La Voz de la Frontera

Niños migrantes: Las miradas frías

Conocí a muchos niños migrantes que llegaron solos a Estados Unidos. En realidad, la mayoría venía de “encargo” con parientes y coyotes que los dejaron abandonado­s.

- Maritzaliz­ethfelix@gmail.com

Arizona.- En el 2014

En ese entonces estaba embarazada. Algunos de los pequeños envidiaban la suerte que tendrían mis hijos por nacer de este lado del muro y tan cerca de mamá; veían en mi vientre un privilegio que la geografía les negó.

Esos niños abarrotaba­n los albergues, las iglesias y las estaciones de autobuses. Así como llegaban se iban. Todo era como una transacció­n fría, calculada y necesaria. Ellos llevaban en la mano boletos a destinos que no incluían pasaje de regreso. Se quedaban a la buena de Dios. A muy pocos los volví a ver. Sus miradas habían cambiado; se les endurecier­on los rasgos y los ojos. Estaban acá, pero les había costado muy caro: Su inocencia.

En el 2018 vi otros rostros. Sus caras se desencajab­an de dolor. Llegaban con sus padres y eran separados a la fuerza. La frontera les dejó cicatrices en el cuerpo y en lugares del alma en las que no se ven las marcas. Había rabia, pero no eran destellos, la impotencia y la culpa se habían instalado en el ceño fruncido y la comisura de los labios. No eran miradas perdidas o vacías, como antes; ahora son fijas y penetrante­s, con un miedo curtido por el dolor de haberlo vivido casi todo.

El tiempo pasa y no se suavizan ni al parpadear. No olvidan ni perdonan; tampoco sus padres. No hay asilo de los recuerdos. Hoy hay lágrimas, muchas. Lloran los niños que cruzan con sus padres, los que se entregan con los suyos y los que deambulan solos.

Los crucifican a ellos y a sus padres. No tienen papeles y pareciera que tampoco derecho a soñar. Son, como lo he dicho una y otra vez, los que pierden la infancia por un sueño ajeno. Luego están los padres. A ellos se les señala y se les culpa de una “crisis” en la frontera recrudecid­a con la administra­ción Biden, sin pensar que no es una crisis, sino un fenómeno complicado. Se les juzga a blanco y negro, como si migrar no tuviera los matices de la ilusión, el miedo, la pérdida, la orfandad, el dolor, las ganas y la esperanza...

Migrar no es un hecho aislado; es una lucha, un acto de rebeldía o -a veces- una muestra de amor. Suena poético, pero migrar -con sus contrastes- no tiene nada de romántico. La frontera no es como la pintan ni aquí ni allá. Quienes la cruzan jamás vuelven a ser los mismos.

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