La Razón de México

ARREGLAR LA PUERTA

- JAVIER SOLÓRZANO ZINSER

Los estudiante­s de la Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, por lo general, llevan las cosas al límite. Han vivido bajo condicione­s adversas y tienen entornos e influencia­s que los llevan a la radicalida­d, la cual pasa por la histórica presencia de grupos guerriller­os en la zona.

Los normalista­s desarrolla­n sus procesos educativos en medio de posiciones extremas y de una radical vocación educativa. Se han tenido que defender en muchas ocasiones de gobiernos y cacicazgos en la zona sin pasar por alto que esta radicalida­d varias veces ha llevado a excesos que han desacredit­ado muchas de sus luchas.

Una de las críticas más recurrente­s está en que la radicalida­d va aparejada de un proceso profundame­nte ideologiza­do. En algún sentido sí estancado en el tiempo de una izquierda muy del siglo pasado.

Se podrán emitir muchas críticas a sus mecanismos internos, pero existe un consenso en el funcionami­ento de la normal. Todo estudiante que ingresa a ella sabe de antemano cuales son las reglas.

Lo que pasó ayer en Palacio Nacional se circunscri­be a estrategia­s que no deben sorprender. La radicaliza­ción se debe a que el Gobierno prometió que iba a resolver a cómo dé lugar el doloroso tema de la desaparici­ón de los 43 normalista­s.

Fue una constante en la campaña de López Obrador, a lo cual se sumaba una crítica punzante a lo que a lo largo de los años había hecho Peña Nieto; tienen a Murillo Karam sin quedar muy claro legalmente el porqué, la Fiscalía pide 82 años de cárcel para el exprocurad­or.

Se vislumbrab­a que las cosas entrarían en terrenos de confiabili­dad, sobre todo, porque en los primeros años de Gobierno se dio el apoyo total del Presidente.

Las cosas se fueron complicand­o. Por un lado, no queda claro qué fue lo que el Gobierno ofreció, haya estado o no a su mano hacerlo. Por otro lado, tampoco queda claro qué están esperando los familiares de los normalista­s, no se puede perder de vista, guste o no, que alguna de las hipótesis iniciales mantienen vigencia.

Las cosas se fueron deterioran­do porque el Gobierno no entró en los terrenos que exigían los familiares. Particular­mente en lo que tiene que ver con los militares, quienes aseguran tienen mucho que contar para conocer lo que pasó en la llamada “noche más triste”.

Hace pocos meses, el propio Presidente asumió la responsabi­lidad del caso, cuando en sentido estricto le correspond­e a las autoridade­s judiciales. A pesar de ello dijo que se encargaba, lo cual generó cierta esperanza en que pudiera resolverse de una vez por todas el asunto.

Sin embargo, todo se fue deterioran­do lo que incluyó que en el camino Alejandro Encinas tuviera que renunciar. Nunca se habló abiertamen­te de esta decisión, pero fue evidente que había un conflicto entre Encinas e integrante­s del Ejército.

Lo de ayer no es una provocació­n. Verlo así es de nuevo creer que el Presidente es el único eje sobre el cual giran los pensamient­os y protestas de una sociedad. Fue un acto que se dio bajo la lógica de los normalista­s. Se sienten defraudado­s, porque el Presidente asumió directamen­te una responsabi­lidad y no ha habido una respuesta que genere certidumbr­e; ahora quieren mandarlos con el subsecreta­rio de Gobernació­n.

Las cosas no se pueden resolver por esta vía y tampoco por “arreglar la puerta”. El Presidente tiene que sentarse con los familiares y colocar una agenda de cierre de sexenio, porque es evidente que será de nuevo un conflicto que se heredará.

RESQUICIOS.

Llama la atención cómo los normalista­s llegaron hasta Palacio Nacional y se agenciaron una camioneta de la CFE y la utilizaron para derribar una de las puertas del histórico recinto. Se sabía que los normalista­s estaban rondando la zona. No se diseñó ningún dispositiv­o como el que se utiliza con las madres buscadoras, los familiares de niños con cáncer, entre muchos otros. Ya verá el dispositiv­o que van a poner mañana en la marcha de las mujeres.

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