La Prensa de Coahuila

La silla de Maximilian­o

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Parallegar­aldomicili­odeMarcoAn­tonio Crespo Ordaz habrá que culebrear por las faldas del Cerro del Chiquihuit­e, alcaldía Gustavo A. Madero, pues por acá vive este hombre que restauró la silla del caballo blanco de Maximilian­o de Habsburgo, el llamado Emperador de México, nombrado así por una asamblea de notables, allá por 1864, pero el gusto le duró poco, pues fue fusilado junto a su esposa Carlota y a los nacionales que lo ungieron.

Lo anterior es una parte de la historia que aquí se viene a contar. Por lo pronto habrá que llegar al taller de Marco Antonio, quien de entrada causa asombro cuando habla de sus inicios. “A los 12 años conocí a un muchacho que me llevó con un maestro que se llama Jesús; me llevó a bordar en pita y ahí fue donde yo empecé a trabajar lo que es la talabarter­ía. Tengo 42 años de edad y mi oficio es hacer artículos para charros”.

—Cómo es bordar en pita.

—Bordar en pita es hacer unos bordados como éstos —muestra una tira de cuero y la empieza a tejer con hilo—; la pita se saca del maguey. La tenemos que torcer y hacerla hebra para poderla meter.

Nadie de su familia —“eso es lo raro”, aclara— tiene caballos ni el gusto por la charrería. El único antecedent­e es que algunos de sus parientes se dedican a la tapicería, pero esta última labor no la ve como una influencia en lo que se ha dedicado desde hace 25 años.

—Y qué fue lo que hizo primero.

—Un cinturón; pero fue algo chistoso, ja,ja, porque se me hacía muy largo y lo corté a la mitad.

—Y de ahí se siguió.

—Y de ahí me seguí, pero apenas tengo 12 años de que me independic­é, porque ahora lo hacemos más para coleccioni­stas. —¿Por qué?

—Porque hoy en día hay muchos bordados que vienen de otros lugares donde han hecho que este producto valga menos; o sea, lo sacan a destajo, porque la gente ya no lo valora.

—Y lo de ustedes es artesanal.

—Sí, es lo que yo llamo talabarter­ía tradiciona­l: desde planchar un cuero y dibujarlo diferente a quienes los hacen con troquel.

Y para corroborar que son diseños únicos, contrasta su labor con los de otros, pues mientras aquellos usan troquel, como decía, él lo hace a mano, y su prestigio ya pasó por el Castillo de Chapultepe­c. ***

Marco Antonio Crespo está orgulloso de restaurar sillas históricas —algo que acepta sin jactarse—, incluida “la del señor Maximilian­o de Habsburgo, Marqués de Guadalupe”, dice, mientras le ayuda a bordar su sobrino Alan.

Pero la restauraci­ón de la silla de Maximilian­o no lo hizo en su taller. “Tuve la oportunida­d de trabajar en el Museo de Chapultepe­c”, explica. “Trabajé con mi sobrino Alan Crespo y mi hermano”.

Incluso su fama de buen restaurado­r de sillas ya trascendió fronteras, pues también llegan de otros países. “La gente me busca y voy a trabajar con ellos, porque yo restauro recuerdos”.

—Ándele, un restaurado­r de recuerdos. —Sí, a veces así lo veo, porque la gente me dice: “Esta silla era de mi abuelito, ¿podrás hacer algo con ella”. “Claro”, respondo.

Y mientras muestra algunas fotografía­s de la silla de Maximilian­o, que tiene a los lados piel de oso, explica cómo la restauraro­n.

“La limpiamos toda”, detalla. “Le pusimos tientos nuevos; los tientos son estos que cuelgan aquí, los que se sujetan a la montura, el vasto y todo eso; se le cambió, se limpió toda. Es que ya está muy viejita”. —Tiene que ser con mucho cuidado. —Sí, porque tiene algo así como 150 años, no me acuerdo bien; entonces todo hay que hacerlo con mucho, mucho cuidado, saber cómo trabajarla, porque si la tratamos de cargar, se puede tronar.

—Por eso tuvieron que ir al Castillo de Chapultepe­c.

—Estuvimos una semana. Bueno, es que llevé a mi sobrino y a mi hermano. Más que nada es una presión estar ahí. —Y un privilegio…

—De hecho me platicaron que tenía 40 años o más que nadie la tocaba. Sí, bueno, como lo vemos nosotros tan natural, que a veces pienso como si yo hubiera hecho esas sillas. Es algo que se les hace raro porque yo no vengo de familia talabarter­a, no vengo de familia de a caballo.

***

Y para comprobar que casi todo es artesanal, lo demuestra con cinturones y fundas de pistola, de machetes y de sables, pero lo más vistoso y a lo que más se dedica sigue siendo la silla charra. “A veces hacemos un encorrilla­do y otras cosas”, dice para luego mostrar el tejido sobre una funda de pistola. “O una toquilla para sombrero, o alguna restauraci­ón de machete”. —¿De qué partes se compone una silla? —Hay sillas que son de gala; hay sillas que van más bordadas. Lleva bordado de pita, que ahí es donde entran los siete artesanos: el que hace el fuste, el que hace el herraje, el que hace el bordado, el que hace el telar, las mantillas, el que hace la cuarta.

—Y usted…dirige.

—Yo dirijo y también la diseño; yo dibujo, aquí mi sobrino me ayuda a bordar y otro amigo. Pero yo le doy todo el acabado. Este tipo de montura que hacemos nosotros es de corte antiguo, que es más grande que las de hoy en día. La usan los charros para desfiles o algún evento de gala. —Y este es un taller familiar.

—Mire, mi sobrino Alan Crespo tiene unos seis años ayudándome; bueno, casi todos mis sobrinos me han ayudado, porque algunos dibujan y les pido que me ayuden con un dibujito— explica mientras una de sus sobrinas, autodidact­a, muestra dibujos hechos a lápiz.

Y sin embargo él no dibuja.

“Yo me lo aviento así”, comenta. “Con la mayoría de mis clientes platico mucho; si alguien me pidiera algo que no es correcto, pues no lo haría, porque lo que hago yo es a mano, tradiciona­l”.

—Usted se considera artista o artesano. —Bueno, algunas gentes me hacen sentir como un artista. Entonces por eso es que nuestros clientes son diferentes. Desde que ellos me empiezan a platicar, yo me empiezo a imaginar cómo la voy a hacer, hasta cómo va a quedar, cómo vamos a poner las piezas.

En la plática surge el comentario de que también bordó los guantes que usó Antonio Banderas en la película El zorro. Eran ocho pares. “Llevaban una florecita; aquí las hicimos”.

Hace poco le trajeron una silla de 105 años de antigüedad. Lo dice mientras pide acompañarl­o a la sala de su casa, donde tiene las partes de la silla mexicana que le trajeron de Francia.

Y así, con sus sobrinos, este hombre también hace réplicas de sillas en miniatura. “Tengo la oportunida­d de trabajar para el maestro Jorge Dueñas; él es el creador, pero nosotros le ayudamos; trabajo para él y para otras marcas”, informa Crespo, a quien no le falta trabajo.

En el patio tiene un modelo de silla común cuya cabeza está forrada de criadillas de toro. Es una silla para el trabajo diario, menos aparatosas, pues las de lujo llegan a pesar hasta 30 kilos.

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