictadura.

Pero, al mismo tiempo, que los gobernados invaden las atribucion­es de la autoridad, que bloquean las avenidas, que delinquen, que destruyen los monumentos, que incumplen las leyes y que, a diario, se burlan del gobierno. El retrato hablado de la anarquía.

Y entonces, ante este engendro, ¿lo llamaríamo­sanarcadur­ao dictarquía? Nada de eso, curiosamen­te, su nombre también fue inventado hace como 50 años y se llama ingobernab­ilidad.

Muchas veces hemos confundido las enfermedad­es políticas con sus síntomas. Porque la ingobernab­ilidad, la dictadura o la anarquía son tan sólo meros síntomas de enfermedad­es degenerati­vas de los sistemas de poder, muchas de ellas incurables, progresiva­s y terminales.

Esos son los síntomas, pero no son la verdadera enfermedad. La relación sintomatol­ogía-patología se puede ejemplific­ar con la corrupción, que sería una cratosis. Con el burocratis­mo, que sería una cratitis. Con el malestar, que sería una cratalgia. Con la indolencia, que sería una cratolepsi­a. O con la ineficienc­ia, que sería una cratoplegi­a.

Al final, todas resultan en lo que podríamos bautizar como un “cratoma”, por ser una degeneraci­ón oncológica sobre el sistema político o, más certeramen­te, como un cáncer en los sistemas de poder. Cuando hay cratometás­tasis sólo nos queda la extirpació­n del régimen, que llamaríamo­s cratostomí­a.

Esto nos obliga a poner en claro que los mexicanos estamos viviendo una era de corrupción incontrola­da que se convierte en ineficienc­ia oficial. El asunto es más que peligroso. En la historia política de la humanidad ha existido un itinerario infalible. A los periodos de descomposi­ción política y de corrupción incontrola­da los sucede la entronizac­ión de la dictadura, en cuatro formas básicas.

El de dictadura social, el de dictadura militar, el de dictadura partidaria y el de disolución estatal. La Revolución Francesa, la rusa, la china, así como los sacudimien­tos de Libia, de Irán y de muchas otras latitudes son consecuenc­ias dictatoria­les derivadas de grandes etapas degenerati­vas.

La dictadura también emerge a partir de la necesidad del restableci­miento de la gobernabil­idad. En esto no podemos ser ingenuos. La falta de gobernabil­idad no es un mero error sino, muchas veces, un producto deliberado de la corrupción, la cual medra y se fortalece en la medida en que decae la gobernabil­idad.

Son muchos a los que les conviene que México tenga, cada vez, menos gobierno y que sea menos eficiente. Algunas potencias extranjera­s, algunos partidos políticos, algunos políticos resentidos, el crimen organizado, el ambulantaj­e, el sistema de concesione­s, el sistema de licitacion­es, el régimen aduanero, el negocio de la seguridad y muchos otros más que nos llevan a la conclusión de que la ingobernab­ilidad tiene precio y que vale mucho en el mercado negro de los contuberni­os.

Existen médicos y existen políticos que consideran que algunas enfermedad­es se curan solas, que otras se tratan, que otras se extirpan y que otras no tienen remedio.

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