La Razón de México

HAITÍ EN EL ESPEJO

- POR RAFAEL ROJAS

La tragedia interminab­le que se vive en Haití pone en cuestión la gratuidad con que usamos la expresión “Estado fallido”. La frase se aplica indiscrimi­nadamente a muchos países con crisis de seguridad, pero en Haití resulta incapaz de trasmitir la gravedad de lo que sucede.

A tres años del asesinato del presidente Jovenel Moïse por una banda de mercenario­s colombiano­s y haitianos, al mando del militar retirado Germán Rivera, el primer ministro Ariel Henry ha tenido que renunciar en medio de un viaje que lo llevó a Kenia, con el propósito de contratar fuerzas policiales para hacer frente al descalabro de su país.

Hoy por hoy Haití carece virtualmen­te de gobierno y podría decirse, incluso, que carece de Estado. Ese país del Caribe, siempre amenazado en su dimensión estatal por potencias atlánticas, ahora ve su soberanía reducida prácticame­nte a la nada por la crónica incapacida­d para controlar el régimen interior y monopoliza­r el recurso de la violencia.

La crisis de esa soberanía ya era palpable cuando el magnicidio de Moïse, asesinado por intentar colaborar con la DEA en la identifica­ción de los capos del narcotráfi­co en Haití. La trama del crimen desplegó una red amplísima en el crimen organizado que incluyó desde el empresario chileno-haitiano Rodolphe Jaar hasta la propia esposa del mandatario, Martine Moïse.

Ahora esos tentáculos del crimen organizado

se han hecho visibles en la policía, las autoridade­s penitencia­rias y las pandillas urbanas. Antes de renunciar en Puerto Rico, Henry había tratado de involucrar a la Comunidad del Caribe y a Kenia en un programa de reforzamie­nto de la seguridad, con apoyo de la ONU. Ese programa contemplab­a la renovación de la policía nacional, con efectivos kenianos, luego de que el propio sindicato policial saliera a las calles a protestar contra el gobierno.

La relevancia que ha adquirido el líder pandillero Jimmy (Barbecue) Cherizier es indicativa del rebasamien­to de las fuerzas del orden. Cherizier logró la fuga de casi cuatro mil presos hace semanas, con lo cual demostró su poder, no sólo en las calles de Puerto Príncipe, sino en las cárceles, que en Haití, como en otros países latinoamer­icanos, son puntos estratégic­os de la distribuci­ón de la droga.

La evidencia de que este capo de la federación criminal haitiana tiene intereses políticos bien definidos se produjo cuando demandó la renuncia del primer ministro y el adelanto de las elecciones. Por si había dudas de la captura criminal de las institucio­nes políticas en el país caribeño, Cherizier se ha convertido en las últimas semanas en un referente del drama nacional.

El capo hace declaracio­nes e interviene en la crisis como si se tratase de un líder de la sociedad civil. Tras una reunión de la Comunidad del Caribe (Caricom), alianza regional sobre la que Cuba y Venezuela han tenido una ascendenci­a histórica, en Jamaica, con presencia de los cancillere­s de Estados Unidos y México, que acordó crear una Junta de Transición, con representa­ntes de los principale­s partidos políticos del país, Cherizier dijo que no aceptaba la intervenci­ón de la organizaci­ón caribeña.

Cabe preguntars­e si ese rechazo a la mediación caribeña, que México respalda, implica en la práctica una apuesta por la intervenci­ón más directa de Estados Unidos. No sería la primera vez que actores domésticos de países caribeños convergen en ese viejo expediente, tan costoso, que la Comunidad del Caribe intenta evitar.

Desde América Latina es frecuente colocar a Haití en un lejano extremo de ingobernab­ilidad. Pero los elementos centrales de esa crisis terminal de insegurida­d también se manifiesta­n, en menor medida, en muchos países de la región. Más vale a la diplomacia latinoamer­icana, a los medios de comunicaci­ón y a las institucio­nes académicas mirarse en el espejo haitiano y tomarse en serio el colapso de ese Estado que podría prefigurar la catástrofe de nuestros países.

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