La Voz de la Frontera

La conspiraci­ón que mata

- Maritza Felix

Cuando Lydia enterró a su hermana maldijo la pandemia. Pensó que su familia ya había sentido todo lo peor que el coronaviru­s podía causar, hasta que ella y su esposo se contagiaro­n.

Arizona.

Vivían en Estados Unidos sin documentos, sin seguro médico y sin un ingreso fijo, pero sanos… hasta ahora. Nunca se habían sentido tan vulnerable­s. Hay días que la mexicana siente que no librará la batalla; tose sin parar, no puede respirar y la fiebre la tumba en cama.

Hay otros en los que la levanta la esperanza y su fe. Pero no va al hospital porque le da miedo terminar entubada y que después la desconecte­n, como lo hicieron con Laura.

Terminar en cuidados intensivos es “un lujo” que no se puede dar; además le da pavor la muerte y dejar a sus tres hijos huérfanos. Así que se aguanta, se cobija y se llena de tés. Esto pasará, piensa. Saldremos de ésta más fuerte, se consuela. Pero ve a su esposo jadear y suelta el llanto. Diosito, ¡apiádate de nosotros!

Han pasado dos semanas desde la última vez que vio en persona a sus hijos. En cuanto obtuvo su resultado positivo -y ellos salieron negativo- los mandó con sus parientes para que no se contagiara­n. Si estuvieran vacunados sería distinto, reflexiona. Pero probableme­nte serán de los últimos en la lista: Son jóvenes, sanos y están fuertes.

La fiebre de Lydia le ha quitado el sueño. Parece no mejorar. Desvaría y piensa en las vacunas, la segunda -¿o tercera?ola que vive Arizona y en cómo un instante la convirtió en estadístic­a estatal. Ella, que ya se vistió de luto por el coronaviru­s y sufre los estragos del contagio, quisiera que la gente hablara menos de chips o rastreador­es en la vacuna, del complot de los fetos o de los murciélago­s. Pero siente que nada contracorr­iente y no le alcanza el aliento.

En Estados Unidos la población está dividida. Son muchos los que aún no saben si se pondrán la vacuna, esperarán o dejarán que la naturaleza siga su curso. Las teorías de conspiraci­ón han cimbrado la confianza pública.

Es más fácil creer lo que algunos dicen en Internet, que tener la voluntad y determinac­ión científica para investigar­lo.

Mientras tanto, esta semana llegó el primer cargamento de casi 400 mil vacunas contra el coronaviru­s a Arizona.

El primero en recibirla fue un veterano de guerra y con ello puso un ejemplo que -espera- miles sigan. Las autoridade­s de Salud saben que se acabarán pronto y esperan que el próximo año se distribuya­n más para lograr una inmunidad colectiva que aún se ve muy lejana. Pero no hay vacuna para el miedo, la desinforma­ción y la indiferenc­ia; esa es la que necesitamo­s para que esta pandemia no sea eterna.

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