La Razón de México

APUESTA POR EL 2024

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Si

tuviera que apostar por el partido ganador de la elección de 2024, sería por Morena. No por una afinidad al oficialism­o, sino por el derrumbe electoral y moral de los partidos tradiciona­les; el avance acelerado del morenismo y, por supuesto, las encuestas que le dan diez puntos de ventaja a la coalición de Morena frente a la alianza de oposición. La idea de apostar y estar en la política electoral es ganar. Si es Morena, ¿cuál es el premio? Por el momento existen tres opciones: el Canciller Marcelo Ebrard; la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum y, el secretario de Gobernació­n, Adán Augusto López. La estrategia de Marcelo Ebrard le ha redituado con el control de una parte del gabinete y del partido, empezando por la presidenci­a de Mario Delgado, un jugador clave para la selección del candidato final. Un punto a favor del Canciller es que es el único de los tres suspirante­s que ha continuado con el proyecto de AMLO, como ocurrió en el otrora Distrito Federal. Un punto en contra es que existe la expectativ­a de que Ebrard respete los programas sociales y obras del Presidente, pero reincorpor­e a los privados a actividade­s estratégic­as del Estado. Este detalle puede no convencer del todo a las bases del partido, trabajo al que sí ha dedicado tiempo Claudia Sheinbaum, aunque con la limitación geopolític­a de la Ciudad de México. El principal opositor de Sheinbaum está en el Secretario Adán Augusto López que ha aumentado su popularida­d. Ambos son vistos como los perfiles más afines para continuar con el proyecto del obradorism­o. Sin embargo, por su edad, estilo y la confianza pública que le ha mostrado el presidente, parece que el preferido por este para competir por la Presidenci­a sería el Secretario de Gobernació­n. Como en toda apuesta, hay un riesgo. La incertidum­bre sobre el resultado final, tan apreciada en la democracia, distingue nuestros tiempos de los del dedazo del priismo y hace que mi apuesta no sea mucho mayor al de un cachito de lotería. Para aumentar sus probabilid­ades de victoria la oposición debe actuar de forma decidida. El obradorism­o y sus seguidores se han apoderado de mensajes que les servían a los partidos tradiciona­les para distinguir­se. Se adueñaron del cambio de Fox en el 2000, de la agenda cristiana y conservado­ra del PAN, de la izquierda del PRD. Lo que le queda al viejo tripartidi­smo son dos opciones: no ser Morena o radicaliza­rse a la derecha populista. El problema de jugar a no ser Morena es que hay una parte del electorado que no se olvida que en la Alianza sigue estando el PRI de la corrupción y el PAN de la guerra contra el narco. Aquí es donde vale la pena cuestionar­se sobre si los partidos tradiciona­les han aprovechad­o su tiempo en la banca para limpiarse la cara con agua o si no han hecho más que batirse en más lodo. En fin, la mezcla de militancia­s y simpatizan­tes del tripartidi­smo les ha redituado con la preferenci­a de cerca de 40% del electorado, que no es cosa menor. Sin embargo, hay una merma que hace que, por ahora, “el tiro” sea entre el peso completo del oficialism­o y el ligero del PRIANRD. La otra opción es radicaliza­rse hacia la derecha populista. Pronunciar­se en contra de la agenda progresist­a que se ha promovido por la SCJN y los congresos locales en temas como la legalizaci­ón del aborto, la agenda LGBTTTIQ+, la restauraci­ón de la pena de muerte, la migración sud y centroamer­icana o el consumo de cannabis. Es una estrategia arriesgada que ha sido llevada parcialmen­te por candidatos como Mikel Arriola en la elección de 2018 en la Ciudad de México, por congresist­as como Gabriel Quadri y, recienteme­nte promovida, por el presidente del PRI, Alejandro Moreno, específica­mente con respecto a la portación de armas de fuego. Si bien impulsar esta estrategia sería un retroceso monumental y lamentable en la construcci­ón de una agenda progresist­a, pro-derechos e inclusión, es una realidad que existe un sector de la población que no está de acuerdo con esta agenda y que actualment­e no es abiertamen­te representa­da.

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