La Razón de México

LOS ARTISTAS

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SECTORES CREATIVOS cada vez recurren con mayor frecuencia al uso de la Inteligenc­ia Artificial para desarrolla­r imágenes. Proliferan en la publicidad, en portadas de libros y en sitios web de medios —aunque nunca libres de polémica. Los debates en torno a sus usos en estas industrias se han centrado en la manera en la que abonan a la precarizac­ión de creadores, quienes ya batallan para que su trabajo sea valorado y remunerado dignamente, o a la amenaza que suponen como reemplazo del trabajo creativo. Pero hay un frente de esta lucha que no ha ganado mucho terreno en la opinión pública y en el que vale la pena profundiza­r: los derechos de autor.

Cualquiera de nosotros podríamos ingresar a algún sistema de generación de imágenes con —por ejemplo,

y escribir una frase como “perro estilo Van Gogh” o “naturaleza muerta estilo Caravaggio con hamburgues­as” y nos arrojaría imágenes cuyos colores y formas emulan aquellas que reconocemo­s como propias de estos afamados pintores del pasado. Esto sucede porque esos modelos han sido entrenados, por así decirlo, con su obra para aprender a imitarla. Si bien esto tiene pocas implicacio­nes legales cuando se trata de los artistas de nuestro ejemplo, fallecidos en siglos pasados, el asunto se complica cuando se trata de artistas vivos.

Diversas empresas de ya han comenzado a enfrentar demandas de artistas que consideran que su propiedad intelectua­l ha sido vulnerada por esta práctica, ya que han usado material de su creación que cuenta con derechos de autor sin su consentimi­ento. Si a esto sumamos que dicho entrenamie­nto abre la posibilida­d de que sea usado para copiarlo, entramos en terrenos legales muy pantanosos.

Han surgido respuestas interesant­es a esta problemáti­ca. A fines del 2023, la Universida­d de Chicago lanzó un que permite a artistas “bloquear” su trabajo para que no pueda ser usado por Se ha descrito como una forma de “envenenarl­o”, de manera que si se utiliza para entrenarlo­s les generará confusión, arrojando imágenes caóticas. A la par, el mismo equipo universita­rio creó otra herramient­a que permite “esconder” el estilo individual de los creadores alterando píxeles de forma prácticame­nte impercepti­ble al ojo humano.

Aunado a las problemáti­cas en torno a los derechos de autor frente a las herramient­as de un nuevo dilema ha surgido también en relación a los artistas que las han aprovechad­o para crear su propia obra. Recienteme­nte, una solicitud de registro de derechos de autor le fue rechazada al artista estadunide­nse Jason M. Allen por su uso de a pesar de que él ha explicado que trabajó 600 versiones antes de llegar a la pieza final. Es decir, que hubo un trabajo creativo de un ser humano en ese proceso.

Siempre ha existido la inspiració­n en el arte, el guiño u homenaje a otro creador. También han sido muchos los artistas que se han acercado a las tecnología­s de su tiempo —pensemos en Vermeer y la cámara oscura, o Siqueiros y su experiment­ación con pinturas industrial­es. Entonces, ¿dónde inicia y dónde termina la propiedad intelectua­l en las imágenes generadas por Parece que aún no lo sabemos.

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