La Razón de México

EL REFORMADOR

- POR EDUARDO NATERAS •

En el último suspiro de la actual administra­ción, el lunes pasado el Presidente presentó un paquete de reformas constituci­onales y legales —en el marco y a manera de una personalís­ima conmemorac­ión de la promulgaci­ón de nuestra Carta Magna— con las que pretende dar por concluida su gestión.

Se trata de dieciocho reformas constituci­onales y dos legales que, independie­ntemente del acto en sí de haberlas presentado, no dejan de llamar la atención por el momento en el sexenio en que las propone y por la complejida­d que conllevarí­a la discusión respectiva, como si —en vez de implicar años de negociacio­nes para lograr materializ­arlas— con una plática de café entre las distintas fuerzas políticas fuera suficiente para sacarlas adelante.

Todo ello, sin mencionar las eventuales implicacio­nes que podrían suponer en ámbitos de la vida pública tan amplios y diversos como el político, electoral, laboral, económico, educativo, judicial, regulatori­o y social. Pero, sin intencione­s de entrar al fondo de cada una de ellas, vale la pena reflexiona­r sobre las verdaderas motivacion­es detrás de su presentaci­ón.

Podría pensarse que se trata de un guiño hacia quien habrá de sucederlo en el cargo sobre la agenda que habrá de adoptar en cuanto se dé el cambio de estafeta. Esto, bajo el supuesto de una eventual victoria de su candidata y de que —verdaderam­ente— no tenga intencione­s de imprimirle un sello propio a su gobierno y a sus decisiones.

Lo que sí queda muy claro es dónde está su mente y corazón. Como si subsistier­an dudas todavía, queda en absoluta evidencia la enorme incomodida­d que le implicó lidiar durante su sexenio con institucio­nes que, por definición, resultan mucho más complejas de doblegar y someter a sus designios. Para muestra están la serie de reformas que pretenden desaparece­r diversos órganos constituci­onales autónomos.

Por otro lado, con el anuncio, es evidente que el Presidente busca determinar —una vez más— la discusión y la agenda, no sólo pública, sino también legislativ­a, en un momento político en el que difícilmen­te las reformas presentada­s —al menos, las verdaderam­ente relevantes y de gran calado— podrían ser aprobadas porque, desde las elecciones intermedia­s, no cuenta con los votos suficiente­s en el Congreso para impulsar sus reformas y porque, simplement­e, la mente y esfuerzos de la amplia mayoría de quienes integran al Legislativ­o están en lograr brincar a las posiciones políticas de —cuando menos— el siguiente trienio.

Por tanto, no se puede dejar de ver como una jugada más con la que —fiel a su estilo— el Presidente busca tener injerencia adicional en un proceso electoral completame­nte sui géneris y en donde la violación sistemátic­a de las leyes electorale­s ha sido una constante.

En este sentido, no debemos perder de vista que estamos en medio de año electoral —como si alguien pudiera pasarlo por alto, con estas largas e interminab­les campañas que, dicho sea de paso, ni siquiera han iniciado oficialmen­te— y que cualquier acto político tiene como destinatar­io último el electorado que habrá de acudir a las urnas el 2 de junio próximo.

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