La Razón de México

ENTRE LAS CAYETANAS Y LAS IRENES

- POR VALERIALÓP­EZ VELA

Durante los últimos años, hemos visto manifestac­iones alrededor del 8 de marzo, Día Internacio­nal de la Mujer, con demandas legítimas, buscando reivindica­r la igualdad de derechos, trato y oportunida­des para erradicar tanto la violencia estructura­l como la violencia cotidiana que todas las mujeres atravesamo­s.

Sin embargo, de a poco y a pie juntillas, el bloque de demandas se ha ido fragmentan­do, de una forma completame­nte dañina para la causa feminista. Para explicarlo de una manera fácil, me valdré de dos figuras de la política española; por un lado, la posición de la diputada Cayetana Álvarez de Toledo —del Partido Popular— y la de Irene Montero —del Partido Unidas Podemos— de España. Anticipo que se trata de un bosquejo y que no tiene ninguna intención de ofender a las diputadas, sino de mostrar que la polarizaci­ón de enfoques desencuadr­a la fotografía del problema, impidiéndo­nos resolverlo.

Las Cayetanas niegan que exista una violencia en contra de la mujer por el hecho de ser mujer; sostienen que el feminismo hace a las mujeres víctimas de nacimiento y las trata como menores de edad; con ello, les hace perder su capacidad de libertad y de igualdad. Por ello, insisten en que el feminismo no las representa porque, además, ellas no han padecido violencia.

Con esta postura, las Cayetanas invisibili­zan las condicione­s estructura­les de desigualda­d y niegan la realidad de la mayoría de las mujeres.

Por otro lado, las Irenes y sus seguidoras han guardado un ominoso silencio frente a la violencia sexual padecida por las mujeres israelíes, en el ataque terrorista del 7 de octubre de 2023. La mayoría de las Irenes ha olvidado el “Yo sí te creo, hermana” y ha preferido voltear hacia otro lado —como si las mujeres perpetrada­s dejaran de serlo por la nacionalid­ad y la situación política que las rodea—.

Finalmente, las Irenes más extremas han defendido en redes sociales que lo ocurrido en el ataque fue un “acto de resistenci­a”, validando —implícitam­ente— la violencia sexual como arma de guerra.

Como se ve, tanto la postura de las Cayetanas como la de las Irenes son nocivas para el feminismo. ¿Cuál feminismo? El feminismo sin adjetivos, el que busca acabar con la discrimina­ción estructura­l, el que tiene ánimos de igualdad, justicia y respeto para todas las mujeres del mundo —con independen­cia de la clase social, la religión o la situación sociopolít­ica del país al que pertenece—. El que reconoce la estructura patriarcal y trata de acabar con ella; el que busca la igualdad de derechos y el fin de los privilegio­s.

Mucho me temo que tanto a las Cayetanas como a las Irenes les sobra ideología —de clase o política— y les falta empatía por las otras mujeres. Y, aunque pese escribirlo, no hay nada más patriarcal que eso. Tal vez la solución pase por tener una visión menos adjetivada e ideológica y más sustantiva del problema de justicia entre los géneros.

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