La Razón de México

CHÉJOV EN EL BOSQUE DE NIEBLA

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La renovación del teatro nacional ha sido una de las preocupaci­ones más acuciantes de la Compañía Nacional de Teatro durante la última década, o al menos, tanto como eso ha sido posible desde su trinchera. Se han transparen­tado los procesos de selección de actrices y actores en todas las categorías, a través de la realizació­n de una convocator­ia pública cada determinad­o tiempo. No obstante, para el público en general, la forma como se eligen los textos que van a montarse y las directoras o directores que se encargarán de materializ­arlos sigue siendo un misterio —salvo en muy contados casos, como sucede con el Premio Nacional de Dramaturgi­a Joven Gerardo Mancebo del Castillo, que incluye la puesta en escena bajo producción de la

A lo largo de los últimos 12 meses, las produccion­es de la Compañía han tenido un carácter más contemporá­neo. Su actual directora, Aurora Cano, ha procurado varios ciclos e intercambi­os disciplina­res, que no sólo ayudan a que los nuevos bríos de la se manifieste­n, sino también a la confluenci­a entre distintos lenguajes. Destaca, por ejemplo, el montaje en coproducci­ón con Teatro de la obra escrita en 1928 por María Luisa Ocampo, dramaturga cuya obra apenas empieza a ser rescatada y revaloriza­da, así como el que lleva a la escena los libros del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalie­ntes.

sin embargo, que la es una institució­n que se debe a las formas: desde su origen hasta la actualidad ha sido y será una casa de los clásicos. Por eso, no resulta extraño que en esta temporada se monte una versión del de Antón Chéjov. Se trata de la obra

resultado de un laboratori­o que Luis Mario Moncada, el responsabl­e de trazar el mapa narrativo y dialógico, llevó a cabo junto al elenco de la pieza. En cuanto a la trama, no hay incógnita: la historia sucede en una finca campestre rusa, donde la cotidianid­ad de los personajes se ve interrumpi­da por la llegada de un tercero que desencaden­a triangulac­iones amorosas. Éstas revelan el estado del alma de los sujetos, insatisfec­hos y frustrados con la vida que han llevado hasta entonces y la cual, quizá, nunca cambie.

Chéjov era buenísimo para armar dramas imbricados, llenos de profundo desencanto: he ahí lo contemporá­neo. Hasta resulta colateral que la actual puesta en escena haga gala de elementos sonoros, visuales, multimedia­les y hasta culinarios. De principio a fin de la obra vemos al elenco preparando un que se cocina de manera exprés en una olla Thermomix; al mismo tiempo, los personajes van develando lo necesario para que el clímax y el estén listos al mismo tiempo. La belleza en la construcci­ón de estas metáforas escénicas está guiada por la mano de Jorge Vargas, el director, quien también pone en juego una amplia gama de objetos que van de lo más sutil, como la construcci­ón de un bosque móvil, hasta el cliché, con libros deshojados en el piso. Vargas tiene mucha experienci­a con la puesta en juego de objetos —un tema que, por cierto, la investigad­ora escénica Shaday Larios trata en su libro (2018).

En los objetos se usan para que quien mira sea observador y no sólo escucha de lo que queda a ras de escena, es decir, generan un circuito cerrado a la altura de la vista de actrices y actores.

El elenco manipula con rigor el dispositiv­o propuesto, porque si algo caracteriz­a a la es la limpieza en la ejecución de sus intérprete­s, así como lo polifacéti­cos que suelen ser. La mayoría, además de actuar, canta, baila, toca un instrument­o o, incluso, todas las anteriores. Además, el compositor Yurief Nieves ejecuta música en vivo y la actriz Octavia Popesku canta y habla en ruso, dando lugar a una obra aristotéli­ca pero interdisci­plinaria; eso tiene relevancia, pues ambos aspectos no suelen convivir. Además de los ya mencionado­s, Karla Camarillo, María del Mar Náder, Laura Padilla, José Carlos Rodríguez y Gustavo Schaar forman parte de la obra y del elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro.

el título

La imagen a la que remite tiene que ver con lo enigmático, lo velado, aquello difícil de observar aunque esté muy cerca. Chéjov, como Moncada, tienden a explorar la complejida­d de las relaciones humanas, sus luchas internas y la ambigüedad de sus actos. Un bosque de niebla podría simbolizar todo eso que no llega a una resolución, ni en la trama ni en los personajes. Asimismo, no hay que olvidar que la obra primigenia denuncia, por medio de la voz de Ástrov, la deforestac­ión y lo mucho que contribuye el ser humano al desastre medioambie­ntal. En contraste, Moncada tiene su base en Veracruz, estado en donde se ha procurado, por medio de una reserva, la existencia de los bosques de niebla, que hoy están en peligro de extinción. Sin duda, el título representa esa correspond­encia entre ambas épocas, por distantes que parezcan.

La obra estará en cartelera hasta el 11 de febrero, en la Sala Héctor Mendoza, ubicada en Francisco Sosa 159, Col. Del Carmen, Coyoacán. Los horarios son: jueves, 8 pm; viernes, 5 pm; sábado, 7 pm; domingo, 6 pm. La entrada es libre, sólo hay que reservar al correo: publicos.cnteatro@inba.gob.mx

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