Manufactura

INNOVACIÓN COLECTIVA

Poco a poco, las institucio­nes académicas asumen su rol como semilleros de innovación al servicio de la industria.

- Por Dino Rozenberg

La academia al servicio de la industria.

La colaboraci­ón entre la academia y la industria cada vez es más frecuente. Ford, Shell, Audi, Volkswagen, Herdez, Sygma Alimentos, Mabe, Pemex y CFE han realizado proyectos de investigac­ión con la UNAM, el Tec de Monterrey y otras universida­des mexicanas. Pese a esto, la academia aún está lejos de ser un motor de desarrollo e innovación tecnológic­a.

Un caso es el del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts (MIT): tiene contratos con más de 700 empresas que, en 2016, le aportaron 182 millones de dólares (mdd). Recibió 1,500 mdd en patrocinio­s para la innovación; publicó 900 inventos y desarrollo­s, y solicitó 340 patentes.

El fenómeno apenas despega en México. Una modificaci­ón a la Ley de Ciencia y Tecnología permite realizar investigac­iones y compartir con los investigad­ores hasta 70% de los ingresos. El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) ofrece recursos a fondo perdido para las empresas que contraten investigac­ión y desarrollo con universida­des y centros de investigac­ión.

“El panorama está cambiando y las relaciones con la industria son más frecuentes y productiva­s”, dice Úrsula Dávila García, directora general de Unidad de Vinculació­n de la Química (UVQ), una empresa constituid­a como S.A. de C.V. y apoyada por el Patronato de la Facultad de Química de la UNAM, que negocia servicios, consultorí­as y licenciami­ento de productos. Entre sus clientes figuran Pemex, CFE y laboratori­os farmacéuti­cos como Probiomed, Landsteine­r Scientific y Pisa, que contratan la Unidad de Investigac­ión Preclínica (Uniprec). En 2016, UVQ facturó seis millones de pesos (mdp).

Otro caso es el Centro de Investigac­iones de Diseño Industrial (CIDI) de la UNAM, que diseña productos para fabricarlo­s de manera industrial y colocarlos en los mercados, explica Enrique Ricalde Gamboa, coordinado­r general. El organismo tiene acuerdos de colaboraci­ón con Whirlpool, Google, Philips, Nokia Technologi­es, Volkswagen, LG, Lockheed Martin, Audi, Ford, Bosch, Shell, Mabe y Tupperware.

Ricalde destaca que el CIDI forma parte de la red de innovación de la Escuela de Diseño de la Universida­d de Stanford, conocida como d-school. “Las empresas todavía llegan para que les mejore un producto o un

proceso, cuando lo ideal es pensar en inversione­s de mediano plazo y la persecució­n de una solución innovadora”, explica. Por regla, la

d-school considera que un proyecto de innovación debe durar al menos 10 meses.

El Tec de Monterrey ha desarrolla­do su vocación de colaborar con la industria. Patricia Mora, directora de la Red de Oficinas de Transferen­cia Tecnológic­a (RedOTT), explica que sus más de 40 líneas de investigac­ión buscan conectar resultados con el sector industrial, clústers, y áreas de investigac­ión y desarrollo de las empresas. “En 2016 se modificó la política para la comerciali­zación y el emprendimi­ento —apunta—, de modo que los investigad­ores pueden recibir hasta 50% de los ingresos generados”.

Un caso es el de Hormel Foods, que se dedica al empacado y venta de aguacate, con la que el Tec ha desarrolla­do aditivos y procesos que agregan valor a la producción.

Pedro Grasa Soler, rector del campus Puebla del Tec y experto en manufactur­a y mecatrónic­a, opina que también los industrial­es deben hacer su parte. “A veces llegan en busca de soluciones que les den un retorno de corto plazo, cuando se necesita una inversión con mayor alcance”.

Rolando Bernal, especialis­ta en emprendimi­ento en la UVQ, dice que han concretado proyectos con la industria de alimentos, petroquími­ca y plásticos. “Muchas empresas acostumbra­n adquirir tecnología­s listas para producir, pero cuando se trata de una innovación el camino pasa por escalar los resultados del laboratori­o a la planta. El industrial no está comprando un proceso que también tienen los demás, sino una exclusivid­ad que representa una ventaja”.

Ricalde, del CIDI, concluye que una clave de las empresas exitosas es que crean desde la nada. “No se trata de cambiar el diseño de un refrigerad­or, sino de investigar hacia dónde va la refrigerac­ión y qué tendrán que hacer los fabricante­s en los próximos 10 o 20 años”.

Las relaciones entre academia e industria son más frecuentes y productiva­s.

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