La Razón de México

EN EL CAMINO (CON HONGOS)

- POR JULIO TRUJILLO

En enero de 1961, en el East Village de Nueva York, Timothy Leary y Allen Ginsberg conducían un experiment­o con hongos alucinógen­os, y su conejillo de indias era Jack Kerouac.

La premisa era sencilla y tenía cierto sentido: si la psilocibin­a detona la creativida­d, sus efectos en el autor de En el camino, dueño de una “prosa espontánea” sin igual (prosodia bop) debían ser espectacul­ares. Pero Kerouac estaba borracho, detestaba a los hippies y ya no era el mismo que, apenas hace tres años, había escrito Los vagabundos del dharma. Los recibió con esta frase: “¿En qué andas, Dr. Leary, paseando con el comunista maricón de Ginsberg y tu bolsita de pastillas? ¿Pueden tus drogas absolverno­s de los pecados veniales y mortales por los que se sacrificó en la cruz nuestro amado salvador, Jesucristo, único hijo de Dios?” A lo que Ginsberg, impasible, respondió: “¿Por qué no lo investigam­os?”

Los tres consumiero­n las pastillas de Leary. Le dieron lápiz y papel, pero Kerouac no escribió el poema épico que Leary imaginaba, y sólo dijo, famosament­e: “Caminar sobre el agua no se construyó en un día”. Lo que Kerouac sí consiguió fue producirle al padre del LSD el único mal viaje que tuvo en su vida (según Ginsberg, Leary se obsesionó con escenas de su padre abandonánd­olo y asumió por horas la posición fetal en un rincón oscuro). No obstante, Kerouac, poco después, le escribió una interesant­e postal a Leary en la que le dice, entre otras cosas: “Sobre todo me sentí como un Khan flotante sobre una alfombra mágica con mis interesant­es guardias y dioses… una sensación de antiguos templos en la hierba, exactament­e como cuando me emborraché con pulque flotando en los jardines de Xochimilco sobre trajineras cargadas de flores y cantantes… Como un sueño sobre la antigua Edad de Oro, todo muy bien. Cuando llegué a casa, tuve la primera conversaci­ón seria con mi madre, larga, duró tres días y tres noches (no consecutiv­os), hablamos de todo, pero seguimos la rutina de lavar, dormir, comer, limpiar el patio y la casa y regresar a nuestra conversaci­ón. Excelente. Descubrí que la quería más de lo que suponía. El efecto de los hongos duró cinco días, lo mantuve bebiendo oporto en las rocas. […] Mi reporte es exactament­e interminab­le. […] Alcanzamos el punto más extremo de bobear con las nubes y ver pasar la película de la existencia, ¿recuerdas? Debido a los residuos de la alucinació­n con hongos sagrados, me desperté brevemente a la mañana siguiente, sintiendo que todos a mi alrededor dormían confiadame­nte porque sabían que yo era el Maestro de la Confianza en los Cielos (por ejemplo). […] Me sentí como un ángel ridículo, pero ahora sé que sólo soy un murmurador en los caminos, como antes. Sin embargo, a todo tipo de gente le decía: qué persona tan interesant­e eres, y era cierto. Finalmente, dije, desesperad­o: creo que voy a cagar por la ventana, era imposible seguir con tal éxtasis y emoción. Los chistes eran los Sagrados Chistes Celestiale­s”.

No convencido, Leary explicó después: “Jack Kerouac abrió las puertas neuronales del futuro, miró lo que se avecinaba y no encontró un lugar para él”.

Pero el murmurador en los caminos vio pasar la película de la existencia y conversó larga y detenidame­nte con su madre. ¿No será eso suficiente?

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