La Razón de México

RESISTIR Y REVERTIR

- POR VALERIALÓP­EZ VELA

La creciente prevalenci­a global del populismo ha generado inquietude­s sobre la viabilidad de la democracia, incluso en países como Estados Unidos (Levitsky y Ziblatt, 2018; Mounk, 2018). Esto se debe a que los líderes populistas, tanto de derecha como de izquierda, han mostrado tendencias autoritari­as evidentes.

Varios mandatario­s populistas, como Alberto Fujimori en Perú, Hugo Chávez en Venezuela, Viktor Orbán en Hungría, Recep Tayyip Erdogan en Turquía, Jair Bolsonaro en Brasil, Andrés López Obrador en México, Donald Trump en Estados Unidos o Benjamin Netanyahu en Israel, han llevado a cabo acciones que han debilitado la democracia (Levitsky y Loxton, 2013; Scheppele, 2018; Weyland, 2013).

La estrategia populista no presenta un ataque frontal a la democracia —mientras sea útil para sus intereses—, sino que crea un modelo de erosión, desgaste y asfixia hacia institucio­nes, actores políticos, el debate público. Se trata de una estrategia coordinada para demeritar, desmantela­r el pluralismo liberal de forma legal, autoritari­smo legal —concepto estudiado por la profesora Kim Lane Scheppele, de Princeton— hasta llegar al desafío y el desacato de la ley.

La estrategia incluye la asfixia de los órganos autónomos, ataques a los medios de comunicaci­ón, debilitami­ento de la división de poderes y desacato a las decisiones judiciales.

Frente a este asalto es indispensa­ble preguntarn­os ¿las democracia­s son inmunes?, ¿permanecen incólumes después de padecerlos?, y ¿el populismo es una patología a la que podrán resistir las democracia­s o es una enfermedad mortal?

Kurt Weylan, en su reciente libro Democracy’s Resilience to Populism’s Threat: Countering Global Alarmism (2024), hace un acucioso análisis del avance global de los populismos; detecta tres tipos de debilidade­s institucio­nales —alta inestabili­dad social, sistema paralegal de cambio y giro de modelo económico—, que aunadas a tres tipos de coyunturas —crisis de seguridad, crisis económica y ganancias inesperada­s relacionad­as con los hidrocarbu­ros—, permiten, piensa Weylan, la sofocación de las institucio­nes y las prácticas democrátic­as.

En términos de debilidad institucio­nal, Weylan piensa en los esfuerzos populistas para sofocar la democracia en su estructura formal; sostiene que en los sistemas parlamenta­rios, los jugadores con veto están bastante abiertos a transforma­ciones antilibera­les. En los sistemas presidenci­ales, los gobiernos populistas buscan torcer o anular las reglas y procedimie­ntos a través de acciones paralegale­s; finalmente, en estados con institucio­nes altamente inestables, en donde el Estado de derecho no está garantizad­o de forma fiable, la ventana de oportunida­d que aprovechan los populistas es el hambre de poder de los presidente­s plebiscita­rios personalis­tas.

El principal costo residual de los populismos es la ganancia autoritari­a y la merma en nuestros derechos: por eso son peligrosos y por eso debemos estar atentos, resistir y revertir.

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