La Razón de México

LA SIMPLIFICA­CIÓN POPULISTA

- POR RAFAEL ROJAS

Si algo no podrá reprochars­e a las transicion­es de fines del siglo XX, en América Latina, de las que tantos reniegan hoy, es haber propiciado un debate profundo sobre la democracia en la región. En aquellos procesos no resultó victorioso un único concepto de democracia, que es el que tradiciona­lmente se asocia a la democracia procedimen­tal, sino varios, como los que ligan ese régimen político a un orden constituci­onal o el que prioriza la ampliación de derechos sociales o formas equitativa­s de administra­ción de la justicia.

Para captar la diversidad de sentidos de la democracia que se heredaron de esos procesos, primero es necesario abandonar la identifica­ción habitual entre aquellas transicion­es y el neoliberal­ismo.

Es por ello tan lamentable observar el retroceso en el lenguaje político de la democracia en algunos de los nuevos líderes latinoamer­icanos. Javier Milei, nuevo presidente de la Argentina, ha dicho que “la democracia no es garantía de nada” porque “qué pasa si todos nos ponemos de acuerdo para ir a asesinar a alguien”. No fue una declaració­n eventual en medio de la pasada campaña electoral, sino una de tantas expresione­s del presidente argentino en que es fácil advertir de que para Milei la democracia no es otra cosa que la voluntad de la mayoría.

Hace unos días, otro presidente, el salvadoreñ­o Nayib Bukele, dijo, en medio de una conferenci­a de prensa en la que anunció oficialmen­te su triunfo en las elecciones presidenci­ales, antes de que lo hiciera la propia autoridad electoral, que la democracia no es más que “el poder del pueblo”. Bukele respondía a una pregunta del periodista de El País, Juan Diego Quesada, sobre qué tipo de democracia se estaría construyen­do en El Salvador, a partir del recoveco constituci­onal que antecedió a la reelección del mandatario.

Frases similares, que remiten la democracia a la etimología del griego antiguo, hemos escuchado a otros presidente­s de la región como Andrés Manuel López Obrador o Gustavo Petro, por no hablar de los que encabezan gobiernos que, desde hace años, se desentendi­eron del marco democrátic­o. Es decir, se trata de líderes que llegan al poder por medio de una serie de mecanismos, leyes e institucio­nes, que garantizan la competenci­a electoral equitativa, la división de poderes y la extensión de derechos civiles y políticos a la ciudadanía. Y que una vez en el poder, entienden la democracia como un asunto exclusivo de ellos mismos y el pueblo.

En estudios de Nadia Urbinati, Cass Mudde y Steven Levitsky hemos leído las descripcio­nes más precisas de esa simplifica­ción populista de la democracia. En esencia, consiste en una reducción del sistema democrátic­o a la afirmación plebiscita­ria de la popularida­d del líder. Si el líder y sus políticas son populares, entonces, como dicen Bukele y AMLO, la condición democrátic­a del sistema está fuera de dudas. Si no lo son, como dicen Milei y Maduro, la democracia no funciona, y hay que cambiarla.

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