LA SEDUCCIÓN DEL LENGUAJE DE LÓPEZ VELARDE
Como conté ya en diversas ocasiones, descubrí a Ramón López Velarde en las páginas de un ejemplar de Cuadrivio, el precioso libro de Octavio Paz que estaba en la pequeña biblioteca de mi casa. Caí en una extraña fascinación, hecha de perplejidad y admiración a no sabía yo exactamente qué… lo cual se entiende bien, puesto que López Velarde es un poeta difícil y Octavio Paz, un prosista complejo.
ALENTADO POR UN VIAJE previo por medio país que hice con un amigo de la preparatoria en trenes y camiones, y con la mochila al hombro, que incluyó una primera visita a Zacatecas, al poco tiempo estuve de regreso en esa ciudad, que se me quedó grabada con especial intensidad.
Mi segunda visita, a diferencia de la primera, tenía como último destino esta villa jerezana. Conservo el boleto del tren que me trajo a tierras zacatecanas, a cuyo reverso puede leerse con claridad la fecha 6 de mayo de 1985 y, también por ahí, perdido entre otros papeles, el boleto que atesoré de mi primera visita a la Casa Museo del Poeta en esta ciudad.
Fue interesante, aunque un tanto infructuoso, tratar de encontrar en las calles de Jerez, en su gente, sus edificios, su atmósfera, los referentes de cuanto había leído. Me llamó la atención, eso sí, que algunas calles llevaran como nombre algunos de sus versos más famosos. En el camino, de ida y de regreso, leí a López Velarde: empecé a sentir y disfrutar la poderosa atracción que ejercía en mí su lenguaje.
El encuentro con el libro de Paz, y la visita al
Jerez de mis 21 años, se complementaron con la adquisición de mi primer ejemplar de las Obras de López Velarde, editadas por José Luis Martínez, en una librería que estaba a la entrada de Lecumberri, convertida hacía no mucho en sede permanente del Archivo General de la Nación.
Aunque esos dos libros y aquella visita juvenil conformaron mi arranque formal de lecturas hacia el país de López Velarde, todavía pasó mucho tiempo antes de ocurrírseme siquiera escribir sobre el tema, cosa que no empecé a hacer sino entrado ya este siglo, cuando me invitaron a hacerlo los añadidos de Octavio Paz a su ensayo original recogido en Cuadrivio, una vez que descubrí con sorpresa, en el ejemplar de una edición más reciente que saqué de una biblioteca pública en una ciudad extranjera, en donde yo entonces vivía, que había sido modificado por su autor en dos importantes aspectos. Uno de ellos, el que más me impresionó, fue que había añadido unos párrafos críticos sobre “La suave Patria”. Publiqué ese artículo en una revista y volví a olvidarme del tema.
Tuvieron que pasar otros diez años para que tomara en serio la posibilidad de armar un libro sobre López Velarde, lo que ocurrió hasta 2014, por los días en que yo cumplía cincuenta años de edad, en cuanto el editor italomexicano Marco Perilli aceptó echarle un ojo a una propuesta mía y decidió publicarla. El libro se llamó Ni sombra de disturbio y fue coeditado por la Dirección
General de Publicaciones, a cuya cabeza estaba Ricardo Cayuela Gally.
Siete años más tarde, el editor Juan Luis Bonilla accedió a publicarme un segundo volumen, titulado La majestad de lo mínimo, el cual fue apoyado por mi viejo y querido amigo Sergio Vela, cabeza de Arte y Cultura Grupo Salinas, y a su vez por el Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde, de modo que apareció en dos ediciones simultáneas.
LOS ESTUDIOS ACTUALES dedicados al poeta zacatecano siguen siendo tan animados como siempre lo han sido, si no es que recibieron un nuevo empujón después del centenario de su fallecimiento, que se conmemoró el año pasado. Y eso que el antiguo vínculo entre su obra y el poder público ha desfallecido en los últimos años. Gracias a que López Velarde sirvió al discurso político desde el día de su muerte, siempre ha habido interés en animar a sus estudios y estimular a sus investigadores. Tristemente, esa etapa ha entrado en decadencia en los últimos pocos años en México. Eso se explica por la ignorancia soberbia o la ceguera ideológica de algunos de los responsables de mantener viva su memoria. Por una parte, esto nos ha beneficiado, porque por fin nos ha dejado a solas con nuestro poeta. Deseo resaltar y agradecer que el gobierno del estado de Zacatecas mantenga viva esa llama, de la que este premio es un resplandor, ahora más necesaria que nunca.
Yo participo de ese fenómeno de animación inagotable. Somos varios investigadores quienes estudiamos a López Velarde al mismo tiempo, a distintas profundidades, y nuestras áreas de trabajo ni siquiera se rozan. Así de gigantesco es el asunto. En lo personal, nunca dejo de tener algún proyecto nuevo que me inquieta, como la búsqueda en alguna biblioteca o una vieja revista. Tengo pendientes dos o tres cuestiones específicas que quedaron sin resolver en el segundo de mis libros; quiero escribir sobre las principales novedades editoriales, entre ellas sobre un magnífico libro
Imagen conmemorativa del centenario del poeta.