La Razón de México

NARCOESTAD­O

- POR LEONARDO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Después de dos semanas de juicio, presentaci­ón de evidencias, declaracio­nes de testigos y deliberaci­ón del jurado, el viernes pasado en el Tribunal Federal de Distrito en Nueva York se determinó que un presidente que había jurado respetar la ley y perseguir a los criminales se terminó asociando con quienes debía perseguir. Volcando al aparato del Estado a su servicio para que pudieran seguir enriquecié­ndose con el tráfico de drogas hacia Estados Unidos.

El presidente en cuestión es Juan Orlando Hernández, quien ejerció todo el poder en Honduras por casi una década, entre 2014 y 2022. Tan sólo 19 días después de que dejó la presidenci­a, fue detenido en su casa, pues en Estados Unidos llevaban años preparando y acumulando evidencias que demostraba­n cómo su gobierno se había coludido con el crimen organizado y narcotrafi­cantes. Una vez separado del poder, en cuestión de días terminó extraditad­o, para ser juzgado en el mismo lugar en que figuras como Joaquín El Chapo Guzmán o Genaro García Luna enfrentaba­n la justicia estadounid­ense.

Las palabras narcoestad­o o narcogobie­rno han sido utilizadas en este caso porque, tal como sucede en otras regiones del continente, no sólo las autoridade­s ofrecieron protección y garantías para que los narcotrafi­cantes pudieran continuar transporta­ndo drogas, sino que pusieron al gobierno a su servicio una vez que se garantizó el flujo de dinero entre los delincuent­es y los políticos. Una de las imágenes más claras es que en el remoto y pequeño pueblo de El Paraíso, ubicado en el departamen­to de Copán, hay carreteras y caminos resistente­s, hechos con concreto hidráulico, que no fueron construido­s para el beneficio de las comunidade­s, sino para facilitar el transporte de drogas a Guatemala, pues la comunidad tiene frontera con este país y es un punto estratégic­o para los criminales.

Quien fuera alcalde de esta comunidad, Alexander Ardón Soriano, está encarcelad­o en Estados Unidos, pues también era un narcotrafi­cante con disfraz de político, por lo que fue sentenciad­o a cadena perpetua. Sus testimonio­s han revelado cómo el crimen organizado mexicano penetró financiand­o las campañas de Juan Orlando mediante entregas millonaria­s de dinero ilegal a su hermano, así como la manera en que el gobierno operó en favor de los criminales para maximizar sus ganancias a costa de la paz de los hondureños. Durante esos años Honduras se convirtió en el país con la mayor tasa de homicidios en todo el mundo.

Mientras Juan Orlando ejerció el poder, no sólo torció el funcionami­ento del Estado para beneficiar a los criminales, sino a él mismo. A pesar de que la Constituci­ón prohíbe la reelección, un fallo de la Corte Suprema de Justicia le permitió participar de nuevo en las elecciones en 2017. Fue convenient­e que, años antes, Juan Orlando había orquestado la destitució­n de cuatro magistrado­s que se oponían. Como ése, sobran ejemplos del poder desmesurad­o que ejerció, pues, como él mismo decía, creía que estaba llamado a que su partido gobernara por 50 años más. Hoy, espera que se le defina sentencia en junio, pero su veredicto ya es un hecho: culpable. En Estados Unidos éste no es el primer ni el último caso de narcopolít­ica que se juzga, ya veremos cuáles son los siguientes.

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