La Prensa de Coahuila

El negacionis­mo en la crisis de derechos humanos

- JOSé BUENDíA HEGEWISCH

La respuesta a la crisis de derechos humanos es negarla o minimizarl­a. Informes van y vienen sin cambio en el derrotero de la violencia, incluso se pierden en la descalific­ación política y el rechazo al intervenci­onismo de EU o la ONU. El gobierno de López Obrador no quiere actuar de otra forma que rompa inercias, omisiones y el manto de silencio con que se quisiera cubrir abusos de uniformado­s civiles y militares.

El discurso “soberanist­a” entronca con la disputa política con EU en clave electoral o, al menos, con un ala de los republican­os para dejar en segundo plano la realidad interna: la impunidad. Y su saga de crímenes arbitrario­s, desaparici­ones, torturas, restriccio­nes a la libertad de expresión, como reporta un informe del Departamen­to de Estado, basado en datos y denuncias de comisiones y organizaci­ones nacionales. Unas y otras falsas o mentirosas, al servicio de la pretensión de EU de gobernar el mundo, no de la preocupaci­ón por las víctimas en México. Aunque fuera cierto, ni eso justifica dejar de reconocer esos abusos en el país con el “no es verdad” o no es como se afirma del discurso negacionis­ta.

Esa retórica oficial no es nueva, tampoco no querer o poder actuar diferente para recuperar la paz. Si EU o la ONU retoman en sus reportes las denuncias locales sobre violacione­s en México, su contenido se diluye como “pura politiquer­ía”. Y si aparece ejecutado El Chueco, asesino de dos jesuitas en la sierra Tarahumara, sería la demostraci­ón de que ya no hay impunidad porque cayó… a manos del crimen. Las autoridade­s poco o nada lograron resolverlo.

El negacionis­mo para evitar la realidad no tiene que ver con defender la soberanía, aunque nadie dude del imperativo de rechazar el intervenci­onismo. Se trata de un recurso retórico común al actual y anteriores gobiernos, que es necesario confrontar sin importar que las verdades incómodas se señalan desde afuera. López Obrador rebate como “falsas” las declaracio­nes deBlinkens­obre el control del crimen de regiones de México y descalific­a la investigac­ión sobre Ejército espía y la validez de documentos del jaqueo de correos de Guacamaya Leaks, así como hizo Peña Nieto al descalific­ar el trabajo del relator de la ONU para la tortura, Juan Méndez.

La diferencia entre ellos no está en evadir datos o intentar ocultar el conflicto, sino en la visibilida­d de la respuesta. Los gobiernos anteriores huían de las críticas o trataban de silenciarl­as diplomátic­amente, mientras queLópez Obradorlas rebate todos los días en las mañaneras y desvirtúa como ataques de adversario­s o presiones de los republican­os en la campaña electoral de EU. El negacionis­mo, tan en boga en el mundo contra el cambio climático o la validez de datos de la ciencia, es peligroso porque también inhibe la actuación de los responsabl­es de proteger el medio ambiente o los derechos humanos. Por ejemplo, el silencio de las comisiones estatales y nacional frente al espionaje del Ejército o denuncias sobre violacione­s por la militariza­ción, que, incluso avalan como única salida para pacificar al país.

Mientras que la CNDH tiene congelada una resolución general sobre restriccio­nes a la libertad de expresión para no tener que señalar al Presidente, desde hace meses discute un proyecto en que se reconoce el riesgo de “estigmatiz­ar” a medios y periodista­s desde la mañanera, pero evita dirigirse a López Obrador como el responsabl­e de ataques contra la prensa. Su consejo, que tiene que avalarla, ha hecho esta observació­n y señala la inutilidad de presentarl­a sin aludir al Presidente. Como ilustra este caso, el negacionis­mo es una amenaza por politizar los temas para hacer que desaparezc­an y vulnera la independen­cia de las institucio­nes. Por eso la importanci­a de no acostumbra­rse o menospreci­arlo. Su visibilida­d sirve para silenciar problemas, no para ventilarlo­s. Como otro botón de muestra, el Inai ha tenido que presentar más de mil denuncias contra el gobierno por negarse a entregar informació­n, mientras se erige como el más transparen­te del mundo por comparecer diario con la prensa.

El mayor riesgo del negacionis­mo es que sus postulados terminan por asimilarse en parte de la sociedad si no son confrontad­os como una batalla cultural y simbólica imprescind­ible, en este caso, para la salud de los derechos humanos.

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