La Razón de México

JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ: LA MELANCOLÍA PERPETUA

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En la colonia Santa María la Ribera, esquina Torres Bodet y frente al parque del kiosco morisco —donde antes se ubicaba El Salón París— existía una placa que puso la editorial Plaza & Janes: “En recuerdo a José Alfredo Jiménez, cantante entrañable, personaje de la novela

de Arturo Azuela, y a la cantina Salón París, lugar donde empezó a cantar”. Casi nadie recuerda la novela, pero todos conocen al guanajuate­nse.

La placa se trasladó a la nueva dirección de la cantina, a unos pasos de la original, un espacio donde todavía a ratos, entre tequila y cerveza, la rocola reproduce canciones del compositor, en medio de una variedad de corridos y temas de los Creedence. Cuando suenan los primeros compases de una de sus canciones se hace silencio y el público, mientras come chamorros, frijoles puercos o tostadas, acaba cantando, ya sea en voz baja o a todo pulmón, "ojalá que te vaya bonito".

en una silla de madera en la cantina, mientras tomo notas para este texto. Tomasito, el mesero, un hombre moreno, enjuto y de baja estatura, ya sabe qué pido: bola oscura de barril. Me la sirve junto con los cacahuates. He venido a este lugar desde hace años; diez, al menos. A veces, por las tres bebidas de regla, las necesarias para que la botana sea cortesía; otras, a platicar con amigos e incluso, como me pasó, para conocer a mi esposa.

Es un lugar familiar. Los borrachos ya nos conocemos. No me sé los nombres, pero sí las caras: por allá esa señora entrada en años que viene con su esposo, aquéllos que piden las Coronas cerradas.

A la hora de la comida y en época escolar se llena de familias, porque saliendo se traen a los hijos, quienes avientan las mochilas y se comen la botana —caldo de res, enchiladas, sopes y, los jueves, chamorro al pibil—, mientras los padres beben. Todo bien picoso, para que tomes más.

Hoy estoy solo, no hay amigos ni citas, vine a ver con otros ojos este sitio donde el compositor más famoso de México —yo diría, más que Juan Gabriel— comenzó su carrera. Decido poner una tanda tras otra de sus canciones. Soy el borracho molesto que monopoliza la música, sólo que es martes y hay poca gente, así que no importa. La primera que suena es “Te solté la rienda”:

Se me acabó la fuerza de mi

[mano izquierda.

Voy a dejarte el mundo para

[ti solita.

Como al caballo blanco le solté

[la rienda a ti también te suelto y te me

[vas ahorita.

Por su origen, la canción ranchera está llena de metáforas del campo. La mayoría de los músicos de antes se dedicaba a la agricultur­a o la ganadería. Sucede de la misma manera que con el gringo: heredero del mariachi, cuando menos en las letras incorpora metáforas bucólicas y de animales.

En la letra, le suelta la rienda al caballo para que vaya adonde quiera. Me parece que, en nuestra época, la frase se antoja peligrosa, censurable. Sobre todo, porque está dedicada a Alicia Juárez, chica de 18 años de la cual se enamoró y a quien ayudó en su carrera musical. Hasta le propuso duetos, le regaló canciones. Sin embargo, Alicia no despegó nunca. Pese a su belleza, tenía poco carisma.

donde está José Alfredo con su primera esposa y sus dos hijos, se me queda viendo. En las paredes de la cantina hay varias imágenes de un México que ya no es: un México de partido único, donde el padre era “el cabeza de familia”. A lo lejos veo a Jorge Negrete, quien pese a vestirse de ranchero era un urbanita: usaba el disfraz campirano para poder cantar, con su voz de tenor, las canciones provenient­es

Bebo. La siguiente canción es un corrido y está dedicada a un caballo blanco. Lo cierto es que Jiménez no sabía montar; más aún, tampoco tocaba ningún instrument­o. De la misma manera que Chaplin le chiflaba la canción a un músico, José Alfredo hacía las letras y le chiflaba la melodía a su arreglista de toda la vida, Rubén Fuentes. Éste tomaba la base y la llenaba de trompetas, violines y guitarras:

Su noble jinete le quitó

[la rienda, le quitó la silla y se fue

[a puro pelo. Cruzó como rayo

[tierras nayaritas entre cerros verdes

[y lo azul del cielo.

La épica del brioso corcel es, en realidad, la de un viejo Ford Blanco en el que salió de gira cuando todavía no era tan famoso. Cuando dice "Cuentan que en Los Mochis, ya se iba cayendo,/ que llevaba todo el hocico sangrando", era porque el radiador estaba sobrecalen­tado y se escurría el líquido refrigeran­te. Y más adelante, cuando canta "Dicen que cojeaba de la pata izquierda" se refiere a que la llanta se había ponchado.

En el tiempo en el que José Alfredo llegó a la capital, el país comenzaba a transforma­rse en un territorio más urbano. Las rancherías y tierras de cultivo poco a poco comenzaron a ceder ante el concreto. De esta manera, los inmigrante­s que añoraban los atardecere­s en el campo y el sonido de los animales veían con nostalgia la precarieda­d de los ranchos. Por eso, en la llamada Época de Oro del cine mexicano menudeaban melodramas y comedias rancheras, eso sí, filmadas dentro de los estudios capitalino­s.

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