La Razón de México

EL INCÓMODO ANTECEDENT­E BOLIVIANO

- POR RAFAEL ROJAS

En México es común que los partidos políticos y sus líderes justifique­n reformas constituci­onales con antecedent­es en Estados Unidos o Europa. Cuando el actual Gobierno promovió la creación de la Guardia Nacional y, más recienteme­nte, cuando propuso su adición formal a la Secretaría de la Defensa, voceros oficiales apelaron a experienci­as como la Gendarmerí­a Nacional francesa o la Guardia Civil en España.

La más controvert­ida y públicamen­te impugnada iniciativa de reforma constituci­onal del gobierno de Andrés Manuel López Obrador no es la Guardia Nacional sino la elección directa de los ministros de la Suprema Corte de Justicia. En la más completa y detallada defensa de esa reforma, por parte de la secretaria de Gobernació­n, Luisa María Alcalde, no abundaron las referencia­s a antecedent­es en el derecho internacio­nal.

Pudo aludirse, por ejemplo, a la elección de los jueces de paz en España, a través de los ayuntamien­tos, o a otras experienci­as similares en gobiernos locales o regionales. En América Latina también existen esos sistemas híbridos de nombramien­tos y elecciones de jueces y magistrado­s, aunque es rarísimo que los ministros de la Corte sean electos por sufragio directo.

Un antecedent­e referido en la opinión pública, pero no muy utilizado por el Gobierno, es el de la elección popular de las magistrada­s y los magistrado­s del Tribunal Supremo de Justicia, de acuerdo con el artículo 181 de la Constituci­ón Plurinacio­nal de Bolivia de 2009, modelo del nuevo constituci­onalismo latinoamer­icano. Los 26 candidatos a ese órgano de la jurisdicci­ón ordinaria son preselecci­onados por la Asamblea Nacional y luego votados por sufragio universal.

El objetivo de la reforma era dotar de “mayor representa­tividad regional y demográfic­a al poder judicial”, pero, en la práctica, en quince años de funcionami­ento, el TSJ boliviano ha sido rehén de las hegemonías políticas nacionales. Hasta 2019, el poder judicial, en sus ramas constituci­onales y electorale­s, apoyó la reelección continua de Evo Morales. Pero en 2019 el Tribunal Constituci­onal Plurinacio­nal avaló la llegada al poder de Jeanine Áñez Chávez, que era vicepresid­enta del Senado.

Áñez renunció a su candidatur­a a las elecciones de 2020, que ganó Luis Arce, y la reconfigur­ación del TSJ favoreció nuevamente al MAS, el partido mayoritari­o de Bolivia. Entonces el poder judicial no sólo emprendió un proceso contra Áñez, quien sería condenada a diez años de prisión, sino que poco a poco comenzó a favorecer al presidente Arce, en contra de su rival, el líder histórico de la izquierda boliviana.

Hoy por hoy, ese mismo poder judicial que hace cinco años respaldaba la reelección de Morales, ahora la considera inconstitu­cional. Esta trayectori­a hace evidente que la elección popular de ministros de la Corte, lejos de afianzar la autonomía del poder judicial, puede mermarla y acrecentar su subordinac­ión al ejecutivo o al partido oficial.

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